El amor y el cáncer que convirtieron a Arturo en la sombra de Luz, su mujer

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

ADRIÁN BAÚLDE

La enfermedad de ella, que les cambió la vida, también les unió como nunca. Lo cuentan tras ir a terapia en la AECC de Pontevedra

17 ene 2022 . Actualizado a las 14:15 h.

El cáncer pilló bailando a Luz Martínez (Cangas, 1949) y a Arturo Barreiro (Cangas, 1947), un matrimonio que lleva más de medio siglo unido. Era la noche de Reyes de hace cuatro años, cuando la pandemia ni estaba ni se la esperaba. Ellos habían ido a Santiago a pasar la velada con unos amigos. Estaban a vueltas con un agarrado, con los bailes que tanto les apasionan, cuando ella, que entonces tenía 69 años, sintió un dolor un poco raro en un costado. Creyó que la había cogido el frío y no le dio más importancia. Pero ese único aviso de su cuerpo prosiguió días y días. Hasta que el médico de cabecera, que no veía normal que durase tanto, solicitó una ecografía. En el propio centro de salud de Cangas se dieron cuenta de su diagnóstico: tenía cáncer de colon. Su vida dio un giro de 180 grados. Pero también la de Arturo, que acaba de participar en un vídeo de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) para visibilizar el papel de los cuidadores, que mayoritariamente son mujeres.

Todo fue muy rápido al inicio. A Luz enseguida la operaron en Vigo del cáncer de colon, y luego comenzó con la radio y la quimioterapia. En aquel momento, ni ella ni Arturo eran todavía conscientes de lo mucho que iba a cambiar su existencia: «Al principio dejamos de salir a bailar, que es lo que más nos gusta, pero luego, conforme ella fue estando bien, enseguida volvimos a quedar con los amigos, a ir a alguna cena... a hacer cosas».

Aún así, Arturo, que desde el minuto cero de la enfermedad quiso ser la sombra de Luz, no se atrevía a recuperar su antigua cotidianidad: «A mí esto me cogió jubilado y, antes de que ella enfermase, lo que hacía era pasarme el día entero en una finca que tenemos cerca de la playa. Siempre estaba allí, podando, cortando hierba... eso era lo mío». Pero, con Luz en plena convalecencia, optó por quedarse a su lado.

 La segunda mala noticia

Tanto a Luz como a Arturo, a veces sin decirlo en voz alta para no preocupar al otro, les parecía raro que a ella no le acabasen de curar las heridas que supuestamente le habían provocado los tratamientos en la boca. Ese era su calvario: «Tenía una herida tremenda, no podía comer nada, era un dolor terrible. Arturo, que no había hecho la comida en su vida, se convirtió en cocinero y cada día probaba con alguna cosa nueva a ver si yo lograba comer», dice ella. Desafortunadamente, esa lesión no era un efecto del tratamiento, sino un segundo tumor. Lo recuerda Luz todavía estremeciéndose: «En dos años, dos cánceres. El primero de colon y el segundo de boca. Fue tremendo».

Lo pasó mal, fatal, pero también superó el segundo tumor con tratamiento. Ahí, sus fuerzas desfallecieron más y Arturo ya no se separó de ella ni un minuto. Coincidió además esta segunda enfermedad con la pandemia, así que sus dos hijos apenas podían visitarles. «Vivimos en un piso en Cangas, pero nos fuimos para la finca que tenemos y ahí estuvimos los dos. A mí lo de encargarme de hacer todas las cosas de casa y de cocinar me daba absolutamente igual, lo que me dolía era verla mal y no poder hacer nada... le costaba mucho comer porque todo le picaba. Cada día iba retirando o poniendo algo en el puré a ver si así... el puerro no, la cebolla no, zanahoria sí... todo era una prueba para mí y para ella», recuerda.

Juntos vieron cómo el tratamiento iba dando resultados y juntos disfrutaron de cada pequeña victoria, como el día que ella pudo comer de nuevo un pescado a la brasa, que es lo que más le gusta. Ambos cuentan cómo, cuando el tratamiento terminó en el hospital y a Luz le dieron el alta, se quedaron un tanto huérfanos. Las secuelas eran grandes: hablaba con mucha dificultad, apenas podía comer y la rigidez en el cuello le provocaba muchas molestias. No sabían a dónde ir ni qué hacer. Se pusieron a buscar fisioterapeutas, médicos, logopedas... hasta que un amigo suyo dio con la tecla: la AECC.

Entraron en contacto con la asociación y todas esas sombras se fueron convirtiendo en luces. Con la logopeda Ánxela como aliada, Luz fue notando mejoría. Acuden cada semana a Pontevedra para la terapia. Ellos mejoran. Y la AECC mejora con ellos. Porque a todos allí les brillan los ojos cuando les ven llegar bromeando y contando que quizás algún día pueden volver a los bailes, pero que por ahora recurren a las bachatas caseras para no perder el ritmo. Se ríen y Arturo dice que es el cáncer el que les ha unido tanto. Luz niega con la cabeza y espeta: «Que no mienta, que él está ahora tanto conmigo porque ya estuvo toda la vida, nunca me falló». Y ahí está la clave: llamarle cáncer cuando debería decir amor. Que es lo que realmente les une en este baile tan improvisado en sus vidas.

«Arturo es una pieza clave en la recuperación emocional de Luz» 

Ánxela, en teoría, es la logopeda de la AECC en Pontevedra. En la práctica, es más que eso. Basta verla actuar un minuto, observar cómo saluda a los pacientes, para entender por qué ellos sienten que vieron la luz cuando empezaron la terapia con ella. Ella atendió a Luz cuando le dieron el alta, y confirma que no le proporcionaron la información necesaria sobre cómo afrontar su rehabilitación. Indica que va mejorando, paso a paso, que cuando llegó apenas comía y ahora va haciendo progresos. Y confirma la labor del cuidador: «Arturo es una pieza clave en su recuperación emocional».