Juan Abeigón, abogado y voluntario: «En Cáritas debemos pasar de dar comida a entregar tarjeta con dinero. Es más digno»

PONTEVEDRA

Dice con orgullo que lleva toda su carrera ejerciendo como letrado del turno de oficio, donde se puso las gafas de la justicia social para no quitárselas más y ahora dirige la sede interparroquial de Cáritas en Pontevedra
19 feb 2024 . Actualizado a las 10:56 h.A Juan Abeigón Vidal (Pontevedra, 1965) la vida le demostró bien pronto que puede ponerse muy cuesta arriba. Se emociona recordando la inesperada muerte de su padre a una edad bien joven y cómo se madre se convirtió en una súper mujer para sacar adelante a los cuatro hijos que tenía en casa. Quizás por esa infancia en la que siempre supo lo que valía un peine o porque la sensibilidad le venía de serie, Juan Abeigón decidió pasar por la vida poniendo los ojos en los que no tienen suerte. Sin juzgar, que como él bien dice es abogado y no juez, pero tratando de entender que detrás de una vida que se tuerce suele haber muchas causas. Letrado con orgullo del turno de oficio desde hace tres décadas, en septiembre lo nombraron director de Cáritas interparroquial de Pontevedra. Y esa es la excusa perfecta para charlar con él en una mañana de viernes.
Viene de corbata y parece lo que es; un abogado ocupado. Pero Juan no necesita quitarse la chaqueta americana para estar más cerca de los que viven en la calle que de los que pisan los despachos. Después de decirle adiós a su sueño de ser marino porque la economía familiar no estaba como para pagarle esa formación, sacó Derecho por la UNED, se fue a la mili y comenzó a trabajar. El turno de oficio le marcó: «Me di cuenta de que ahí se hace una labor social importantísima y casi siempre callada». Llevó casos civiles, penales... y fue atendiendo a personas con derecho a la justicia gratuita cuando se dio cuenta de que tenía que ser voluntario de Cáritas. «Entré para prestar asistencia legal, porque hay mundo de cosas que la Administración no cubre y que debemos atender. ¿Sabes cuántas pensiones y ayudas inembargables se embargan porque nadie se interesa por ello, porque la Administración va como va? Hay que ayudar a esa gente», señala.
Habla de dar asesoramiento a extranjeros, de cubrir lo que la justicia gratuita no alcanza. O, simplemente, de echar un cable para acabar con la brecha tecnológica: «Es que tenemos muchísima pobreza con la tecnología. Hay gente a la que le piden cosas por vía telemática que no tiene ordenador ni móvil. ¡Hacienda es inmisericorde con ellos!», exclama.
En esas estaba, prestando asistencia legal como voluntario, cuando a finales del año pasado surgió la oportunidad de ser director de Cáritas. Se puso manos a la obra y entonces descubrió todavía más todo el trabajo que hay por hacer: «Tenemos muchísima exclusión social, hay que luchar por darle dignidad a quienes menos tienen. Por ejemplo, Cáritas debe pasar de dar comida, de la ayuda en especias, a entregar una tarjeta con dinero para que cada uno lo gaste como quiera. Tendrá que haber un control, obviamente, no se podrá comprar alcohol u otras cosas así. Pero es mucho más digno así», sostiene.
Cuenta que aunque Cáritas se centra en los sintecho, a los que en Pontevedra les da cama en su albergue, está prestando auxilio a muchas familias con hogar: «Está viniendo gente que tiene a una persona con trabajo en casa... pero es que la nómina no da para pagar la vivienda y la energía, esos son dos problemones». Hablamos de vivienda y Juan se enerva. Lanza un mensaje claro a las instituciones: «Tenemos que tomarnos en serio lo de hacer viviendas protegidas y sociales. Yo cada vez que veo un edificio público sin uso se me cae el alma a los pies... que hagan habitaciones para personas sin hogar, que los utilicen para eso que cada vez más gente acaba en la calle».
Su mención nos lleva a abordar qué es lo que ocurre para que alguien acabe en la calle. Y entonces Juan se refiere a las veces en las que visita el albergue de Cáritas y habla con quienes duermen allí porque no tienen otro techo: «Son personas como tú y como yo. Hay quien no superó el trauma y la penuria económica de un divorcio, algunos más que tuvieron o tienen adicciones... pero que son como nosotros. No es tan difícil acabar en la calle». Cuenta entonces lo duro que es salir de esa situación sobre todo si uno perdió el vínculo con la familia y está solo. Pero Juan es de los del vaso medio lleno; de los que creen que se puede. «Se puede salir de ahí, pero con ayuda. Que vengan voluntarios, que hay trabajo», reclama.