El regreso de los bueyes al reino del albariño

Rosa Estévez
rosa estévez MEAÑO / LA VOZ

PONTEVEDRA

Martina Miser

Recuperar una tradición y construir su futuro; esos son los dos objetivos del joven ganadero de O Salnés

27 feb 2018 . Actualizado a las 08:25 h.

Cuenta Rubén que los niños de la aldea de Sisán suelen encaramarse al muro de su finca. Vienen una y otra vez, dejan las bicicletas abandonadas sobre el asfalto de la pista, y escalan la pared de piedra: al otro lado, el espectáculo merece la pena. Allí se crían diez imponentes animales. Diez bueyes sobre los que un joven de O Salnés está dispuesto a construir su futuro. «Gandeiro. ¿Quen mo ía dicir?», se pregunta Rubén.

Él, natural de Dorrón, iba para mecánico. Trabajó unos años por cuenta ajena y luego decidió lanzarse con un taller propio. No le salió bien. Mientras pensaba qué hacer con su vida, en su casa de Meaño empezó a criar animales. Primero fue un cerdo. Luego una vaca. Y mientras veía como esta última crecía decidió que quería probar con un buey. Se compró un tudanco de diez años, un ejemplar potente y de largos cuernos. Un año y un mes después, la cabaña ha crecido hasta los diez ejemplares. Tiene tudancos de Cantabria, maroneses de Portugal y rubios del país. Y a excepción de un ejemplar de mirada torva, el resto son «como mascotas grandes». Dóciles y ansiosos por recibir los mimos de su propietario.

Rubén reparte su atención entre su exigente cabaña. A los animales, dice, no les ha puesto nombre, los llama como le parece en cada momento. «Cos nomes ía armarme un lío», explica. Y desecha, con un gesto, que su reticencia a bautizar a los bueyes pueda tener algo que ver con su temor a encariñarse con unos animales que, tarde o temprano, habrán de ser vendidos para carne. «¿Non din que un cravo quita outro cravo? Cando sexa, terei que traer outros para o sitio», reflexiona el joven ganadero de Meaño. De todas formas, aún falta tiempo para que llegue el momento de separarse de sus animales. Los bueyes deben tener un mínimo de cuatro años para que su carne sea buena, y Rubén quiere que la que salga de su explotación sea excelente. Así que «queda moito traballo» antes de que llegue la despedida.

No se crean que criar bueyes se reduce a alimentarlos y a limpiar la cuadra. «Estes animais queren actividade», dice Rubén. Así que los está entrenando para que tiren de un yugo de cabeza. «Destas pezas xa non se fan por aquí», cuenta el ganadero. El que usa mientras un buen amigo no le acaba de fabricar uno propio, se lo ha dejado Mario Noriega, el marchante que, a modo de cicerone ganadero, lo guía en su aventura. También le ha dejado unas molidas -las piezas que cubren la cabeza de los animales- «que teñen máis de cen anos». El resto del equipo es trabajo artesano, porque «aquí esta tradición perdeuse toda».

Estamos en el fértil valle de O Salnés, rodeados de fincas y verde y silencio. Seguro que por aquí también abundaron los bueyes aligerando el trabajo de la tierra. «Iso deixouse morrer todo. Parece que aquí so nos interesa o albariño e o marisco», reflexiona Rubén. Él se ha rebelado, se ha empeñado en explorar nuevas vías para las tierras interiores de O Salnés. Un futuro con sabor a historia y a tradición.

De hecho, el joven ganadero está preparando a sus bueyes para poder participar con ellos en ferias y mercados tradicionales. Pretende, así recuperar la imagen de estos animales como símbolos de la tierra. Si todo sale bien, las ferias y mercados le permitirán también sacar algún dinero con el que «ir desquitando» la enorme inversión que ha realizado para poner en marcha su sueño. Y es que, mientras no llegue la hora de vender a los animales, todo son gastos que consumen ahorros. «Os únicos ingresos que teño polo momento son os de venta de abono», relata.

Las ferias podrían aliviar un poco unas arcas de las que cada día hay que sacar doce kilos de pienso y veinte de silo para cada uno de los diez animales. Como se podrán imaginar, cuerpos de 900 kilos no se alimentan del aire. A Rubén, su bisoñez como ganadero no se le nota, en un año se ha convertido en un auténtico experto. Si usted se lo encuentra algún día por Simes lo reconocerá fácilmente. Quizás sienta cierta envidia: parece un tipo realmente feliz.