La curandera acusada de estar casada con el demonio ya tiene calle en Pontevedra
PONTEVEDRA
El callejero incorpora también a Ernestina Otero, profesora e intelectual represaliada por el franquismo, y a Dolores Trabado, pionera del taxi en España
09 nov 2022 . Actualizado a las 14:41 h.Vasquida García, Ernestina Otero y Dolores Trabado. Son tres nombres y otros tantos apellidos. Pero, en Pontevedra, ya son mucho más que eso. Desde el sábado, estas tres mujeres con historias descomunales detrás ya tienen sitio en el callejero de la ciudad, en la zona de la antigua Tafisa. Un monolito visibiliza allí sus biografías, aunque condensar su legado en unas cuantas letras sea bien complicado. Son tres mujeres de distintas épocas, con vidas muy diferentes pero que, quizás, tengan un denominador común: ninguna de ellas era como las demás. Llevaban en la frente la distinción, por sus pensamientos o por sus acciones, y eso hizo que sus vidas sean hoy historia de la ciudad y que sus nombres y sus apellidos figuren en el callejero.
Comencemos por Vasquida García, quizás la más desconocida y también la que queda ya más alejada en el tiempo. Gracias al trabajo hecho por Do gris ao violeta, el proyecto municipal para traer a la memoria la biografía de decenas de mujeres, se sabe que Vasquida vivió en los alrededores de Pontevedra en el siglo XVI. María Xesús López Escudeiro escribió una breve biografía suya, en la que dice que en aquel entonces Vasquida era bien conocida por su labor de curandera. Tenía talento para utilizar las hierbas medicinales y a ella acudían los vecinos buscando remedio para sus males. Pero la caza de brujas emprendida entonces por la Inquisición hizo que Vasquida acabase en la cárcel, en Santiago, acusada de practicar hechizos y brujería. Al parecer, allí, en un intento de ser indultada, se autoinculpó de mantener pactos con el demonio.
El perdón, por descontado, no llegó. Todo al contrario, fue azotada, expuesta a vergüenza pública y amenazada con castigos si continuaba con su actividad y con su matrimonio con el mismísimo demonio. Siguió adelante y, nuevamente, en 1579 fue llevada ante la Inquisición. Ella negó las acusaciones, pero la condenaron como autora de hechizos y brujerías y sufrió grandes represalias.
En 1890 nació la segunda mujer que ya tiene también sitio en el callejero. Se trata de Ernestina Otero, una pedagoga e intelectual a la que la ciudad lleva años ya homenajeando. De hecho, unos premios para fomentar que se incluya la perspectiva de género en los trabajos universitarios llevan su nombre. Repasar su historia de la mano de su nieto más joven, Manolo Puga, es darse cuenta de que Ernestina no solo dejó un poso importante en la historia por su pionera manera de entender la enseñanza, sino que marcó a varias generaciones de su familia: «O que somos hoxe é froito do que ela nos ensinou», dice Manolo Puga, que la conoció cuando era muy pequeño y, sobre todo, recuerda el dolor que hubo en su casa cuando Ernestina falleció.
Esta mujer nació en Redondela, en una familia de siete hermanos. Vino a Pontevedra a estudiar magisterio, donde consiguió la titulación superior. Inquieta, libre y con ganas infinitas de aprender, se marchó a Madrid a seguir estudiando. Se especializó para enseñarle al profesorado nuevos métodos de enseñanza. Allí entabló relación con la Institución Libre de Enseñanza y se amarró las ideas progresistas de su modelo pedagógico. Volvió a Pontevedra en 1915 tras ganar una plaza como profesora de Pedagogía da Escuela Normal. Ahí empieza una etapa en la que participa en numerosas actividades sociales y culturales. Es una profesora que, como recuerda su nieto Manolo, va al cine con los alumnos y al día siguiente les propone que expongan lo que vieron en la pantalla para mejorar su expresión oral. Es también una maestra feminista, preocupada porque las niñas acudan a clase y dispuesta a ayudar, con roperos y numerosas acciones, a aquellos que menos tienen para que sus hijos estudien.
La proclamación de la II República hizo que su papel tuviese una repercusión todavía mayor. Casada con un boticario y madre de cuatro hijos, Ernestina combinaba esa faceta familiar con la de una educadora comprometida que incluso accedió a la dirección de la Escuela de Magisterio y que fue, junto con Mari Cruz Pérez, la única mujer que en febrero de 1933 firma el manifiesto en favor del Estatuto de Autonomía.
Todo acaba con el levantamiento militar de 1936. Ernestina es represaliada rápidamente. Su nombre aparece ya en una de las primeras listas de depuración, la suspenden de empleo y sueldo y más tarde le retiran su cátedra. Su marido, el boticario Luis Pereira, es sometido a vejaciones y agresiones físicas y muere en 1937 como consecuencia de las mismas. Ernestina se marcha a Redondela, donde sobrevive dando clases particulares y donde, pese a las represalias y a las gravosas multas, sigue manteniendo sus principios y convicciones. Más tarde, le dejan volver a la enseñanza, pero la envían a Ourense. No fue hasta 1951 cuando pudo volver a ejercer su oficio en Pontevedra. Su corazón, de forma inesperada, dijo basta en 1956, cuando murió en Redondela. Así lo cuenta su nieto Manolo: «Tiña o corazón destrozado despois de tanto sufrimento. Foi un drama terrible a súa morte, polo inesperada que foi e porque a súa figura foi absolutamente determinante na nosa familia».
Y llegamos a Dolores Trabado, que en 1923 era la única mujer de la provincia de Pontevedra con carné de conducir y que, además, fue una taxista pionera, de las primeras de España en ejercer este oficio. Su biografía, también recogida en la página del Concello de Pontevedra Do gris ao violeta, la retrata como un rostro conocido y reconocido de la Pontevedra de años años sesenta, donde era la taxista de Cruz Roja, porque solía hacer trabajos para esta entidad cuando aún no tenía ambulancia.
Dolores era natural de Villaluz, una aldea de Becerreá (Lugo) y pertenecía a una familia numerosa de 14 hermanos. Nació en 1903 y se quedó huérfana de madre muy pronto. De esos primeros años de su vida sabe bien Mercedes Trabado, sobrina nieta biológica e hija adoptiva suya. Ella cuenta que Dolores vino desde su aldea a Pontevedra debido a que un hermano suyo y su mujer, con los que se llevaba muchos años, decidieron acogerla y cuidarla tras morir sus padres.
Dolores, inteligente y sagaz desde niña, tenía una enfermedad que le afectaba sobremanera a la movilidad en una pierna. La operaron y fue sometida a distintos tratamientos, pero finalmente tuvieron que amputársela y llevaba una prótesis. Creció con su hermano Manuel haciendo de padre y fue este el que puso la mecha para que ella acabase siendo una taxista pionera. Lo cuenta bien su hija Mercedes: «Manuel trabajaba como practicante en Cruz Roja y compró un vehículo para llevar y traer a los enfermos, pero no se atrevía a andar con él y le decía a ella que lo cogiese. Empezó a llevar a los enfermos, pero no tenía carné, y entonces fue cuando decidieron que lo sacase». En el taxi de Dolores se subían entonces desde parturientas que luego la nombraban madrina de sus retoños a numerosos clientes fijos que pasaban a coger el coche al garaje que ella tenía alquilado para guardar el taxi. Tuvo un Dodge, un Chrysler, un Fiat y un Ford y, posteriormente, en la década de los sesenta, pilotaba un Peugeot.
De puertas para adentro, Dolores fue una madre cariñosa. Mercedes era su bisobrina. Pero sus padres emigraron y, con el tiempo, Dolores la adoptó como hija. Recuerda todo lo que luchó para que estudiase y no le faltase de nada: «Fui al conservatorio, a clases de piano... me dio todo lo que pudo. Jamás me lloró nada, era cariñosa y buena», dice. Recuerda también lo duros que fueron sus últimos tiempos de vida, cuando sufrió numerosos achaques de salud. Dolores falleció a los 93 años de edad.
El alcalde, Miguel Anxo Fernández Lores, aseguró tras el acto del sábado, en el que se homenajeó a las tres citadas mujeres, que fue uno de los momentos más bonitos que vivió al frente de la ciudad de Pontevedra. Con él se inauguró el ciclo Novembro, mes da memoria, que seguramente vuelva a recordar que la historia más cercana es muchas veces la más olvidada.