Mayka, con parálisis cerebral: «Mi madre se murió sufriendo porque en Pontevedra no había una residencia para mí»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Mayka, ante la residencia que Amencer acaba de inaugurar en Pontevedra, en la que ella espera poder vivir cuanto antes.
Mayka, ante la residencia que Amencer acaba de inaugurar en Pontevedra, en la que ella espera poder vivir cuanto antes. CAPOTILLO

La vida de esta mujer de 48 años se puso cuesta arriba cuando hace cuatro años se quedó huérfana. Suspira por ser la primera usuaria del centro residencial que Amencer acaba de inaugurar

09 abr 2023 . Actualizado a las 20:33 h.

Con Mayka Castiñeiras bastan cuatro minutos de conversación para comprender, como dice ella misma esforzándose a más no poder por hacerse entender, la «putada» que es la parálisis cerebral. Porque Mayka, de Pontevedra, tiene un cerebro que funciona a la perfección en un cuerpo que se empeña en ir a lo suyo y que no le permite andar, hablar con fluidez o siquiera mover los brazos y manos a su antojo. Pero, a sus 48 años, hace tiempo que dejó de lamentarse. Y mucho menos lo hace ahora, cuando su cabeza es una sonrisa andante sobre su silla de ruedas. Está feliz a rabiar. Tan feliz que, como también señala ella, podría dar saltos de alegría mañana y tarde si sus piernas se lo permitiesen. ¿Por qué tanta alegría? Porque por fin en Pontevedra se inauguró una residencia para personas con su diagnóstico; el centro residencial de Amencer. Ella suspira por ser su primera usuaria. Porque desde que se quedó huérfana vive «de prestado» y porque, como narra con los ojos humedecidos y la sonrisa yendo y viniendo, está convencida de que Elisa, su mamá, que falleció hace cuatro años, estará también en algún lado dando botes: «Mi madre murió sufriendo porque no hubiese una residencia para mí», espeta.

Mayka nació y fue niña en la ciudad francesa de Metz, a la que sus padres habían emigrado. Se acuerda del primer centro en el que estuvo y de cómo aprendió a hablar francés. Luego la familia, formada por el matrimonio, Mayka y otro hijo más pequeño, regresó a España y se asentó en Pontevedra.

 Ya hace casi un cuarto de siglo que, viviendo ya en la ciudad del Lérez, Mayka cruzó por primera vez la puerta del centro de día de Amencer. Dice que le cambió la vida entrar en ese lugar al que sigue acudiendo cada jornada: «Fue y es maravilloso. A mí me cambió todo», dice, cogiendo la mano de Rosa, que es trabajadora de este centro y que sobre todo es amiga de Mayka.

Ella creció con Amencer en todos los sentidos y viceversa, porque, como señala Rosa, personas como esta mujer les fueron marcando el camino. En este centro, Mayka tomó pronto conciencia de que tener parálisis cerebral no significa que su vida deba limitarse a lo que los demás desean para ella; que tiene derechos y deberes como cualquier otro ciudadano. Y que, aunque precise ayuda física prácticamente para todas sus actividades cotidianas, eso no significa que no sepa lo que quiere. En Amencer hizo amigos que son hermanos, con los que sale a tomar café o llora penas. Y en Amencer comenzó su noviazgo con Sergio, con el que lleva media vida paseando su amor por Pontevedra. Recuerda la negativa inicial de su madre a que tuviese pareja. Y recuerda también su persistencia para que cambiase de opinión.

Mayka perdió primero a su padre. Y, hace cuatro años, se quedó huérfana. El recuerdo de los últimos tiempos con Elisa, su madre, la hacen llorar tanto a ella como a Rosa. Es esta última la que recupera un hilo de voz y toma la palabra: «Elisa tenía cáncer, pero quería resistir con vida por Mayka... dedicó su vida a ella y se preguntaba cómo iba a estar tras su muerte». Mayka asiente y cuenta que, efectivamente, lo que vino después no fue fácil.

Aunque tiene un hermano que le ayuda, este vive con su familia en otro municipio y Mayka no quería pensar siquiera en complicarle la convivencia y en la posibilidad de alejarse de Pontevedra y del centro de día de Amencer, piedra angular de su existencia. Así que esa opción era inviable. Tenía una casa, pero necesitaba compañía y apoyo. Acabó viviendo en su domicilio de siempre con una cuidadora y su familia. Luego se marcharon y llegaron las personas con las que reside actualmente, un matrimonio y sus hijas pequeñas. Está en su vivienda y tiene apoyo físico, pero no es lo que quiere: «Es como estar de prestado, yo no me siento en mi casa aunque lo sea. Y para ellos tampoco. Yo necesito una residencia adaptada y especializada en parálisis cerebral... la deseo desde hace tanto tiempo... Pero mis compañeros de Amencer que se vieron también sin padres y se tuvieron que ir a un centro residencial acabaron lejos de Pontevedra. Yo no imagino mi vida fuera de aquí, donde lo tengo todo».

Su apoyo, más allá de Amencer, es Sergio, su pareja, y toda su familia. Dice que se quita el sombrero ante su madre, que la trata «como a una hija más». Pero ni es viable ni ella quiere que él asuma su cuidado: «Sergio es mi novio, no mi cuidador», dice. Por eso lleva cuatro años contando los días para que Amencer por fin abra la residencia para personas con parálisis cerebral en la ciudad del Lérez. Fueron muchos días de frustración, de no entender cómo pueden tardar tanto unas instalaciones tan necesarias. Y, cuando hace unos días se inauguró el centro en las antiguas dependencias de la ONCE, solo le salía sonreír mientras exclamaba: «¡Voy a tener una nueva vida, voy a ser feliz aquí!».

Mayka Castiñeiras, conociendo las instalaciones del centro donde espera residir.
Mayka Castiñeiras, conociendo las instalaciones del centro donde espera residir. CAPOTILLO

Mayka confía en que, con las instalaciones a punto, la burocracia no empañe su anhelo y su necesidad de vivir cuanto antes en una residencia —queda que la Xunta concierte las plazas para que el centro funcione—. Mira al cielo, buscando el sitio al que se fue su madre, y grita: «¡Conseguido!». Esta vez no hace falta que Rosa traduzca. Tantos años soñando con esa palabra le hacen pronunciarla clara y de carrerilla.