«Teño 84 anos e o meu home 90 e coidamos da nosa filla de 50, que é a nosa bebé»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Vicky, que se llama así porque ella misma lo eligió aunque en su casa es Katy, con sus padres, con los que vive en Vilalonga (Sanxenxo).
Vicky, que se llama así porque ella misma lo eligió aunque en su casa es Katy, con sus padres, con los que vive en Vilalonga (Sanxenxo). CAPOTILLO

Vicky tiene parálisis cerebral y vive con sus padres, que son de hierro, en Vilalonga. Son felices, aunque les duela pensar en el futuro

16 oct 2022 . Actualizado a las 11:10 h.

María Victoria Torres y Jacinto González, de Vilalonga (Sanxenxo), saben perfectamente que aunque su hija Vicky —a la que en casa llaman Katy— naciese con una parálisis cerebral, con una discapacidad bastante limitante, es una mujer adulta capaz de muchísimas cosas. De hecho, ellos, mayores pero llenos de ideas rompedoras, son los primeros que la empujan a abrazar toda la libertad posible, como cuando la animan a irse de excursión con los compañeros del centro de día al que acude o cuando la apoyaron porque quiso ir a una residencia a Madrid. Pero hay algo a lo que ambos no se resisten. Ellos siguen diciendo que Vicky es su bebé. Lo sienten así porque ella, ciertamente, depende de sus manos para muchas cosas. La conversación empieza por ahí, con María Victoria señalando: «Eu teño 84 anos e o meu home 90 e coidamos da nosa filla de 50, que é a nosa bebé». Ojo con la frase de esta mujer. No la pronuncia con lamento. Ella daría su vida por ver a Vicky levantarse de la silla de ruedas o por escucharla hablar con fluidez, pero está orgullosa de la felicidad trabajada que comparten con ella.

María Victoria y Jacinto, que tienen una descomunal fuerza de voluntad, se casaron en aquellos tiempos en los que la emigración venía impuesta. Se fueron a Venezuela a ganarse el pan. Él fue chófer y repartidor y ella trabajaba en una casa. Habían dejado atrás, con los abuelos, a sus dos primeros hijos. A María Victoria todavía se le encoge el alma al recordarlo: «Mentres traballaba estaba ben, pero cando vía a un meniño pola rúa... moito choraba. Acordábanme tanto os meus...».

Fue por eso por lo que volvieron a Vilalonga, ella a curtir las manos y doblar el espinazo como mariscadora toda la vida y él a trabajar de camionero. Ya de vuelta, volvió a quedarse embarazada. Dice que el parto fue «tremendo». Nació un varón y, de repente, se dieron cuenta de que había otra criatura dentro. «Foi todo improvisado. O neno naceu ben e a nena tamén parecía que estaba perfectamente. As enfermeiras dicíanme que tiña uns nenos preciosos», recuerda. Pero a los pocos meses ella y su marido empezaron a notar que las diferencias entre uno y otro eran abismales: «O neno sentábase e ela non, notabamos que o corpo non lle tiña conta da súa cabeciña», dice.

 «Queriamos darlle o mellor»

Comenzaron las visitas a los médicos, las consultas y el darse cuenta de su nueva realidad: «Tiñamos claro que sufría unha discapacidade, pero tamén que iamos facer todo o que puideramos para que a súa vida fora boa. Podiamos ser pobres, pero queriamos darlle o mellor», asevera. Reconoce que a menudo no pudieron estar tanto con sus otros tres hijos como quisieran, porque Vicky siempre necesitó más atención, más ayuda. Los otros rapaces medraron e hicieron su vida y ellos y Vicky se convirtieron en un matrimonio de tres: «Daba igual que foramos de vacacións ou a onde fora, ela sempre viña con nós», cuentan. Están muy agradecidos a sus vecinos y amigos, porque todos quieren a su «bebé». Pero María Victoria recuerda vivencias que le rompieron el corazón: «Pasounos que nunha excursión unha señora non se quería sentar con ela, que dicía que lle daba medo... E a pobre rapaza choraba, porque non entendía que lle tiveran medo. Eu non calei, díxenlle que era unha señora que non tiña educación e non sabía o que dicía». Asegura esta madre que cualquier tampoco pasado no fue mejor, que ahora es entrañable ver cómo los niños se acercan a Vicky y le preguntan con naturalidad por qué no camina o habla con dificultad, mientras que antes «parecía que picaba ou contaxiaba algo... fuxían dela». 

Jacinto, el padre, que pese a los achaques luce espléndido a sus 90 años, lleva media vida conduciendo para buscar la felicidad de Vicky. Él solía encargarse de llevarla a los centros en los que estuvo antes de que hubiese un transporte que la recogiese. Pasó por una entidad en Cambados, estuvo en Madrid y su mundo cambió cuando entró a formar parte de la familia de Amencer, en Pontevedra. «Aí danlle todo o cariño do mundo e fana inmensamente feliz», dicen los padres.

Vicky, que es un hacha manejando el ordenador, acaba de llegar del centro especializado en parálisis cerebral y sonríe al escucharlos. Está un poco nerviosa, pero saluda con timidez y dice que sí, que le gusta mucho ir a Amencer. Cuenta también que la persona más buena del mundo con ella es «mamá». 

La ayuda de su hermana

Vive sola con sus padres. Su madre, cada noche, se levanta a darle la vuelta en la cama o a llevarla al baño. Desde hace tiempo, su hermana Candela les hace de soporte. Vive cerca y aparece cuando llega el transporte de Amencer para echar una mano. Entre los quehaceres imprescindibles está ayudar a Vicky a elegir la ropa del día siguiente, porque es tan presumida que se niega a ir al centro con cualquier cosa.

Todos, desde los padres a la propia Vicky, son conscientes de que se hacen mayores. Pensar en el futuro es un ejercicio duro; una conversación que incluso lastima. Con franqueza, María Victoria confiesa: «Claro que pensamos en cando nós faltemos. Os seus irmáns e sobriños quérena moitísimo, e ela a eles. Pero ti como nai e avoa pensas que coidala é duro, e dóeche tamén por eles». Quizás por eso van poco a poco, día a día. María Victoria se agarra a la fuerza descomunal que tiene a los 84 años e insiste en que «outros máis novos están peor». Su voz se debilita cuando habla de que la vida a veces puede ser puñetera y recuerda que ella y su marido perdieron a uno de sus cuatro hijos hace un tiempo. Enseguida recupera el tono. Y espeta una verdad imposible de rebatir: «Imos maiores e cada vez necesitaremos máis axuda, pero o cariño podémolo seguir dando. E iso é o que vale». Que se lo pregunten a Vicky.