Y al tercer día... resucitó el PortAmérica sin haber estado muerto nunca

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

El festival recuperó a los viejos rockeros en una tarde con Rodrigo Cuevas de reina

07 jul 2024 . Actualizado a las 16:39 h.

Los viejos roqueros nunca mueren. Y no solo no mueren, sino que nos hacen sentir vivos. Vivos y coleando, caramba. Que se lo cuenten a los miles de festies que este sábado se plantaron a las seis de la tarde en el cierre de fiesta del PortAmérica porque los señores Burning habían tocado a rebato. Allí llegaron los de cuarenta con sus canas incipientes (igual alguno más joven había, pero era difícil toparlo), los de cincuenta con su barrigola o sus bíceps de gimnasio, que de todo hay en la viña de los hispters, y los de sesenta con sus achaques variopintos.

Nadie sabía ya dónde estaban las miles de niñas que solo un día antes chillaban en tono cuasi poseído al ver a Aitana en acción. Ni cómo el festival había envejecido tanto en solo 24 horas. ¡Pero qué bien le sentaron los años, pardiez! Como el mejor vino, y a falta de muchos horas aún para la bajada del telón, este sábado daba la sensación de que el PortAmérica «volvía ao rego», como decía un roquero de Vigo tan viejo como los del escenario.

Empezó Burning y la tarde brilló más. Ni el colágeno en vena tiene tanto efecto rejuvenecedor que sentirte «una chica como tú es un sitio como este». Y ya si luego se completa el guion con los recuerdos del pelo largo, que a todos nos llevan a aquellos tiempos de más greñas y menos melenas blancas, pues mejor que mejor. Burning fue muchísimo más que un trámite. Oficio el suyo y beneficio el nuestro, que bien podría resumir Rajoy en otro ataque de trabalenguas.

Se marcharon los Rolling Stones de La Elipa y el personal hizo un giro de cabeza tan fuerte que mañana harán el agosto los fisioterapeutas (que ya dijimos que todos tenemos una edad). Pero merecía la pena. Sin anunciarse ni mucho menos, que hay músicos que no necesitan presentación, al otro lado del recinto y subido a la palestra de los cocineros, andaba Iván Ferreiro con un teclado diciéndonos que podemos ser como el tipo que un día fuimos. Y a su lado Pepe Solla, al que va a ponerle un mandil pronto o se olvida de que es cocinero y se nos marcha a hacer las Américas musicales. Siempre con las manos en la masa... o en la música, Pepe.

El reloj no llegaba a las ocho cuando Rodrigo Cuevas logró que Pepe Solla volviese a los fogones (aunque había quien decía a pie de festival que la magia del chef era tanta que unos minutos después de tocar con Ferreiro era él el que pilotaba un helicóptero amarillo que sobrevolaba la Azucreira, pero serían cosas de la cerveza, que ayer daba la sensación de que corría más que otros días). El músico asturiano, al que le podemos dar el pasaporte de gallego cuando quiera porque ole él con cómo habla el idioma patrio y la defensa que hace de lo nuestro, empezó irreverente y divertido como es él. Dijo que quería que todo el mundo se desnudase y hasta hizo sonar Nueve semanas y media. Él es así. Y, ojo, que las chaquetas saltaron al aire. Lo de sacar bragas y calzones se quedó en nada. O no. Quién sabe.

Al cielo aún le quedaba sol y a la noche muchos cartuchos que quemar cuando Cuevas hizo suyo el PortAmérica. Atizó a diestro y siniestro (mentira, solo a diestro) y hasta agradeció a la Iglesia «que no deje casar a los maricones». Qué revolución de muchacho, pandereta en mano y tocando «a la fuente voy por agua». Era el día del Drogas o Ilegales, pero también de Arde Bogotá o del grandísimo y bailongo Juanes, al que hasta los puristas respetan porque tuvo pasado heavy y eso son palabras mayores.

Habría que esperar a la madrugada para sentenciar. Pero pintaba que el PortAmérica resucitaba sobremanera al tercer día... sin haber estado muerto nunca. Que quitarle mérito a Aitana después de haber causado la mayor euforia que se recuerda en el festival sería de juzgado de guardia, aunque a muchos festies de toda la vida les costase Dios y ayuda aguantar el «con las babies» hasta el final. Pero, para casos de emergencia en el PortAmérica, además de salidas, está la Duendeneta tocando sin parar y sin mañana. Y eso, si no es lujo, se le parece. Que siga la fiesta, que queda verano. Y juventud.