Una modelo de Barro para pintar en Kioto

CARMEN GARCÍA DE BURGOS PONTEVEDRA / LA VOZ

BARRO

cedida

Carmen Pazos cumplirá la semana que viene los 22 en Japón, del que se enamoró y en el que lleva 4 años

21 jul 2016 . Actualizado a las 07:52 h.

Fue en una de esas largas y aburridas noches de sábado. Carmen Pazos tenía entonces 15 años y era muy tranquila. No le gustaba mucho salir, sí leer, y estaba enganchada a los documentales de Informe Semanal. Ese día echaron uno del que apenas nadie ha vuelto a hablar. Solo ella. No es capaz de recordar el nombre. Ni siquiera puede decir muy bien qué fue lo que hizo cambiar, pero el caso es que la enamoró. No de un solo nombre, si no más bien de un pictograma. Se trata del concepto de día, de sol, y el de raíz, y se lee Nihon, que en castellano se traduce igual de rápido y breve: Japón. Le conquistó el carácter tranquilo de sus habitantes, la educación y su mentalidad casera.

Rápidamente empezó a investigar sobre el país del sol naciente (significado de los kanjis que conforman su nombre), y quiso apuntarse para estudiar su lengua. Como todavía era muy joven y tendría que desplazarse a la Escola de Oficial de Idiomas (EOI) de Vigo o A Coruña para estudiarlo, su madre le hizo esperar a llegar a Bachillerato, con la firme esperanza de que para entonces se le habría pasado el antojo.

Así que la pequeña Carmen empezó a estudiar por su cuenta una lengua que en los centros oficiales requiere de ocho años de estudio. El primer año y medio fue asentando las bases de un idioma del que, al terminar Primaria, los nativos dominan 1.900 pictogramas y del que para leer un periódico son necesarios unos 2.400. Pazos iba a hacer Químicas, así que ya se había fijado en el país nipón por lo desarrollada que tiene esta industria.

Viendo que la cosa iba en serio, su madre accedió a pagarle unas clases particulares. Mientras, la joven continuaba profundizando en las costumbres y cultura del que ahora es su país de adopción. En algún momento del proceso otra cosa cambió, y Carmen vio cómo la química pasaba a un segundo plano para ceder su lugar a la pintura y el arte. Fue así cómo, navegando un día por Internet, descubrió la Kyoto Seika University, la única de Japón que, entre otras cosas, ofrece la carrera de Manga.

No se asusten, no es lo suyo. Pazos está estudiando Pintura. Le surgió la posibilidad de viajar allí a través de una beca que le permitiría hacer el examen de acceso a la prestigiosa facultad de Bellas Artes. Hay escuelas en las que los alumnos únicamente se preparan para entrar en ella. Pero en lugar de ir a la gran ciudad, la joven acabó en una familia de acogida que vivía en un pequeño pueblo, llamado Izumo, en la prefectura de Shimane. Tenía 17 años.

Como una celebridad

Los primeros seis meses, aunque apenas entendía nada, fueron «los mejores. La gente era muy simpática y me trataban como a una celebridad: me paraban por los pasillos para sacarse fotos conmigo, querían hacer muchas cosas juntos y ser mis amigos». Poco después la situación cambió. «Los japoneses establecen una especie de barrera con los extranjeros. No es racismo, porque no tienen mala intención, pero se ven diferentes, o inferiores, no sé», argumenta para explicar que, una vez conseguido el acercamiento que querían de ella, rompían cualquier vínculo.

Cuando regresó a España quería quedarse con su familia. «Si sigo aquí es por mi madre. Vio todos los esfuerzos que había hecho y me dijo: ‘‘No vas a rendirte después de tantos años. Vas a volver a Kioto y hacer los exámenes de acceso a la Seika y, si apruebas, ya veremos cómo hacemos’’. Estar aquí no es nada barato». El año que pasó en Izumo al final fue casi un regalo. Tenía pensado ir directamente a la universidad, pero el pueblo estaba demasiado lejos de la universidad. Lo que no sabía entonces Carmen es que allí encontraría al que fue el mejor profesor de su vida, un monje que se había graduado en esa misma universidad y con el que aprendió todo lo que necesitaba para conseguir entrar en la facultad.

Ahora, ya como alumna de tercero de Pintura (le queda uno para terminar), está completamente integrada en la sociedad japonesa. Tiene amigos tanto nipones como extranjeros, y para ayudar a costearse los estudios, va a empezar a trabajar como modelo occidental. Este trabajo, junto al de la galería de arte de su facultad, le permitirán seguir disfrutando de sus cuatro meses de vacaciones. En casa, donde se pone el sol.