«Elas morreron e merecen ser lembradas. Pero mirade tamén o que queda»: la madre de las niñas asesinadas en Moraña cuenta cómo vive tras el crimen

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Rocío Viéitez, madre de las niñas asesinadas en Moraña en el año 2015
Rocío Viéitez, madre de las niñas asesinadas en Moraña en el año 2015 Cedida por Rocío Viéitez

No recibió los 300.000 euros de responsabilidad civil porque el asesino «só tiña débedas» y hasta tiene la obligación de pagar la casa en la que su ex marido y padre de las crías las mató

26 nov 2020 . Actualizado a las 16:52 h.

Hay que estar hecha de una pasta especial para no explotar de rabia cuando se habla o se escribe públicamente del asesinato de un hijo. Rocío Viéitez, la madre de las niñas asesinadas en el año 2015 en Moraña por su exmarido y padre de las pequeñas, David Oubel, que fue el primer condenado a la prisión permanente revisable en España, ha demostrado sobradamente que ella tiene esas agallas. Y que, aunque por dentro esté rota de dolor, es capaz de expresarse con crudeza, pero también con un saber estar y un aplomo descomunal. Hoy, 25 de noviembre, Día Internacional Contra la Violencia de Género, decidió hacerlo. Se comunicó a través de sus redes sociales. Y, lógicamente, la fecha para hablar de su caso y del de otras muchas mujeres y hombres cuyos hijos fueron asesinados no fue escogida al azar. 

Rocío Viéitez, de profesión traductora y una de esas mentes brillantes gracias a las que genios de la literatura universal como Valle-Inclán pueden leerse en gallego, comienza, precisamente, explicando por qué habla un día como el de hoy, un 25-N: «Nunca me expresei nesta data porque non o sentín así e porque por lei non son vítima de violencia de xénero. As nais e pais de nenos e nenas asasinados non temos nin nome que nos defina, somos orfos e orfas de fillos e fillas. E lembramos a eses pequechos en vida para manternos respirando», explica.

Cuenta que una jornada como la de hoy se recuerda a las víctimas, se levantan banderas negras, eslóganes y lazos morados. Lo aprueba. Pero cree que no llega con recordar a quienes fallecieron por esta lacra. Y hace una reflexión de esas que provocan escalofríos: «Elas e eles [refiriéndose a los niños asesinados] morreron e merecen ser lembradas e lembrados, pero mirade tamén o que queda. Ao longo de cinco anos coñecín a nais rotas, fortes, pero danadas de por vida. E non remata coa perda brutal, execrábel dos nosos úteros. Segue despois. Costas de xuízos que pagas ti, débedas de malnacidos e malnacidas que che esixen a ti, e saber que dentro duns anos pedirán permisos de fin de semana». 

Luego, cuenta su caso. Y lo hace poniendo números sobre la mesa, para explicar que, como muchas otras madres, además de vivir con el drama de perder a sus hijas también tiene que enfrentarse a una interminable y costosa batalla legal y económica. Así, explica que hay una sentencia que indica que el asesino de sus hijas, David Oubel, debe pagar 300.000 euros de responsabilidad civil, pero que en la vida los percibirá «porque só tiña débedas». 

Explica también que gracias a su labor como traductora pudo pagar los 25.000 euros de costas de su abogado. Y, por si con esto fuese poco, señala que la obligan a pagar una hipoteca de 130.000 euros de la casa donde su exmarido mató a sus hijas. Se trata de una vivienda que, a raíz del divorcio, le quedó a él. Pero que, tal y como explica Viéitez, ella debe abonar como parte solvente aunque no sea dueña de la misma, «xa que a lei hipotecaria é Deus neste mundo». La conclusión sobre su situación económica es demoledora: «Non ter nada ao meu nome porque nada podo ter». 

Es consciente de que no solo está ella en esta situación: «Coma min, moitas outras, sen fillos, sen futuro, anos despois recibindo aínda paus legais, algunhas sen poder traballar porque non erguen cabeza, aditas aos antidepresivos para vivir a supervivencia». Insiste en que a los padres y madres de niños asesinados la ley no les considera víctimas y que, sin embargo llevan la violencia de género tatuada en la piel. 

 Asegura que su grito desesperado es para que se escuche la voz de los silenciados. Y pide que se compartan sus palabras para reclamar cambios legales, como cuando abanderó la campaña para que no se derogue la prisión permanente revisable. Termina diciendo que habla solo en su nombre, en el de Rocío Viéitez. Y lo aclara porque ella, que nunca quiso exponer a sus hijas, cree que las víctimas deben ser recordadas. Pero también deben resultar intocables. Y por ello evita siquiera que haya que pronunciar sus nombres.