El deporte casi inédito en Europa en el que arrasan dos pontevedreses

N. d. a. PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

ADRIÁN BAÚLDE

Jaime Blanco practica paddleball junto su hijo Mario, una modalidad nacida en Estados Unidos que es una mezcla entre paddle y pelota vasca. Ambos tienen títulos mundiales en las distintas modalidades

01 oct 2019 . Actualizado a las 20:00 h.

Hace apenas unas horas que llegaron a Pontevedra después de un día de aviones para regresar desde Las Vegas. Todavía demasiado cansados, Jaime Bernardo Blanco Dios y su hijo Mario cuentan orgullosos su hazaña deportiva. Son los dos únicos gallegos que participaron en el Mundial de Paddleball, que se celebró el pasado fin de semana en Estados Unidos. Ellos van un poco más lejos: «Los únicos europeos y los únicos que no eramos americanos».

A Jaime no se le hubiera pasado nunca por la cabeza que cuando el médico le recomendó hace cuatro años practicar una actividad física para paliar los problemas asociados al sobrepeso, acabaría siendo subcampeón del mundo de one wall paddleball, una de las múltiples modalidades de una disciplina desconocida en Europa, pero muy popular en América. «En Las Vegas éramos unos 500 participantes en 19 pistas de madera y asfalto montadas en el aparcamiento de uno de los hoteles», explica Jaime Blanco, que cada vez que gana un título posa con el trofeo y su médico. «Ahora volveré», comenta el padre.

En esta aventura embarcó a su hijo Mario, de 15 años, que regresa del Mundial con el título de campeón del mundo júnior en racquetball, una de las modalidades más populares dentro del paddleball. Pero, cómo acaban dos pontevedreses en un deporte extremadamente minoritario. Muy sencillo. En la década de los ochenta cayó en sus manos un libro que hablaba sobre lo que hasta ahora era para él un entretenimiento de juventud. Le daba pelotazos a una bola contra la pared hasta que el libro editado en Estados Unidos le ponía nombre y origen. Es un deporte a caballo entre el frontón y la pelota vasca, pero que se juega en una pista más pequeña lanzando la pelota contra una pared de seis metros de ancho por cinco de alto, y para el que se utiliza un tipo de pala similar a la de pádel, mientras en el racquetball se usan dos raquetas más alargadas que las de tenis.

Poco a poco fue adentrándose en la disciplina hasta que en el 2015 creó la Asociación Galega de Wallball e Paddelball. «No teníamos sitio ni donde jugar, ahora usamos una pared del colegio de Campañó», comenta Jaime, que reconoce que «los únicos que lo practicamos aquí somos todos conocidos, unos 15 o 20». Y eso que ambos explican que esta disciplina ya empezó en la década de los treinta en la Universidad de Michigan.

Desplazamientos costosos

Desplazarse a la otra parte del planeta le resulta costoso, pero es él con su trabajo como profesor de jardinería en un taller de la Xunta el que se costea los viajes. «Hasta ahora nadie nos ha ayudado económicamente, solo se nos ha acondicionado el colegio de Campañó», resalta Blanco, que asegura que se le da bien porque «soy ambidiestro, tengo dos derechazos». En Las Vegas le ha valido el subcampeonato, pero en la anterior edición de 2017 ya ganó en dobles mixtos. «En este Mundial es una pasada, se está jugando desde las siete de la mañana hasta las doce de la noche, a veces me iba a dormir y escuchaba como peloteaban», recuerdan padre e hijo que aprovechan la competición para mejorar su nivel. «Los europeos nos los jugamos con los amigos», asegura.

Estas salidas les permiten crecer como deportistas. «Yo competí en parejas con una niña que tenía mucha idea y me daba consejos, allí tienen medios para practicarlo», reconoce Mario Blanco, que ayer ya volvió a clase después de su particular sueño americano. «Era la primera vez que salía de España y mi primera gran experiencia deportiva», comenta el hijo, que reconoce que Las Vegas es «como me la imaginaba, muchas luces y vicio». El único pero con el que vuelve es que ser campeón del mundo júnior no tuvo más premio que el material deportivo. Ahora pelará por llegar a serlo en absoluto.