Mayka y Sergio, los novios inseparables que tuvieron que separarse

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA

PONTEVEDRA

Sergio y Mayka, imaginándose que se saludan pese a que sus balcones están a kilómetros de distancia
Sergio y Mayka, imaginándose que se saludan pese a que sus balcones están a kilómetros de distancia CAPOTILLO

Se enamoraron hace trece en su centro para personas con parálisis cerebral. Se extrañan infinitamente

01 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Si las miradas de amor matasen, Mayka Castiñeiras y Sergio González morirían cada día. Se observan con ojos fulminantes, como si cada mañana tuviesen que quererse como si fuese la última. Se les nota hasta cuando se dan los buenos días a través de una pantalla, en una videollamada en la que los silencios no importan, porque basta con verles para comprender que se lo dicen todo con los ojos. Mayka y Sergio, de Pontevedra, son unos novios inseparables que han tenido que separarse por obra y gracia del confinamiento. Hasta ahí, su historia serán común a la de miles de parejas más. Pero es que Sergio y Maca no son unos novios más: son especiales. Más que nada, porque pelearon por su amor desde el minuto cero.

Hace más de una década que Sergio y Mayka se quieren. Coincidieron en Amencer, el centro para personas con parálisis cerebral al que ambos acuden, porque hasta en eso coinciden. Ambos tienen una discapacidad, una parálisis cerebral que en el caso de Mayka le impide caminar y hablar con soltura y en el de Sergio es algo menos limitante. Se ríen y hasta se ponen colorados al pensar en sus inicios como pareja. «Yo me fijé en Mayka porque es una mujer muy positiva, muy valiente, y eso me gustaba mucho... pero no me hacía ni caso al principio, costó lo suyo. Hasta que un día en una cafetería le dije que me gustaba, y si quería estar a mi lado y... dijo que sí», cuenta él. Se quisieron desde el inicio. Pero, aún así, les llevó tiempo convencer a su entorno de que la única discapacidad en el amor es no sentirlo.

Su relación se fue afianzando día a día en el centro de Amencer, donde Mayka convierte en pieza de artesanía cualquier material que pasa por sus manos, sobre todo cerámica, y Sergio explota su vena literaria, esa misma que le hizo escribir relatos, guiones de cine y que algún día le permitirá terminar la novela que tiene a medias. Poco a poco, se fueron convirtiendo también en una de esas parejas que le dan romanticismo al sitio donde viven. Es casi imposible pasear por Pontevedra y no cruzarse con Mayka y Sergio paseando o compartiendo cafés, tiempo y discusiones de fútbol en una terraza. Aparecen juntos en el desfile de carnavales, vestidos de roqueros y con Mayka sentada en una especie de Harley que conduce Sergio. O se dejan caer de la mano en el cine y en un sinfín de actos en la ciudad. Juntos pasaron días de gloria, como cuando, en unas vacaciones con Amencer, los compañeros les prepararon una boda ficticia pero con amor real. Y juntos llevaron las penas, como cuando Mayka sintió su mundo resquebrajarse al morir su madre.

Videollamadas continuas

«Esa es nuestra vida, estar juntos todo el día menos para dormir», dice Sergio. Luego, añade: «Bueno, esa era nuestra vida...». Porque lo cierto es que su existencia en pareja se terminó con el confinamiento. Él está en casa de sus padres y ella en el piso en el que vive con una cuidadora. No hay ni dos kilómetros entre sus viviendas. Pero ahora mismo, en estos tiempos de aislamiento, son un mundo entero.

Los días pasan para ellos de videollamada en videollamada; solos o con sus compañeros. Pero nada sustituye el verse frente a frente. «Nos echamos muchísimo de menos... bueno, yo la echo de menos. Mayka está aliviada sin mí... dice él. Y ella se ríe: «Sí que le echo de menos, pero hay que estar animados», apostilla.

Sergio dice que, pasado el confinamiento, no quiere separarse más de Mayka. Y, aunque su condición de tipo duro no le permite deslices, en voz baja murmulla que esto se le está haciendo largo. Ella vuelve a sonreír y a asentir. Ni Sergio ni Mayka son ajenos a su realidad. Él tiene 44 años y ella 45. Llevan más de una década de amor sólido. Pero lo ven difícil para vivir juntos, ese sueño que comparten desde hace años. «No somos autónomos. Nuestra opción para vivir juntos sería que en Pontevedra hubiese una residencia para personas con discapacidad. Pero no existe. Amencer tiene un proyecto, ojalá algún día se haga realidad», dice Sergio. Pues ahí queda su deseo. Por escrito y bien claro.