La aventura infantil que convirtió a José Antonio en un estudioso del tren

Cristina Barral Diéguez
cristina barral CALDAS / LA VOZ

PONTEVEDRA

El profesor del colegio San Fermín de Caldas trasladó su afición a las aulas

02 jul 2021 . Actualizado a las 17:31 h.

Lo que vivió de niño como una auténtica aventura se convirtió de mayor en una afición que lo llevó a ser un estudioso del ferrocarril. Quien lo cuenta desde su casa es José Antonio Búa Barreira, profesor del colegio San Fermín de Caldas de Reis que se jubila este curso con 64 años y después de cuarenta de docencia en ese centro educativo. Este modelista ferroviario recuerda que todo nació en los viajes que hacía de niño a Isorna, en Rianxo. «Hoy ya no hay tren, pero se tardarían 20 minutos. Entonces se necesitaban dos horas para llegar allí. Se iba de Portas a Catoira en tren y después en un barco a remos».

Para él esa fue una aventura real. Disfrutaba mucho aquel niño porque se veía el recorrido desde Bamio a Catoira. Eran trenes de vapor que echaban humo y pitaban. José Antonio siguió haciendo esos viajes a Isorna y a los 14 años sus padres le regalaron su primer Ibertren. «Yo no hacía más que dibujar trenes y barcos y siempre me apoyaron mucho en esto. Hacía estaciones de tren con cartulinas. Me evadía y creaba historias. De aquella no había móviles para hacerles foto».

A aquel Ibertren siguieron otros regalos: un vagón y una locomotora. José Antonio empezó a trabajar y ahí fue cuando empezó a dedicar dinero a su afición. Se fue metiendo más en el mundo del ferrocarril y poco a poco se fue haciendo un estudioso. Entendía de mecánica y en el colegio daba clase de electrónica. «Todo estaba muy relacionado. Un compañero trabajaba en Renfe cuando se estaban instalando los semáforos y en clase me contaba».

Muchos cambios

José Antonio empezó con su maqueta del tren en 1994 cuando se trasladó a la casa de la calle Juan Fuentes. Esa maqueta fue sufriendo muchos cambios hasta que en el 2010 se transformó en un espacio de Estados Unidos con sus trenes y sus sonidos. Hace tres años vendió ese material americano y volvió a montar la maqueta ya con el estilo Renfe. Tiene unas dimensiones de 5 por 4 metros y ocupa una habitación de la casa. Entre los elementos, cuarenta locomotoras y cien vagones. Los edificios no se fabrican en España y los diseñó el propio José Antonio. Hay un pazo gallego, un castro y hasta la torre de Doña Urraca de Caldas.

Su autor aclara que la maqueta está sin rematar y que el modelismo ferroviario es lo que tiene, nunca se acaba. «Funciona, pero aún tiene para muchas horas. Es algo vivo». La maqueta está atornillada a la pared y se construyó para no ser sacada de la habitación. A José Antonio, que durante años también fue voluntario de Protección Civil en Caldas, le gustaría que ese material acabara en el futuro en algún museo del ferrocarril. A veces acude gente a su casa a ver la maqueta.

Fue lo que pasó con un grupo de estudiantes del colegio San Fermín. De aquella excursión surgió un proyecto que partió de la necesidad de enriquecer el currículo para atender las necesidades del alumnado de altas capacidades. Una iniciativa que coordinó la pedagoga terapéutica del centro, Gloria López. «Quisimos contar con José Antonio por ser un especialista en la materia». De esa colaboración queda otra maqueta más pequeña en el colegio, que fue visitada por todos los alumnos.