Roberto, diagnosticado con esquizofrenia: «Mi peor enemigo es estar sin hacer nada»
PONTEVEDRA
En el Día Mundial de la Salud Mental, este hombre, de 41 años, que vive en un piso supervisado de la asociación Alba en Pontevedra, narra qué supone tener una patología psíquica
11 oct 2023 . Actualizado a las 13:39 h.El de este martes no es un día cualquiera en la Asociación Alba de Familiares y Amigos de Enfermos Psíquicos de Pontevedra. Unas cuantas botellas de refrescos en el vestíbulo de su centro y la barbacoa preparada para asar en el jardín delatan que algo se celebra. Aunque quizás esa no sea la palabra, como advierte Germán, terapeuta del colectivo: «Quizás sea mejor decir que estamos conmemorando el Día Mundial de la Salud Mental». Sea como fuere, la fecha no pasa desapercibida. Va a haber un magosto, va a inaugurarse una exposición con trabajos de artesanía hecho por los usuarios de su pionero y ya veterano centro y, también, se va a hablar de qué significa tener una enfermedad mental. ¿Por qué? Porque muchas veces es difícil que quienes no viven esta realidad, cada vez más frecuente, tomen conciencia de lo que supone y de los estigmas que todavía hay sobre las mismas. Para derribar esos muros aún existentes, para ponerle cara y voz a lo que implica un diagnóstico así y cómo puede ir mejorando la vida de una persona con una patología mental con la atención adecuada, no faltan voluntarios en la asociación Alba. Roberto Lorenzo y Agustín Santiago cuentan su historia. Y lo hacen con una franqueza digna de admirar.
Roberto, con 41 años cumplidos y un tatuaje en el brazo en el que se lee Marisa, es de Vigo. Recuerda perfectamente cómo debutó la enfermedad mental en su vida. «Tenía unos 16 años y comencé a escuchar voces y a interpretar que decían cosas malas de mí», cuenta. En aquel entonces él ya trabajaba, ora en el bar de su familia ora en distintos empleos. Reconoce que la enfermedad, al principio, le arrasó completamente. «Todo empezó con mucho estrés y ansiedad por temas de los trabajos que tenía. Fue una época durísima, tengo la imagen de mí mismo cayéndome la baba por las pastillas que tuve que tomar después de que me diese el brote. Fue todo muy duro, porque además es que no sabía lo que me pasaba», cuenta.
Le diagnosticaron esquizofrenia, comenzó su tratamiento y un día, cuando rondaba los veinte años, le cambió la vida: «Conocí la asociación Alba y fue un antes y un después. De repente, me ofrecieron todo. Tenía mis terapeutas, me pude venir a Pontevedra a vivir a un piso supervisado... Me ofrecieron otra vida, una vida distinta... una vida mejor. Y aquí sigo». Roberto se emociona entonces y explica que tuvo que acostumbrarse a vivir «con la necesaria supervisión» y a detectar aquellas cosas que le hacían especialmente daño: «Tengo que huir de las situaciones de estrés. Por ejemplo, me levanto muy temprano para evitar andar con prisas, porque sé que eso no va bien. Pero, a la vez, también sé que el peor enemigo es no hacer nada. Sé que aunque a veces no me apetezca levantarme de cama tengo que hacerlo sí o sí».
Cuenta entonces que amanece a las seis de la madrugada, con tiempo para tomarse las cosas con calma. Se asea, limpia el piso que comparte con otros usuarios de Alba —en total, entre el centro de rehabilitación psicosocial y los pisos, este colectivo atiende a más de 50 personas—, hace la comida y luego parte hacia el centro, que le queda a tiro de piedra, en las instalaciones de Príncipe Felipe, para participar en las actividades del día. Roberto se ha hecho ceramista, sabe tallar espejos o también le da a la pintura. Lo que sea con tal de tener la mente y las manos ocupadas. «Me dieron la incapacidad absoluta, porque es cierto que tengo que llevar una vida muy pautada, pero puedo hacer muchas cosas y las hago», indica.
El tatuaje de Marisa
Todas las tardes sale con sus compañeros, sin excepción, porque sabe que eso también ayuda. Y un par de días a la semana disfruta de su gran pasión: «Estamos federados en la liga de fútbol de personas con enfermedades mentales. Juego y me siento muy, muy feliz». Habla de los partidos y se le pone una sonrisa. Gesticula con alegría y en su brazo se lee perfectamente la palabra Marisa. La risa se transforma entonces en una mueca de emoción. Y Roberto remacha: «Ella era mi madre. Fue duro para ella mi enfermedad y fue muy, muy difícil para mí cuando se murió. Esas situaciones son complicadas de llevar». La sonrisa vuelve pensando que en posiblemente Marisa sonriese si le viese ahora cuando va a visitar a sus hermanas: «Ahora ven que soy otro, que limpio, que les ayudo a hacer la comida... y que encima se me da bien. Hago muy buenos guisos y platos elaborados».
La felicidad de Agustín
Agustín Santiago le escucha y se ríe. Natural de Marín, no parece difícil hacerle sonreír. Aunque él dice que hubo una época de su vida en la que le costó bastante: «A los 18 años sufrí alucinaciones y me diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Fui el primer usuario de la asociación Alba. Ahora tengo 59 años y puedo decir que estoy bien, curado y feliz. Me siento dichoso porque mi vida diese un giro y lograse tener estabilidad». Al igual que Roberto, señala que mantener rutinas, tener una atención adecuada con profesionales «que te entienden y se ponen en tu lugar», fue básico para salir adelante. La sonrisa de lado a lado aparece en su rostro cuando Roberto —no su compañero, sino Roberto Fernández, director del centro de Alba y psicólogo— le pide que hable «de los pulpos». Agustín se embala y cuenta cómo es su participación en un proyecto de turismo marinero. No hace falta que lo jure. Es feliz. Eso sí, tanto él como su compañero Roberto tienen claro algo: «La gente debería entender que se puede llevar una vida normalizada aunque se tenga una enfermedad mental. Y eso no siempre se entiende».