Bego, una mujer coraje tras sus selfis de chica pincel en Instagram

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Bego, en su pose más característica en Instagram, en el vestidor de su casa.
Bego, en su pose más característica en Instagram, en el vestidor de su casa. Cedida

El perfil de esta fisioterapeuta con clínica en Caldas va de moda y maquillaje. Pero es mucho más. Canta verdades sobre cuidar una madre enferma o un embarazo con fecundación in vitro

16 nov 2022 . Actualizado a las 19:47 h.

«Loca por las cosas bonitas». Begoña Porto (Meis, 1982), Bego, eligió esas cinco palabras para definir su perfil en Instagram, Begoporto, en el que actualmente tiene 11.000 seguidores. Es un portal en el que, cada pocos días, ella se asoma monísima y  sonriente al por mayor, móvil en mano, haciéndose un selfi con cuidados estilismos y posando en el precioso vestidor de su habitación. Viéndola, parece que esas cosas bonitas por las que se pirra son esas camisas y jerséis de cuellos grandes que tanto definen su estilo, los vestidos coloridos o los bolsos más tendencia del mercado. Pero, ojo. Solo hace falta seguirla un poco, ir leyendo sus comentarios  para darse cuenta de que, efectivamente, a Bego le gusta ir como un pincel. Pero que sabe bien que las cosas más bonitas de su vida nunca viajan en la bolsa de una tienda. No miente en su Instagram. Pero su perfil quizás no dé la medida de la mujer coraje que lo firma. 

 Bego fue niña de aldea. Se crio en Lantañón (Meis). Es la pequeña de tres hermanas, hija de unos padres trabajadores que le enseñaron a esforzarse desde niña. «Mi madre trabajó desde los catorce años, es algo que nos contaba a menudo. Crecí siendo muy consciente de eso», explica. Estudió el bachillerato y, cuando tocó elegir carrera, reconoce que procuró elegir algo que le gustase, pero que a la vez quedase cerca de casa para que sus padres no tuviesen que hacer un sobreesfuerzo económico. Se decantó por Fisioterapia, que está en el campus de Pontevedra y le permitía ir y venir a casa. La cursó, tituló y comenzó a trabajar. Primero lo hizo como asalariada y, hace once años, se atrevió a montar su propia clínica en Caldas. Así fue cómo se convirtió «en autónoma de la mañana a la noche». Reconoce que llegó casi a dormir en su trabajo: «Hasta que fui madre estaba aquí todo el tiempo», indica. 

Antes de que la vida de autónoma lo ocupase casi todo, el destino le había puesto delante a Álex, el amor de su vida. Lo conoció casi, casi en una cita a ciegas. Los presentaron unos amigos que estaban convencidos de que ella y él tenían mucho en común. Ella acudió a la cita, pero él de principio no fue porque tenía miedo que se tratase de un vacile. Dice Bego que le llamó por teléfono, él finalmente se presentó y ya no hubo vuelta atrás: flechazo fulminante.  Emprendieron la vida y el amor que a día de hoy mantienen, y que dura ya 18 años. 

Bego cuenta iban pasando los años junto a Álex y la pregunta sobre por qué no eran padres nunca dejaba de rondarles. Hoy era una vecina la que preguntaba, mañana un cliente, pasado otra persona... Dice que se cansó de poner excusas, de mentir o disimular. Y un día decidió que el perfil de Instagram que se había hecho para desconectar, donde se había estrenado enseñando los vestidos que tanto le gustan, era un buen lugar para contar qué le sucedía. «Me decidí a hablar de la fecundación in vitro porque me parecía que era un tema un poco tabú. La verdad es que para mí no fue algo doloroso ni dramático porque, aunque estaba cerca de los 40 años, no tenía una obsesión por ser madre. Era algo que deseaba mucho, sí, pero sin llegar a ser una obsesión.Mucha gente llegó entonces hasta mi perfil. Me decían que se sentían identificados con lo que estaba contando, con todas esas veces que te preguntan cómo no tienes hijos y demás... creo que fue importante contar todo ese proceso». 

Su cuenta en Instagram dio entonces un buen subidón. Y Bego fue viendo que ese portal que abriera como puerta de desconexión, porque es «presumida desde siempre, aunque no pija», le empezaba a reportar el cariño de mucha gente anónima. Siguió adelante con él y, cuando el bebé Manu llegó a su vida, hace ahora diez meses, se convirtió en una mami imperfectamente perfecta, en la vida real y en las redes sociales.Todo lo que enseña en el Instagram es realmente bonito; desde la habitación cuidadísima a la ropa del retoño preciosa pasando por sus juguetes o su casa de revista. Pero Bego no miente. Y cuenta también la parte b de la maternidad; las noches sin dormir, los cólicos del lactante o cómo por mucho que le guste la cosmética hay días que el tiempo solo da para lavarse la cara de refilón, y con suerte. 

Además, en su caso, su incipiente maternidad, que de por sí pone patas arriba la vida de cualquier pareja, se combina con más sacrificio. Porque Bego, que sigue siendo una autónoma que ahora libra dos tardes a la semana pero que el resto del tiempo trabaja a jornada completa (al igual que su pareja), también cuida de su madre, que está enferma, y de una tía mayor. Su voz se vuelve casi un susurro cuando narra cómo la salud no acompañó a los suyos. Su padre falleció de forma precoz, víctima de una enfermedad y, hace dos años su madre sufrió un ictus que le dejó importantes secuelas y que la convirtió en una mujer dependiente que necesita una silla de ruedas para desplazarse. Además, con ella vive también una tía mayor, con una discapacidad y también dependiente, que igualmente no tiene movilidad. Bego y sus dos hermanas son sus cuidadoras. Por el día cuentan con la ayuda de una persona durante cuatro horas, pero las noches y los fines de semana son cosa suya: «Nos turnamos y cada semana va una de nosotras tres a dormir a casa de mi madre. Es duro hacer las maletas y dejar al bebé con su padre y no dormir en casa una semana, pero así podemos cuidar a las dos, a mi madre y a mi tía», explica. 

Reconoce que su vida de trajín, de madrugones impresionantes y guardería, de buscar la complicidad de los abuelos paternos para que ayuden con su bebé, le obligó a renunciar a cosas, como la lactancia materna. ¿Le duele? Puede que sí. Pero reconoce que sus preocupaciones más graves caminan por otros derroteros: «Estamos cuidando a mi madre con el miedo de qué pasará en un futuro próximo, cómo estará, qué podremos hacer... ese sí que es un miedo que tengo». 

Habla así y enseguida vuelve al Instagram, a cómo lo que empezó como un pasatiempo se convierte muchas veces en un aliciente para ponerse mona, para sonreír y darse cuenta de cómo muchísimas personas anónimas valoran su gusto a la hora de elegir ropa o la decoración de su casa. Son muchas las ocasiones en las que ofrece rondas de preguntas y entonces abre su vida en la Red. Tira de sinceridad y hace decenas de recomendaciones de compras varias. Se ríe y dice que «lo que pongo es lo que de verdad creo, porque a mí nadie me regala nada ni vivo del Instagram». Eso sí, puede escribir que se pasó la mañana haciendo pucheros y pasando la aspiradora a la casa, que en la foto sigue saliendo igualmente hecha un pincel y con su vestidor ordenado al milímetro. Ella es así. Ya lo dice en su definición: «Loca por las cosas bonitas». Aunque igual debería añadir un verbo a la frase. Porque ella también hace las cosas bonitas. Que se lo pregunten a los suyos.