Beto, el buen marido que olvidó cómo se dan los «besitos de amor»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

A este pontevedrés le atacó el alzhéimer cuando tenía 59 años. Su mujer le ha visto «hacerse chiquitito», pero lograron pasar de los horribles primeros tiempos a hacerle zancadillas a la enfermedad a golpe de risas

21 sep 2022 . Actualizado a las 15:39 h.

María Barros, natural de San Xurxo de Sacos (en Cotobade) y Beto Vega se casaron en Montevideo (Uruguay) el día que ella cumplía los 18 años. Él tenía 22 y se burlaba de ella porque no sabía dar «besitos de amor». Llevaban desde adolescentes de novios. Y, pese a ser solo dos chiquillos, su ilusión era tener hijos muy pronto para que, llegada la hora de la jubilación, pudiesen disfrutar juntos con su prole ya criada. «Nos imaginábamos siendo jóvenes aún y viajando con ellos o con los posibles nietos», dice María. El guion se cumplía con rigor absoluto: «Cuando cumplí los 24 años, ya teníamos a los tres niños en casa», recuerda ella. Pasaron los años, cambiaron Uruguay por Pontevedra y todo seguía su ritmo. Hasta hace una década. Una losa en forma de diagnóstico médico cayó entonces encima de todos esos sueños. Beto, con solo 59 años, tenía alzhéimer. Ya no había jubilación ni futuro plácido con el que soñar. «Nuestra vida estaba destrozada», espeta María con una voz que corta. 

Todo empezó un poco antes. Beto, que era mecánico, tuvo problemas cardíacos. Con poco más de cincuenta años, fue operado del corazón en una intervención delicada. Llegaron a prejubilarlo. Más allá de su dolencia él era, en aquel entonces, el «marido maravilloso» que había sido desde el minuto uno del matrimonio, el padre al que le gustaba charlar con sus hijos y, sobre todo, el abuelo dispuesto a aprovechar todo su tiempo llevando a su nieto mayor a entrenar o a donde hiciese falta.

Hubo un cambio de carácter muy rápido. Beto se empezó a volver extrañamente agresivo. María dice que no le reconocía. Y que cada vez los «disparates» eran mayores. Ella regentaba entonces un supermercado en una parroquia de Pontevedra y recuerda a la perfección el día que su marido le dijo a unos clientes que no comprasen en su tienda, que todo lo que ella vendía «era una porquería». O cuando se enteró de que Beto había empezado a ir sucesivamente a su médico y no lograba explicarle al doctor qué le pasaba. «Fueron unos tiempos muy difíciles porque se enfadaba por todo, me insultaba, me escondía todo y tiraba todo lo que encontraba a su alcance... yo no entendía nada de lo que le estaba pasando, porque en aquel momento él iba y venía solo a los sitios, era una persona independiente. Siento tan joven... no te imaginas nada así», explica ella. 

María pidió consejo médico. A él le hicieron pruebas neurológicas y enseguida tuvieron diagnóstico: era alzhéimer. Ella reconoce que ponerle nombre a lo que le pasaba a su marido le ayudó, porque al menos sabía a qué puertas llamar para que le ayudasen. Él pasó primero por talleres terapéuticos y, desde hace un tiempo, acude ya al centro de día público especializado en esta patología que hay en Pontevedra. La medicación fue haciendo desaparecer el monstruo de la agresividad. Pero no pudo hacer demasiado porque él cada vez dependa más de ella. María tuvo que dejar de trabajar. Se convirtió en la madre de su esposo. Y, también, tuvo que aprender a reírse de lo que antes la hacía llorar

Ahora, diez años después, es capaz de ponerle risas a dramas como el del espejo. Porque Beto se ponía enfrente del espejo de la habitación y creía que otro hombre estaba allí. «Se empeñaba en que saludase al vecino y se enfadaba porque me iba cuando el vecino aún seguía allí, en el espejo. Intentaba explicarle que era nuestro reflejo, le abrazaba para que viese que era yo, pero no había manera. Un día le dije que el vecino era muy correcto y que hasta que él viniese a la cocina él no se iba a marchar... se quedó por fin tranquilo», cuenta esta mujer. 

No hay días iguales. Y María prefiere no pensar en si llegará un momento en el que Beto no la reconozca. Dice que fue muy duro verlo confundir con un intruso al nieto que era el niño de sus ojos. O cómo su mente va borrando a otros familiares. Pero reconoce que no tiene tiempo para anticipar angustias. Además de a su marido enfermo en Pontevedra, tiene también a su padre en una situación muy delicada en San Xurxo de Sacos, así que ayuda a cuidarlo yendo y viniendo de un lugar para otro. «No paro de aquí para allá», dice. 

Va quedándose con los días buenos. O, mejor dicho, con los instantes buenos. Dice entre risas que a veces se venga de él. Y que es ella la que ahora le dice, como hacía él cuando eran recién casados, que ya no sabe darle «besitos de amor». A veces Beto no reacciona. Otras sí y le espeta un beso en toda la boca. Y algunas más deja a María con la emoción a flor de piel, como cuando hace unos días logró ponerse al teléfono con su madre, que vive en Uruguay y tiene una salud envidiable, y decirle: «¿Cómo estás, viejita?»

María no sabe qué futuro tendrán. No va a ser el soñado. No hay ningún romanticismo en ver «al marido ideal convertido en un hombre chiquito que tiene que llevar pañal». Pero entre la pesadilla de los primeros años y el día a día de ahora hay un abismo. Por eso vuelve a hacer planes, aunque sepa que quizás sea difícil cumplirlos. Quiere casarse con Beto el día que cumplan las bodas de oro. Le gustaría ir a la iglesia de nuevo. Pero aún faltan tres años. Se lo contó a Beto y él le dijo que no; que no se casa otra vez «de ninguna manera». Pero luego se rieron y le dio un «besito de amor». Y ese día no necesitó que ella le explicase cómo son esos besos. 

Cada día se detectan dos casos de demencia en el área de Pontevedra

Actualmente hay entre 4.500 y 5.000 pacientes con estas patologías en la zona

María Hermida

Es difícil tener un día especial cuando uno perdió la capacidad de distinguir los días. Pero el calendario dice que hoy, 21 de septiembre, ciertamente es el Día Mundial del Alzhéimer, el mal del olvido. Esa fecha es la excusa para mirar hacia una familia de patologías —el alzhéimer y las demás demencias— que cambian la vida de la persona que las sufre y, también, de quienes están a su alrededor. ¿Cuántos diagnósticos de ese tipo se hacen en el área sanitaria de Pontevedra? Según los datos que aporta Manuel Seijo, jefe del servicio de Neurología del Chop, en el área sanitaria de Pontevedra, que engloba a los concellos de la comarca pontevedresa y también a los de O Salnés, se detectan entre 700 y 800 casos de demencia nuevos al año. Esto quiere decir que, de media, cada día a dos familias le comunican que tienen un paciente con este tipo de enfermedades.

¿Todas las demencias son tipo alzhéimer? No. Tal y como también puntualizan desde el Sergas, alrededor del 50 % de las demencias que se diagnostican son de ese tipo de patología. En total, actualmente hay entre 4.500 y 5.000 pacientes en el área sanitaria, un número que por ejemplo equivale casi a toda la población de Ponte Caldelas, que sufren algún tipo de demencia.

 «Había mucha demanda»

En Pontevedra hay un centro de día público, de la red de la Xunta de Galicia, que gestiona la entidad Afapo. Su director, Marcos Fontenla, explica que cuentan con 35 plazas y que siempre hay demanda para ese servicio. De hecho, las vacantes que suelen quedar —ahora mismo hay dos— casi siempre están a expensas de que algún paciente termine el papeleo para incorporarse. Conscientes de que se necesitaban más recursos de este tipo, desde Afapo pusieron también en marcha el año pasado un centro de día especializado en demencias en Marín, al que acuden 26 personas. «Había mucha demanda y abrimos esa instalación para que las familias que esperan por una plaza pública tengan sitio mientras tanto», dice Fontenla. En los centros de día la edad media suele sobrepasar los 70 años. Pero hay casos de 60.