La noche que el terremoto cortó la llamada de Mohamed con mamá desde Pontevedra

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Mohamed, en la carnicería que regenta en Pontevedra, hablando por teléfono con su madre
Mohamed, en la carnicería que regenta en Pontevedra, hablando por teléfono con su madre Ramóno Leiro

Este marroquí tiene «el cuerpo en Pontevedra y la cabeza en Marruecos» porque su madre pasó tres noches en la calle. Lucha para traerla a Galicia

18 sep 2023 . Actualizado a las 17:49 h.

Cuando Mohamed Bah era un crío de once años, su padre murió y en su casa, en la ciudad de Marrakech, nació una heroína. Cuenta él que Zahia, su madre, se puso una coraza enorme para sacar adelante a él y a sus tres hermanas. Trabajaba en una fábrica de aceitunas, hacía las cosas de casa, tiraba de la familia para que le ayudasen con los críos... y tenía una cosa muy clara, que su hijo recuerda con orgullo: «Solo nos decía que estudiásemos, que teníamos que buscar un futuro mejor. Nunca quiso que dejásemos de ir a al escuela para ayudar en casa. Yo estudié hasta los 17 años». Habla así desde detrás del mostrador de la carnicería que abrió en Pontevedra hace una década; un negocio donde toda África y Latinoamérica puede vencer la morriña a base de productos gastronómicos de sus países. Mohamed siempre estuvo muy unido a su madre. Por eso no es casualidad que el viernes, cuando Marruecos se convirtió en un país tembloroso, él la tuviese al otro lado de la línea, en una videoconferencia: «Mi madre estaba al teléfono conmigo y todo tembló. Se cortó la llamada... fue terrible», cuenta él.

Relata que la noche que vino después fue pura angustia. A la casa de su progenitora no le pasó nada, pero la de una hermana sí resultó dañada. A Mohamed le preocupaba que su madre estuviese en la calle, hacia donde corrió, presa del pánico, temiendo que un nuevo temblor la sepultase entre cascotes. Así que él tampoco se acostó. Ni ese día ni los dos siguientes que la mujer continuó en la vía pública: «Yo no podía irme a dormir sabiendo que mi madre está en la calle. Desde el terremoto tengo el cuerpo en Pontevedra y la cabeza y el corazón en Marruecos». Se pasó todas esas madrugadas hablando con Zahia. La cobertura iba y venía y él marcaba una y otra vez el teléfono para asegurarse de que seguía a salvo.

Mohamed, de 39 años y casado en Pontevedra, cuenta que llevaba ya un año intentando que su madre se viniese a Galicia. Y que el terremoto no hizo más que aumentar esa ansia que tiene de dejar de verla en la pantalla y poder abrazarla: «Quiero traerla para aquí, pero la burocracia nos lleva retrasando el viaje un año». Habla de esa necesidad que siente de cuidar a esta mujer y vuelve a bucear en su vida. Para contarla.

Nació y se crio, efectivamente, en Marrruecos. Y, a los 25 años, después de trabajar allí en los mercadillos, vendiendo para tratar de ayudar en casa, hizo la ruta del inmigrante. Llegó a Salamanca siguiendo los pasos de un cuñado y después acabó recalando en Francia. No le quita drama a lo que supone dejar atrás el país: «Te vas sin nada, te quedas sin tu familia, sin tus amigos... es muy duro. Solamente el que lo vive sabe lo duro que es», señala.

Cuando estaba en Francia, donde encontró empleo en el sector de la construcción, conoció a una joven de origen marroquí pero criada desde niña en Galicia, concretamente en Pontevedra, y el amor le trajo a la tierra gallega. Se enamoraron, se casaron y comenzaron a vivir en la urbe del Lérez, donde él montó la carnicería que continúa regentando. Dice orgulloso que tiene tanto clientela de su país como vecinos del barrio y lo cuenta mientras despacha un tarro de comino y una bandeja de higos. No les va mal, a él en la carnicería y a su mujer en otro empleo en el sector hostelero, después de unos inicios difíciles. Pero su cruz es tener a los suyos lejos.

Hace un tiempo, su mujer vino a Galicia, estuvo unos meses y volvió a Marruecos con la intención de arreglar el papeleo y volver para quedarse. Tuvo problemas con esos trámites y lleva ya un año esperando para reunirse con Mohamed. A él le duele su soledad por varias cosas: «Dos de mis hermanas están en Marruecos, pero lejos de ella. Además, yo soy el único chico de la familia y yo tengo que cuidarla. Ella allí no tiene pensión ni nada, yo le envío dinero. Y quiero tenerla aquí conmigo», señala.

Todavía con el miedo en el cuerpo por el terremoto, Mohamed reconoce que su mente está ahora permanentemente en Marruecos: «Hago muchísimas videollamadas allí». Él es el presidente de la comunidad islámica de Pontevedra y como tal ha organizado una recogida enseres y comida para enviar a Marruecos. Cree que tiene el deber de ayudar a esos pueblos sepultados. Se emociona al decirlo y concluye: «Nunca en mi vida pensé que podía pasar allí algo así. Es duro vivirlo allí, pero también desde la distancia... es que es mi país».