Una boda, 50 años y la misma mirada

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

CALDAS DE REIS

RAMON LEIRO

En el enlace de Manuela y Luis, de Caldas, hubo cigalas y se fueron a Lugo en un 600. También llovía. O no

13 dic 2020 . Actualizado a las 18:49 h.

Teóricamente, bastarían pocas palabras para resumir la historia de amor de Manuela Otero y Luis Souto, de Caldas de Reis: se conocieron siendo niños, llegaron a casarse y, medio siglo después, envejecen juntos. Pero qué injusto sería contarlo así. Porque sus vidas, como la de todos, son únicas. Y son los matices los que las hacen distintas, exclusivas. La excusa para hablar con ellos es que acaban de cumplir sus bodas de oro. Nada menos que cincuenta años al alimón. La pandemia y su responsabilidad no les deja celebrarlo, ni siquiera con esos allegados de los que tanto se habla ahora. Pero no les priva de lo mejor. De su mirada. Se sostienen la vista para hacerse una fotografía en el mismo restaurante en el que hace medio siglo brindaron por su amor. Y en sus ojos vidriosos está casi todo escrito.

Luis, que camina sin demasiados achaques hacia los 85 años, recuerda que el día de su boda como una jornada bonita y soleada. Manuela, que peina los 74 y pelea con una diabetes y con sesiones de diálisis, en cambio, recuerda que llovió. Y parece que ella lleva razón. Porque se acuerda de toda la escena: «Llovía, llovía, que yo llevaba el traje largo y un cuñado mío me dijo que el suelo estaba mojado y que lo estaba poniendo perdido. Consiguió unos imperdibles y me subieron la cola para no arrastrarlo y llenarlo de tierra», confiesa.

Llover sí que llovió desde entonces. Han pasado cincuenta años desde aquel 5 de diciembre de 1970 en el que se casaron. Y ahí el matrimonio sí que se pone de acuerdo sobre la valoración. «No son tantos años», dicen al unísono. Luego, cuentan las cosas como deben contarse: por el principio. Y viajan con su mente desde su casa de Caldas a la aldea del mismo municipio en el que nacieron, a Paradela.

Resulta que Manuela y Luis eran vecinos de puerta con puerta. Y en unas fiestas de Paradela, en aquella España en blanco y negro donde casi todo estaba prohibido, saltó la chispa. «Fue un flechazo inesperado», dice Luis. Y ella no le quita la razón. Del agarrado en la romería se pasó al noviazgo. Y en 1970 llegó la boda en la iglesia de la parroquia, en Bemil. Luego, celebración en el restaurante Roquiño. Lo recuerdan como un día impresionante.

A por el cochinillo de Lugo

Y los dos rescatan el mismo recuerdo: «Comimos cigalas. Fue la primera vez que las comimos, tanto nosotros como muchos invitados. Por aquel entonces lo de las cigalas no se estilaba... ¡madre mía, qué ricas estaban!», dicen. De ese día rescatan también los bailes con la familia -se cuela entonces un poco de melancolía en la conversación, porque «muchos murieron ya»- y cómo salieron de allí pitando a la luna de miel. Como buenos hijos de su época, se marcharon de viaje de novios a bordo de su Seat 600 blanco, con el que llegaron a Lugo, una ciudad que ninguno de los dos conocía. Lo recuerda Manuela: «Fuimos a Lugo y comimos cochinillo. La verdad es que nos supo a gloria. Y después fuimos a Ferrol, porque nos dijeron que Ferrol era muy, muy bonito. Nos gustó. Allí recuerdo que comimos unos choquitos que también estaban maravillosos. Fue un viaje tan bonito...».

Ya de vuelta, vino la vida en común. La comenzaron en el mismo sitio donde ambos habían nacido, en Paradela. Eso sí, ellos solos: «Vivimos solos desde el principio, había mucha gente que se iba con los padres de uno o del otro, pero nosotros no», explican. Allí estuvieron una época larga, hasta que la hija mayor tuvo que ir al colegio y decidieron que vivirían en la villa más próxima, en Caldas. Hicieron casa y allí se establecieron. Luis trabajó toda la vida como guarda forestal. Y Manuela se quedó con los quehaceres domésticos y la crianza de sus dos pequeñas. «Fue una buena vida, la verdad, una vida bastante feliz», cuenta ella.

Llegó la jubilación de Luis y vino lo bueno de verdad. Lo mejor, sus nietas. Y lo segundo mejor, las excursiones. A los dos les gusta viajar y, entonces, el mapa de España se les quedó pequeño. Sevilla, Córdoba, Canarias... estudiaron la costa. Y eso que la salud se dedicó a hacerle alguna que otra perrada a Manuela. Así, tuvo un achaque importante cuando le diagnosticaron la diabetes que padece. Y, además, desde hace dos años tiene que dializarse. «Se hace duro», dice.

El día de las bodas de oro, A Manuela le tocaba engancharse a esa máquina que le da vida. Creía que, como siempre, llegaría del hospital cansada y sin ganas de nada. Ni siquiera de unas cigalas como las de la boda. No importa. Le quedaría la mirada de Luis. Esa que no envejeció.