Fernando de Felipe, autor de cómics: «Mi mujer y mi hijo no me han visto nunca dibujar en casa»

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

Apartado de los cómics desde hace casi treinta años, Fernando de Felipe presenta la colección que recopila su obra

03 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Publicó su último cómic, Black Dekker, hace casi treinta años, en 1994, pero su impronta en el sector ha sido de tal entidad que muchos no dudan en tildar algunas de sus obras como de visionarias. Fernando de Felipe, acompañado por Kiko da Silva, presentó en la librería Paz la colección de la editorial ECC que recopila sus trabajos.

—Está claro que el mundo del cómic no es el mismo que dejó a mediados de los noventa. ¿Revistas como El Comix, Zona 84 o Cimoc serían impensables en los tiempos actuales, de lo políticamente correcto?

—Aparte del lenguaje políticamente correcto, el mundo, la sociedad, el mercado cultural ha cambiado. Da muchísimo miedo la uniformización y los intereses comerciales e ideológicos que hay. Dejé de estas en el mercado precisamente cuando el mercado se hizo tan pequeño, no a nivel económico, porque yo tenía la suerte de poder trabajar para el extranjero, sino por el modelo que me imponía era justo lo contrario a la libertad creativa. Para mí las revistas eran maravillosas, con toda la cutrez en muchos sentidos, tanto a nivel industrial como a nivel empresarial, porque cada mes tenía que idear algo nuevo, distinto. Tenía la opción de tener una fórmula y repetirla o intentar ir cambiando de género, de estilo, de grafismo o de narrativa. Eso era una maravilla. La gente que solo escribe cuentos o hace cortometrajes suelen tener más libertad creativa que alguien que solo escribe un solo modelo de novela o hacer un tipo de película. Las revistas tenían esa ventaja y eso me permitía hacer mis miniseries, que digo yo ahora. Te decías: Tienes seis meses para hacer una obra que para cuando la termines vas a dar un salto descomunal, vas a pasar de El hombre que ríe a una historia de ciencia-ficción o a una historia casi en plan Dossier Negro o Vampus, la de Museum, o una de aventuras como Black Dekker. Eran saltos al vacío, de jugártela porque te apetecía, porque te salía de dentro y el formato de revista te permitía el ensayo/error. Con Black Dekker tenía que escribir como una saga , una trilogía, que se quedó en dos porque me cogió la pájara. Si hubiera ido bien, quizás hubiera hecho catorce volúmenes. Esto está muy bien, ojo, pero no es el modelo de mercado que a mí me interesaba. Entre una cosa y otra, perdí el interés, comencé a aburrirme. El aburrimiento y la creatividad son agua y aceite.

—¿Qué nos vamos a encontrar en esta colección?

—Los antiguos, los de mi quinta, van a encontrarse un material revisado con un cariño y con un amor tanto por la editorial como por mí que sería el sueño de cualquier coleccionista. Soy coleccionista de cómics, de libros, de películas, de discos... y estoy acostumbrado quince versiones de aquellas piezas que son realmente las que son de cabecera, son de fondo de armario. La editorial tenía la idea de redescubrirme casi treinta años después de estar fuera del mercado, de reconciliar a la gente que me había seguido en su momento ofreciéndoles unas versiones remasterizadas y mejoradas en lo esencial con el nuevo público que se había perdido por una cuestión generacional dado que mi obra seguía teniendo vigencia. Mi idea es hacer una revisión que no solo sea un ejercicio de nostalgia, sino que haya una adecuación con los nuevos niveles, desde los extras hasta correcciones e intervenciones con un lenguaje un poquitín más moderno. Aunque muchos me dicen que era una obra pionera, que me había adelantado a cosas que ahora son supernormales.

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—Dado que su último cómic fue en el 2004, ¿no siente el hormigueo de volver a dibujar?

—Sí. De hecho, parte del pacto con la editorial fue que cuando diese luz verde para hacer esta propuesta, porque de algún modo tenía dentro el gusanillo de volver a hacer cosas a nivel creativo. Llevo muchos años dedicado a la enseñanza prácticamente en exclusividad, aunque he hecho un poquito de cine, pero anecdótico. Estoy oxidadísimo. ¡Este año El hombre que ríe cumple su treinta aniversario! Ten en cuenta que ni siquiera tengo estudio en casa. Mi mujer y mi hijo no me han visto nunca dibujar en casa. Es como si hubiera estado en la cárcel veinte años. Me siento más como el deportista de élite que recuerda las gestas del pasado, pero que se ve incapaz de cumplirlas, que como el artista que se encuentra en la etapa de madurez. Tengo que ponerme las pilas. Estoy en ello. Están saliendo ideas, están saliendo propuestas y proyectos. Voy acariciándolos y se me están poniendo los dientes largos. Pensando en una jubilación productiva, quizás de aquí a unos cuantos años encuentro mi tercera edad de creación comiquera.

—Dice que su mujer e hijo no le han visto dibujar nunca. ¿Y qué le dicen?

—Ahora están encantados. De alguna manera, tenían la sensación de que me estaba faltando algo, que había algo que estaba ahí y que no era normal que no lo estuviese aprovechado y amortizado. A mi hijo lo que más le ha impactado es que un youtuber de estos me dedicase un programa de media hora. Piensa que es el el mundo al revés: «Mi padre que esta siempre contra los youtubers y contra este tipo de cosas de mi generación es objeto de deseo, de análisis y de elogios de mi gente». Mi mujer, supercontenta, porque me conoce mejor que yo mismo y sabe que tengo como una especie de deuda conmigo mismo de volver a la parte creativa más libre, más desinhibida y a fondo perdido. Tengo la suerte de que me he forjado ya una estabilidad en otro ámbito y me puedo, realmente, dedicar al arte por el arte si quisiera. Es un privilegio. Es un poco injusto decirlo así por lo mal que está el sector. Es una ventaja que tengo que aprovechar. Es una cuestión inmoral no aprovechar esta coyuntura.

—Y al reencontrarse con sus obras treinta años más tarde, ¿qué sintió?

—Primero, lo olvidado que tenía todo lo que metí a todos los niveles. Es como el deportista de élite que con 60 años se pone a ver los vídeos de sus primeros partidos a los 18 y piensa: «¡Joder! ¿Eso lo hacia yo? ¿Ese músculo lo tenía yo?». Y luego, la perseverancia y también ver en perspectiva la evolución del error al acierto. Como todas tus limitaciones, tanto gráficas como narrativas como técnicas, las ibas solventando y las ibas superando. Nos estamos encontrando con una situación muy divertida y muy paradójica. Tengo todos los originales de todo lo que he hecho. Es la prueba de cargo del crimen que he cometido. Está todo ahí, incluso, el error ortográfico. Trabajé en una coyuntura en la que lo digital no es que fuera impensable, es que no existía. Y en la editorial están viendo que todo lo que yo intentaba hacer en mis cómics era como predigital. Estaba pidiendo a gritos el poder trabajar con otras herramientas, que, en el fondo, estaba prefigurando lo que ahora es lo más normal del mundo. En S.O.U.L., el guionista [Vicente Rodríguez Sánchez] y yo nos empeñamos en introducir la primera viñeta generada por ordenador. Estuvimos renderizando un puñetero cubo como una semana entera con el mejor ordenador que había en aquel momento en Barcelona. Estuvimos empeñados porque nos parecía que la ciencia-ficción tenía que tener estos elementos. Siempre he estado introduciendo la música en mis cómics y con la editorial he tenido la opción de meter la lista Spotify en cada número para que se puedan leer con una hipotética banda sonora. Es curioso que me retirase justo antes que las historietas o los cómics empezasen a dignificarse como novela gráfica. Recuerdo que me llevaron a Televisión Española y me entrevistaron: «¿Usted que es profesor universitario por qué hace tebeos?». Es como si me hubiesen preguntado por qué ejerce la prostitución si está felizmente casado. Y ahora es al revés. Ser humorista gráfico mola. Es otro status, lo que no quiere decir que sea mejor mercado, sino que han cambiado determinadas normas.