La primera dueña de la vivienda de Cotobade que era un laboratorio de coca: «Estoy en ''shock'', vendí la casa y parecía buena gente»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Ramón Leiro

Sostiene que «cada piedra» de ese inmueble lo levantaron ella y su marido, ya fallecido, y que ni ella ni sus hijas tienen nada que ver con los narcos sudamericanos: «Ni nos ha llamado la policía»

24 mar 2023 . Actualizado a las 19:39 h.

Aura, natural de Venezuela pero nacionalizada española desde hace mucho tiempo y residente en un municipio de Pontevedra, tarda unos segundos en responder al teléfono. Su voz suena rota y entrecortada. Se intuye el llanto en el que asegura que está sumida desde que, el martes, desayunó con la llamada de teléfono de un vecino de Cotobade que, indica ella, la dejó helada: «Me dijo que en la que era mi casa, que la vendí hace un año, había entrado la policía y que algo gordo pasaba allí». A golpe de ver imágenes en periódicos y vídeos en la televisión se fue enterando de que en su antigua vivienda, en esa propiedad que asegura que construyó «piedra a piedra» con Javier, el hombre que fue su marido y del que enviudó hace un lustro, había sido convertida por narcos sudamericanos en un laboratorio de cocaína. Dice que no da crédito, y concluye: «Estoy en shock, vendí la vivienda y me parecía buena gente. Ni yo ni mis hijas tenemos nada que ver con todo ese horror, estamos paralizadas». 

Esta mujer viaja al pasado para contar su historia. Ella emigró desde Venezuela a España hace dos décadas, dejando atrás a tres hijas. En Galicia conoció a Javier, de Vilagarcía, separado y con dos hijos. Se casaron y, según ella por elección del esposo, apostaron por vivir en Cotobade. Hicieron una casa en A Longa de Abaixo, como dice ella «en el medio del monte», porque solo hay otras dos viviendas en el lugar y están a unos cientos de metros. Ella se trajo a sus tres hijas de Venezuela y cuenta que en esa casa vivieron tiempos felices. Dice que él trabajaba como soldador y ella de cocinera o limpiadora. «Pasamos apuros, pero tiramos hacia delante y mis hijas pudieron estudiar», cuenta. Dice que llevaban una vida normal y corriente, que sus hijas hicieron amigos en Cotobade y que le extraña que a raíz de todo este suceso se dijese que ellas eran colombianas «porque nuestro acento es venezolano y fácil de distinguir».

Hace cinco años, su realidad cambió drásticamente. Su marido, que pasaba temporadas fuera por causas laborales, falleció, a los 54 años de edad, cuando estaba en una estación de tren de Lérida, de camino a su trabajo de soldador. «Fue de repente, una muerte súbita», puntualiza. Aura cuenta que al morir él se quedó sola, dado que sus hijas, ya mayores, habían emprendido camino y dos vivían en distintos puntos de la provincia de Pontevedra y la otra se había marchado a Canarias. Señala que le compró su parte a los hijos de su difunto marido y que siguió viviendo un tiempo considerable en esa casa de la aldea, pero que todo se le venía encima: «Me cansé de tanta finca, de desbrozar y sobre todo de estar solita. No es lo mismo estar en solitario en un piso que en aquella casa», explica.

Así que, según ella indica, puso en venta la vivienda. Dice que lo hizo mediante una empresa y que un día acudió a verla un matrimonio, con un niño y un perro, a los que ella no conocía de nada. Insiste en que ella misma les enseñó la propiedad y que la pareja no era sudamericana, como los presuntos delincuentes que montaron el laboratorio de cocaína: «Eran españoles, no de Galicia, pero sí de otra parte del país y parecían normales, buena gente». Dice que tras enseñarles el inmueble y pactar un precio solo se volvieron a ver una vez: en el notario, donde firmaron la venta e intercambiaron teléfonos.

A partir de ahí, narra un episodio un tanto llamativo. Dice que un día la llamó un antiguo vecino diciéndole que había un problema con una tubería de su casa. Aura indica que se desplazó hasta allí, pero que el matrimonio no estaba, sino que en su antigua finca la recibió un hombre español que se identificó como el encargado de la limpieza. Insiste en que nunca más volvió por allí ni supo nada más de su antigua casa: «No me interesó más, ¿para qué iba a volver? Quería pasar página, cerrar ese capítulo de mi vida», defiende. 

Aura cuenta que tras la venta se marchó un tiempo a vivir a Canarias porque quería estar con su hija y su pequeña nieta. Y que luego, gracias al dinero de la venta de la casa y una hipoteca, se pudo comprar un piso en el municipio pontevedrés en el que ahora reside. A los 50 años, señala que vive de la pensión de viudedad y de la ayuda de sus hijas: «Ellas trabajan y me ayudan si lo necesito. Somos una familia normal, no tenemos nada que ver con todo eso», insiste una y otra vez. Indica que se enteró por el vecino y por los medios del operativo policial, pero que la policía no contactó con ella en ningún momento. Cree que es posible que lo haga, o que quizás ya no porque «en el notario están las escrituras que demuestran que la casa se vendió». Dice que no se atreve a llamar al teléfono que le facilitó el matrimonio al que le vendió la casa y que si ellos están o no implicados «ya se sabrá por la policía». 

Aún así, pese a insistir en que ni conoce ni trató a las personas que montaron el laboratorio de cocaína en la que fue su casa durante catorce años, es consciente de que muchos en Cotobade se preguntan si ella y sus hijas no están detrás de este suceso. «Sé cómo son los pueblos, pero es que yo no tengo amistades ni de Colombia ni de México y yo soy venezolana. Y ya ves que no estoy detenida, y mis hijas tampoco», indica. También sale al paso del hecho de que su hija mayor y su yerno vivan en Canarias y que, precisamente, allí también se produjeran algunas de las 18 detenciones de esta redada comandada por la Audiencia Nacional: «Es una casualidad. Ella está en su casa con su niña, ejerciendo de madre», defiende Aura. 

Sus palabras las corrobora desde otro punto de la provincia de Pontevedra su hija pequeña, de 26 años, que ni siquiera tiene acento sudamericano porque lleva en España desde los seis años. Se crio en la casa de Cotobade en la que la policía descubrió el laboratorio de droga y unos cien kilos de cocaína. Dice que no entiende lo sucedido: «Estoy flipando, no me lo acabo de creer. Y tampoco entiendo que haya vecinos que crean que somos colombianas, porque somos venezolanas. Yo, de hecho, soy más española que otra cosa. Llevo toda la vida aquí. Sigo en Galicia, trabajo aquí... y no entiendo todo lo que ha pasado con la antigua casa de mi madre», señala. Al igual que su progenitora, dice que no sabía absolutamente de los nuevos ocupantes de su vivienda: «A mí me dio muchísima pena que se vendiese la casa, porque fue donde viví mi niñez. No quise ni ir a despedirme del sitio y no volví por San Jorge [en referencia a San Xurxo de Sacos, la parroquia donde está el inmueble]». 

En Cotobade, conforme pasan las horas, los vecinos van rescatando los recuerdos que tienen de estas mujeres venezolanas que ellos creían colombianas y, también, de cómo casi de la noche a la mañana, tras fallecer el marido, les perdieron la pista a la madre y las hijas y no supieron exactamente si vendieron la casa, la alquilaron o qué pasó con el inmueble. Dicen que Javier, el marido de Aura y antiguo copropietario de la vivienda, «trabajaba muchísimo y ganaba bastante dinero» como soldador. Y que tanto la esposa como las hijas llevaban una vida aparentemente más relajada. Frecuentaban los escasos bares de la parroquia y eran dicharacheras. 

Tras marcharse ellas, se supo que había al menos dos varones con acento canario en su antigua vivienda, que de cuando en vez salían a tomar algo o tapear por la parroquia. Pero, a partir de ahí, nadie acierta a decir quién rondaba por allí y cómo una casa de aldea acabó convertida en el mayor laboratorio de cocaína descubierto en Europa.