«Non che daban nin os bos días»: los narcos de la aldea de Cotobade que pasaron por unos antipáticos cualesquiera

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

La vivienda en la que se encontró el macrolaboratorio de cocaína.
La vivienda en la que se encontró el macrolaboratorio de cocaína. Ramón Leiro

El despliegue policial, con potentes focos ante la casa donde tenían un laboratorio de cocaína fue tal que algunos paisanos creyeron «que había ovnis»

23 mar 2023 . Actualizado a las 16:50 h.

El reloj acariciaba las dos, en la madrugada del lunes al martes, cuando una mujer de la aldea de A Longa de Abaixo, en Cotobade, se levantó al servicio. Entonces, la deslumbraron unos focos que apuntaban hacia la casa de los vecinos, a unos 300 metros de distancia de la suya. «Mirei pola ventá e vin moitísimas luces, era incrible. Estaba todo iluminado cara a casa deles», cuenta. La mujer pensó que «esa xente» andaría de fiesta en plena madrugada. Ni le extrañó, ni le dejó de extrañar. Porque hace tiempo que se dio cuenta de que «esa xente» era antipática y que no quería saber nada de ellos. Así que se volvió a meter en la cama sin más contemplaciones. Al día siguiente, el martes, entendió que el lucerío nocturno no había sido de risas, sino de llantos. Porque, a media mañana, numerosos agentes y coches policiales aún tenían tomada la casa de los vecinos. Entonces, dedujo que «esa xente» era algo más que huraña y que estaba metida en problemas. 

Esta vecina, como otros lugareños, cuenta que desde que murió el hombre que construyó esa casa -que vivía en ella con una pareja colombiana y con las hijas de esta- le perdieron la pista a lo que pasó con el inmueble. Suponen que la alquilaron a quienes comenzaron a pulular por allí, casi siempre sudamericanos. Nunca llegaron a tener relación con ellos, ni tampoco con las mujeres colombianas del principio. ¿Por qué? «Porque pasaban por onda ti e non che daban nin os bos días», explica. Además, hubo algún que otro encontronazo por asuntos menores; pequeños detalles que hicieron que, al menos esta vecina, no quisiese tratos con ellos. «Deixamos de traballar a veiga que temos onda a súa casa por non velos, víase que podía haber problemas», señala. El único contacto visual era cuando pasaba con el coche por delante de su casa, unos momentos en los que lo único que comprobaba era que había gente por allí. Nada más y nada menos. 

Ramón Leiro

En Cutián y Barral, dos aldeas a tiro de piedra, tampoco nadie parecía conocerlos mucho. Sí sabían la historia de que la casa la hizo un hombre que falleció y que vivía con una mujer colombiana, que luego continuó ahí un tiempo con sus tres hijas. Si luego vino gente relacionada o no con ellas es algo que nadie sabe. En todo caso, los que llegaron pasaron desapercibidos. Hasta la noche del lunes. Ese día, al anochecer, una vecina de Cutián llamó desesperadamente a otra. Le dijo que saliese fuera, que estaba asombrada con lo que veía a lo lejos. Esta segunda mujer salió y también se quedó perpleja: «Había luces por todas partes, vivimos algo impresionante. Llegamos a pensar que eran ovnis», indica. 

 Pasaron horas observando qué es lo que ocurría y poco a poco, pese a que se hizo noche cerrada, comprobaron que tanto el lucerío como el ruido similar al de una desbrozadora que escuchaban procedían de la citada casa y que lo que había delante de la misma eran coches policiales. «Daban las dos, las tres y las cuatro de la mañana y seguía todo el operativo, era algo impresionante. Por lo menos había ocho coches y vino hasta una de esas lecheras de la policía, un furgón», indica. Tanto ella como otras mujeres estuvieron en vela buena parte de la madrugada e incluso les pareció que alguien se había escapado por el monte y lo estaban intentando atrapar.

Las vecinas durmieron poco y mal y cuando se levantaron el martes seguían escuchando un zumbido impresionante. Se trataba de un helicóptero que sobrevolaba de nuevo la casa iluminada la noche anterior. No daban crédito. Entonces, comenzó a extenderse por el pueblo la noticia de que la policía había asaltado la casa de las colombianas, que es como todos le llaman a esa vivienda por las mujeres que vivieron ahí en un principio. Sin saberlo, estas vecinas habían sido testigos a lo lejos de una operación que dio al traste con un macrolaboratorio de cocaína que los inquilinos del citado inmueble habían montado en plena aldea y sin disimulo alguno; pasando por simples antipáticos, pero ejerciendo de narcotraficantes. 

 Que eligiesen una aldea para montar su factoría ilegal suena tan de película que algún vecino, como el bueno de Argimiro, ayer aún no se lo creía. Este hombre también vive en Cutián, pero durmió a pierna suelta y no se enteró del operativo. Por la mañana, cuando vino el chaval del supermercado a traerle víveres, le contó que la policía había estado «na casiña das colombianas» y él se apiadó de ellas: «Pensei que lles roubaran». Le dijeron que debía ser otra cosa pero él, ya entrado en años, seguía rosmando hacia el cuello de su camisa: «¿Aquí na aldea? Sería un roubo, que ía ser». Pero el bien pensado de Argimiro esta vez no acertaba.