Vecinos sin descanso por noches de «desmadre» en la zona vieja de Pontevedra

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

C.B.

La calle Padre Luis y Laranxo, junto al Museo, se han convertido en un botellódromo que afecta a residentes y hosteleros

05 oct 2021 . Actualizado a las 10:09 h.

Pontevedra fue durante años ejemplo de ciudad sin botellón. Una ordenanza municipal del 2008 habilitaba la explanada del Pazo da Cultura para la algarabía de los más jóvenes. Digamos que bebían de forma «controlada» al otro lado del río Lérez, donde el ruido no suponía un inconveniente para los vecinos. Era lo que comúnmente se llama botellódromo y evitaba reuniones de este tipo en el centro. Pero después de diez años de uso de este espacio, el covid llegó para ponerlo en jaque. La regulación autonómica prohibió beber en la calle para prevenir la expansión del virus y durante muchos meses la pandemia cortó las alas del ocio. Ahora, con el fin de las restricciones, los jóvenes han vuelto a salir a la calle y el consumo de alcohol y el ocio se han trasladado a la zona vieja.

El pasado mes de junio, cuando la plaza de la Verdura se convirtió en epicentro del desenfreno, fuentes próximas a la Policía Local reconocían que durante los más de diez años que estuvo habilitado el Pazo da Cultura, apenas hubo altercados. Pero, ¿qué ocurre ahora? El entorno de la calle Padre Luis y la calle Laranxo son las noches del fin de semana el punto negro del consumo de alcohol. Los vecinos y los hosteleros de la zona son muy claros: «Esto es una porquería, un desmadre».

Cientos de jóvenes se amontonan en la calle bebiendo y a medida que avanza la noche va subiendo el volumen y el malestar entre los residentes, como ya ocurrió el invierno pasado en la plaza de la Verdura. «A las nueve, cuando empiezan, están tranquilos, pero con unas cuantas copas, aumentan los gritos, mean y vomitan en los portales», apunta Diego Fernández, uno de los vecinos, que reconoce que «el papel de la policía es complicado, pero sufrimos desamparados esta situación». La noche del pasado sábado fue peor. Según explicaron los afectados, una veintena de chavales entraron en el portal de uno de los edificios para continuar con la fiesta. «No sabemos como se metieron en el portal, les gritamos por la ventana porque hasta teníamos miedo a bajar», relata uno de los vecinos, que prosigue: «El portal tiene dos escaleras, empezaron a subir y una vecina del segundo salió y yo, que vivo en el segundo bloque, también». Esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de estos vecinos que están dispuestos a ir a hablar con los responsables municipales para intentar frenar un botellón imparable. Desde el Concello, admitían la pasada semana que había «dexasustes» provocados por los protocolos anticovid y la limitación de aforos. Sin embargo, los vecinos recalcan que «no creemos que esto sea una situación normal, ni un pequeño desajuste, o colas en un pub».

Denuncian que es cada vez «peor y peor». Incluso los accesos a los garajes de la calle Padre Luis se hacen casi imposibles. Muchos reconocen el temor a que le zarandeen el coche cuando pasan o puedan pisarle el pie a alguno. «Intentar entrar con el vehículo cuando la calle está plagada de gente es peligroso», admiten. La Policía Local reconoce que recibió varias llamadas de la zona, pero que para poder denunciar a alguien tienen que verlo bebiendo en ese momento, algo que aseguran que no ha pasado. «Cuando ven que se acerca o pasan con el coche, el comportamiento de los chavales es normal», dice uno de los residentes, que aseguran que este fin de semana hasta había carritos del súper para llevar la bebida y los hielos. Buena parte de los hosteleros se unen a esta denuncia vecinal. El dueño del Milano, en el cruce de Padre Luis y Laranxo, Diego Amoedo, lamenta esta situación. «Esto es una porquería que sufro cada sábado delante de la puerta. Echan a la gente de la terraza», explica. Las intensas lluvias del fin de semana llevaron a muchos a cobijarse bajo los toldos de los negocios cercanos con lo que eso supone. Ante el temor de que se consolide esta zona como un nuevo botellódromo, Amoedo, al igual que Jacobo Rodiño, el responsable del Envero, se preguntan «¿por qué no los dejan ir al recinto ferial? Traer el botellón al centro es el absurdo de lo absurdo».

Tras el alivio de las restricciones antes del verano, los jóvenes empezaron a concentrarse en esta zona, pero con las vacaciones, la situación se apaciguó. La vuelta a la rutina ha multiplicado el botellón en una zona en la que se reúnen muchos menores de edad. «La verdad es que con esta situación estamos tan cabreados como acojonados. Se reúnen en esta calle para mear y ves como todo va bajando hacia la terraza», indica Rodiño, que califica de «desmadre» lo que se vive cada sábado por la noche. Reconoce, además, el temor a que si le llamas la atención tomen represalias contra el negocio una vez que cierras.

Los afectados, tanto hosteleros como vecinos, están al límite de su paciencia. Entienden las ganas de divertirse de los jóvenes y el agotamiento de la Policía Local para intentar frenar una situación descontrolada, pero no están dispuestos a seguir viviendo cada fin de semana noches de ruido y vomitonas en una zona que hasta antes del covid era muy tranquila. «Sabemos que esto va por modas, pero nosotros tenemos que vivir», lamentan los residentes.