La tienda bonita de Pontevedra que te enmarca desde el vestido de novia a las gafas o el audífono del abuelo fallecido
PONTEVEDRA
Diego es la tercera generación de Torrado, un local simbólico en Pontevedra por ser el gran escaparate de Sargadelos en la ciudad y el único con taller de enmarcación propio
13 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando uno lleva a la espalda la historia de toda una saga, como la de la familia de Enmarcaciones Torrado, y ha contado mil veces cómo sucedieron las cosas, cómo el abuelo Ignacio montó una pequeña tienda que luego derivó en toda una galería de arte, es normal que suspire cuando le vuelven a preguntar por la batallita. Le pasa así a Diego Torrado, que es la tercera generación de Enmarcaciones Torrado, y que se ríe mientras pregunta con retranca: «¿De verdad quieres que te cuente toda la historia?». La respuesta es afirmativa y Diego comienza a hablar. Entonces actúa la magia y queda claro el motivo por el que este negocio no es un negocio cualquiera en Pontevedra. A Diego se le ilumina la cara explicando cómo el mundo Sargadelos llegó a su familia y cómo miman absolutamente todo lo que venden. También narra con pasión lo que es un taller de enmarcar y cómo muchas veces buscamos amor en un cuadro, enmarcando un ramo de novia para que se preserve para siempre o incluso las gafas u, ojo, el audífono del abuelo o la madre que nos acaba de dejar. Pero vayamos por partes; volvamos a ese Diego que inicia la narración emocionado y con una frase de cuento: «Pues érase una vez mi abuelo, Ignacio Torrado...».
Efectivamente, fue Ignacio el que lo empezó todo. Este hombre cogió el traspaso de una tienda diminuta que había en la calle Manuel Quiroga, en la zona monumental de Pontevedra. Allí se vendían lámparas de aceite y se hacían reparaciones de todo tipo, que entonces los tiempos, los años cincuenta del siglo pasado, no estaban para demasiadas florituras. Diego, que convivió y llegó hasta a trabajar con su abuelo, cree que este hombre debía tener una especial sensibilidad con el arte. Porque al poco tiempo le dio un giro al negocio. En 1964 trasladó la tienda a la elegante calle Oliva, donde continúa, y se centró en dos segmentos de mercado: la enmarcación y la cerámica de Sargadelos. Casi nada. Además hizo algo posiblemente insólito en aquel entonces: en una zona del negocio abrió una galería de arte a pie de calle en la que colgaba cuadros de pintores de la talla de Laxeiro.
De Isaac a la tele escaparate
Ignacio Torrado, que negoció la entrada de Sargadelos a su tienda con el inolvidable Isaac Díaz Pardo, se encargó de contarle a los pontevedreses que aquella cerámica que vendía estaba hecha a mano, que cada pieza era única. Y debió de convencerles, porque esa marca tan emblemática ya nunca se fue de su casa. Tras toda una vida enmarcando y vendiendo cerámica, el abuelo Ignacio se jubiló y le dejó el negocio a sus hijos, que pasado el tiempo le cedieron el testigo a Diego, que ya lleva más de veinte años a pie del cañón y que tiene muy claras dos cosas: la esencia del negocio, la importancia que tiene su historia, y la necesidad de no desconectarse nunca del presente y del futuro. De ahí que nunca deje de renovar, hacer obras, y adaptarse a los tiempos, como cuando montó una televisión enorme que hace las veces de escaparate con sugerentes imágenes de todo lo que vende.
Hablar con Diego de marcos de cuadros, de fotos o de objetos es, en realidad, hablar de la vida. De cómo te puede sanar tener enmarcado un objeto de ese familiar que acaba de fallecer. De ahí que acudan personas a enmarcar «desde gafas a audífonos y cualquier cosa de alguien que murió y que te recuerda a esa persona». O a veces lo que buscamos con un marco es recordar un día inolvidable, tener una gota de felicidad siempre a la vista. Con esa intención deben de ponerse en manos de Diego algunas novias: «Les enmarcamos los ramos de flores de la boda con una moldura ancha, quedan muy bonitos y a veces van combinados con una foto», señala este comerciante.
Antaño era muy habitual que las enmarcaciones fuesen, sobre todo, de títulos profesionales y de orlas universitarias. Pero la titulitis ha pasado a mejor vida y ahora Diego vive rodeado de ese romanticismo que trae encima quien quiere preservar dentro de unas bonitas maderas la huella del pie de su bebé o incluso unos zapatos. Tal cual. No es la primera vez que alguien llega con el calzado para convertirlo en objeto de decoración con marco incluido: «Sí que lo hicimos. Me sorprendió el primer zapato, pero luego vinieron más».
La galería y tienda de Torrado sigue siendo, además de un negocio que da trabajo a cinco personas, un placer para los sentidos. Es arte en las estanterías y en el ambiente. Y por eso los turistas no dejan de entrar apuntando con la cámara del móvil y confundiéndola con una exposición. Muchos de ellos no se resisten a llevarse alguna pieza de Sargadelos que les coja en la maleta. Hoy en día tienen de todo; desde un pañuelo a una figura diminuta o un colgante. Diego espera que pasen así muchos años. No tiene hijos. Pero espera que si algún día llegan él siga manteniendo su tienda a punto... no sea que se animen con la cuarta generación: «Ojalá», remacha él.