Niños nacidos al son de las nueve olas de A Lanzada

Marcos Gago Otero
marcos gago SANXENXO / LA VOZ

PONTEVEDRA

Santuario de A Lanzada, al ponerse el sol
Santuario de A Lanzada, al ponerse el sol Martina Miser

Vecinos de Noalla, en Sanxenxo, entusiastas promotores de la tradición en la playa del santuario medieval

27 ago 2022 . Actualizado a las 12:21 h.

Existe la creencia entre los vecinos de Noalla que el baño de las nueve olas en la playa de A Lanzada es un recurso a tener en cuenta por las parejas con problemas de fertilidad. Sus vecinos llevan largo tiempo practicando este rito, que tiene esta noche del último sábado de agosto uno de sus referentes temporales más importantes. Para mucho es tradición, para otros no supone nada y hay también quien se coloca en una posición intermedia.

Una de las defensoras de las virtudes del baño de las nueve olas es Dalia Pérez, Vázquez, Derita, vecina de Soutullo, que relata el nacimiento de cuatro niños que ella y sus progenitores vinculan, de alguna manera, con las aguas de A Lanzada.

En torno al año 2010, Derita alquiló una vivienda a una familia del País Vasco, Izaskun y Óscar, con lo que entabló amistad. «Ella me decía que querían tener un niño y que hacían mucho tiempo que estaban juntos y que el niño no venía», relata esta sanxenxina. «Yo le dije: ‘Bueno, aquí tenemos la solución. Tú vas a las nueve olas’».

La joven vasca le preguntó que era eso y Derita le dio instrucciones sobre qué tenían que hacer: «Tú vas a bañarte, tomas las nueve olas, y tu marido también contigo, le dije, para cambiar de táctica, vais los dos y tomáis las nueve olas». Era julio, por lo que el día grande de la fiesta del santuario quedaba aún lejos, pero los animó a probar igualmente.

La visitante vasca al principio no se lo creyó, pero al final decidió probar. Izaskun y Óscar fueron a la playa, dejaron que les tocasen nueve olas y se acostaron en la cama de la santa, una piedra en las rocas que la tradición también asume cierto valor ritual. Después, ya en casa, «practicaron lo que tenían que practicar». La cosa se quedó así y a los tres meses Izaskun informó a Derita: «Estoy embarazadísima».

Regresaron como dos o tres años y al hacerlo, Izaskun volvió a explicarle que habían querido tener otro bebé pero que no había habido fortuna. «Yo le dije, ‘¿pero ya te has olvidado de lo que has hecho cuando has venido?’ Yo me quedé con el niño que tenían y ellos se fueron hasta A Lanzada».

Otra vez la cosa quedó así y «al poquito tiempo ya embarazada y hasta su abuela le dijo: ‘Mira no vayáis más a Galicia porque cada vez que vais traéis un niño». Esta sanxenxina resaltó que ella había conocido a los niños y está convencida de que A Lanzada tuvo algo que ver con lo ocurrido. «Llevaban mucho tiempo juntos y querían tener hijos y no había manera. Será cuestión de fe o de lo que sea, pero después de ir a A Lanzada los tuvieron», resalta. «Yo cuando se lo digo a cualquier persona, es que yo misma me lo creo, sea cuestión de fe, o no sé, porque ya le pasó a más gente», afirma.

Los dos bebés de un médico

Esta vecina de Noalla comenta que no es el único caso que conoce. Explica que un médico que ella conoció, le habló de otro facultativo que le dijo al primero que «habían recorrido todos lo ginecólogos que hay y por haber y no hay manera de que mi mujer se quede embarazada». El médico de aquí, «en broma o en serio», le recomendó que fuese a las nueve olas en A Lanzada. El segundo médico hizo un voto de que si su mujer quedaba embarazada cubría con billetes de mil pesetas el manto de la virgen.

«Allá fueron y al poco rato de que se marcharon a Madrid, el médico llamó al de aquí por teléfono y le dijo que su mujer se había quedado embarazada», relató Derita. Y el voto se cumplió. «Le cubrió el manto a la virgen con billetes, eso fue cierto», sostuvo. Como en el caso de la pareja vasca, este matrimonio madrileño volvió a repetir el ritual y también tuvieron un segundo bebé. Pasó a finales del siglo XX.

Para Derita, no se trata de una costumbre desaparecida. «Yo creo que hay gente que aún va», sentencia. Y no es la única vecina de Noalla que piensa lo mismo.