Excursiones escolares que enseñan que «en casa no somos ricos»

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Ramón Leiro

La venta de bocatas, rifas y demás género para los viajes de fin de curso da más de una lección a los alumnos

18 mar 2018 . Actualizado a las 05:10 h.

Pongámonos en situación. Once y cuarenta minutos de la mañana. Suena el timbre del recreo y por las escaleras y pasillos del colegio Praza de Barcelos bajan a toda pastilla decenas de chavales hambrientos. Todos quieren su bocata y todos los quieren ya. ¿Se imaginan hacer de camarero en esa tesitura? Pues ese trabajo lo hacen los lunes, miércoles y viernes los niños de sexto de primaria. Cada día está detrás del mostrador un grupo de cinco o seis niños. Los rapaces, que venden los bocatas para pagarse el viaje de fin de curso, tienen ya una experiencia repartiendo género que para sí quisiesen muchos hosteleros. Les da igual que les pidan siete u ocho bocadillos a la vez. Sin perder un ápice de serenidad y con muchas tablas, el viernes a pie de mostrador indicaban: «Tranquilos, todos a la fila, que ya vamos repartiendo nosotros». No solo despachan, sino también cobran 0,50 por cada bocata, paquete de galletas o agua. Así que de contabilidad tampoco van mal. Todo ello es el peaje que hay que pagar para ir a Cabárceno de excursión de fin de curso. Aunque, hablando con ellos, no parece un peaje en sí.

«La verdad es que nos divertimos vendiendo los bocadillos», decía Alejandro. «Sí, y te das cuenta de que cuesta bastante juntar el dinero. Necesitamos más de 200 euros cada uno y eso es mucho...», añadían Sara y Uxía. Cierto es que para que la venta de bocadillos tome impulso se necesita la ayuda de los padres, como Marta, que el viernes supervisaba las ganancias del recreo. Pero los progenitores tienen claro que los chavales están aprendiendo antes incluso de coger rumbo a Cantabria: «Saben lo que cuestan las cosas, y se organizan muy bien, también se encargaron del festival de carnaval y cobraron las entradas».

La historia se repite en el colegio de Campolongo. Ahí también hay ochenta chavales de sexto de primaria que quieren sacar el billete a Cabárceno -si se hace una encuesta en los coles queda claro que el paraje cántabro está en la cresta de la ola en cuanto a excursiones escolares-. Ellos montaron ya dos mercadillos, el último ayer. En los puestos venden cosas hechos por ellos mismos y sus familias, desde pulseritas a magdalenas pasando por libretas decoradas. Marta, pizpireta y resuelta, toma la palabra: «En casa no somos ricos, y no creo que otros lo sean, así que tenemos que trabajar si queremos ir de excursión. A mí no me importa hacer todo esto, al revés, lo paso muy bien», cuenta ella. Los demás le dan la razón. En su caso, son los propios padres los que los acompañarán al viaje, no los profesores. Dicen los progenitores que no les importa hacerlo, porque creen que tanto el viaje como los esfuerzos para juntar el dinero están enseñando muchas cosas a sus hijos: «Se dan cuenta de lo el dinero no cae del cielo», indica una de las mamás.

Si se va colegio a colegio, en buena parte de ellos los niños de sexto se aplican con las ventas. Ayer, por ejemplo, los del Vidal Portela vendieron rosquillas en el mercado. Profesores y padres coinciden en que ese esfuerzo le viene bien a los niños. Lo cuenta la directora del Xunqueira I: «Se hacen responsables y aprenden a organizarse, eso es bueno».