Juan llegó hace tres años a Alcohólicos Anónimos. Tenía 23 años y la sensación encima de haber fracasado estrepitosamente. Como estos días hizo con el Camino Portugués, fue etapa a etapa. Apoyado por sus compañeros, escuchando sus historias de superación, logró no volver a beber. Y, poco a poco, fue recuperando todo lo perdido. Han pasado tres años, ahora tiene 26, y está orgulloso de sí mismo: «Ahora soy otro. Tengo trabajo, amigos, familia... he dejado de sufrir. Porque el alcoholismo es sufrimiento para ti y para todos los que te rodean».
Blanca, su compañera en Alcohólicos Anónimos, le escucha y asiente: «Efectivamente, cuando te emborrachas sufres, sufres cada día. Y haces sufrir a quienes te rodean». Ella, de Ourense, tiene 58 años. Dice que sufrió una adicción tardía: «Desarrollé la enfermedad tarde. Yo era una bebedora social, la típica que salía y bebía con los demás». Pero un día las tornas comenzaron a cambiar: «Llegué a casa después de haber salido y haber estado bebiendo y me puse a consumir sola. Te tomas una cerveza tú sola y crees que no pasa nada... luego vienen el resto». Recuerda con amargura los diez años en los que las borracheras formaban parte de su existencia. Ella dice que fue una afortunada, que pese a su enfermedad no llegó a perder a su familia, pero conoce a muchos otros que, como a Juan, sí les pasó esa factura.