Prisiones sin agresiones

Javier Collazo FUNCIONARIO DEL CENTRO PENITENCIARIO DE A LAMA

A LAMA

07 jun 2021 . Actualizado a las 12:04 h.

Cuando volví a ver al jefe de servicios que tres meses antes había sufrido una agresión, sentí una gran alegría. Que un profesional curtido no se haya dejado vencer por el choque emocional que causan estos hechos te reconforta. Pero, justo el día anterior, de nuevo tres funcionarios resultaron heridos, y otro jefe, también entrado en años, rodó por el suelo a manos de un interno violento.

Entre estos dos episodios acaecidos en la prisión de A Lama en lo que va de año, han tenido lugar al menos otros diez ataques violentos con más de treinta profesionales afectados en las prisiones españolas. Y eso que todavía estamos en temporada baja. Lo peor llega cuando el calor aprieta.

La Secretaría General de Instituciones Penitenciarias tiende a minimizar los incidentes, no sé si como el avestruz que se niega a ver, o como el niño disgustado porque su fantasía se desmorona.

Cuando oposité, se me grabaron en la cabeza estas palabras: rehabilitación, reinserción, reeducación. No discuto estos principios, pero, en primer lugar, nos tienen que garantizar la seguridad en el trabajo. Si hace unos años, con el doble de reclusos tenían lugar menos incidentes, habrá que analizar las causas.

Ya hemos avanzado todo lo posible para dotar a las personas presas de mejores condiciones en los módulos de respeto. Para quienes rechazan adaptarse a las normas no existen recetas milagrosas. Hay que recuperar la autoridad de los funcionarios, dotar del suficiente personal cada módulo, renovar unas plantillas envejecidas, impartir una formación adecuada, crear departamentos para internos con patologías psiquiátricas, considerar a los funcionarios agentes de la autoridad, utilizar los medios coercitivos adecuados, implementar una clasificación interior basada en hechos y no en deseos.

La conducta violenta de los reclusos más peligrosos, clasificados en primer grado de tratamiento, entra dentro de lo esperable. Pero hay otros perfiles de internos que causan un importante número de agresiones. Muchos son presos con patologías mentales. Suelen pasar por las enfermerías, que hacen las veces de psiquiátricos, o por algún módulo con un programa específico, para acabar mezclados en departamentos ordinarios. Hasta que un día salta la chispa.

Otras agresiones son obra de los que en nuestro argot llamamos «primeros grados camuflados». Se trata de presos que, tras un tiempo en régimen de aislamiento, progresan de grado, ya que los equipos técnicos se ven en la obligación de reducir el número de internos en esta modalidad. Una vez que se destinan a módulos ordinarios, son como bombas andantes. Los directores se los endosan unos a otros enviándolos en conducción, como regalos envenenados. El problema es que esas bombas les explotan siempre a los mismos, y nunca a los inductores de tales experimentos.

Hay políticos que utilizan nuestra situación como arma arrojadiza. En la oposición proponen las mejoras que saben que no pueden conseguir. Cuando llegan al poder, se olvidan del colectivo. Es un esquema que tiene su contrapunto a nivel sindical. Unos siguen a la espera de una Ley de Cuerpos Penitenciarios que ha derivado en tomadura de pelo. Otros, recogen los frutos del desengaño en un movimiento que se dice asindical, se recrean en actos de propaganda y lo fían todo a la llegada al poder de ciertos partidos que prometen el oro y el moro.

La farsa transcurre mientras se masca la tragedia entre las plantillas. No descarto, y ojalá me equivoque, que un día nos despertemos con la noticia de que los funcionarios de prisiones se plantan y rehúsan trabajar en las actuales condiciones. Entonces todos se preguntarán cómo hemos podido llegar hasta aquí.