La familia que crece con el Arxil

manu otero PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

ramón leiro

Mayte metió el gusanillo del baloncesto a su marido, Lino. Es la herencia que le dejan a sus hijas Aldara y Mariña

06 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La pasión por el baloncesto llevó a Mayte y Lino, junto a un grupo de amigos, a fundar un club de baloncesto femenino en una ciudad que se había quedado huérfana. Treinta años después, el Arxil es la referencia pontevedresa de la canasta femenina y la familia Vázquez Méndez se multiplicó por dos. Y todos unos apasionados del baloncesto, aunque en su casa prefieren hablar poco del tema. Ellos son más de jugarlo y verlo. «El otro día llegamos tarde a casa y nos pusimos a ver el Madrid Baskonia grabado. Mi padre nos decía que teníamos que ver la jugada de Doncic», reconoce Aldara, la hija mayor de la familia que también sigue, al igual que su familia, los partidos de Liga Femenina 1 por televisión.

Aunque lo disfrutan, es complicado que coincidan los cuatro en el sofá de casa para ver los partidos. «Cada uno entrena a una hora, tenemos viajes y al final lo que apetece es meterse en cama y descansar», admiten los cuatro. Tampoco el baloncesto es el tema de conversación recurrente, ni a la hora de comer. «Intentamos separarlo, necesitamos desconectar un poco, necesitamos algún momento del día en el que el baloncesto no esté presente», explica Aldara en nombre de los cuatro.

Debe ser difícil para dos jóvenes convivir con una pareja de entrenadores y profesores. «Un poco -exclama Aldara entre risas- pero se lleva bien», confiesa. Mayte entrena al primer equipo del Arxil, Lino, al filial; y ambos son profesores en un centro de Marín, aunque no tuvieron la buena o mala fortuna, según cómo se mire, de dar clase a sus hijas. «Como profesores no nos conocen, siempre estudiaron en el colegio que les correspondía», deja claro la madre entrenadora.

La disciplina que exigen ambos en el campo de entrenamiento, se convierte en apoyo dentro del hogar. «Siempre nos han exigido buenas notas», reconocen Mariña y Aldara. La mayor va camino de ser fisioterapeuta y la pequeña aspira a seguir sus pasos. Pero si la exigencia es alta en asuntos educativos, en los deportivos la elevan a la enésima potencia. «Cuando tu padre es el entrenador siempre tienes que demostrar que vales. A nada que hagas mal siempre habrá alguien que diga: ‘estás ahí porque eres la hija del entrenador’», razonan. Es una cruz con la que tienen que cargar. «Te haces a la idea de que tiene que ser así», se resigna Mariña. Pero a ninguna de las dos se les pasó por la cabeza dejarlo o cambiar de equipo.

«Como hijo y como padre, es complicado», «a veces le exigimos más por ser hijas», confiesan Mayte y Lino. Ellos llevan treinta años capitaneando un club en el que cada temporada es un nuevo desafío tanto económico como deportivo. Y prefieren que sus hijas no hereden la carga. Aunque sus deseos no se van a cumplir, Mariña, con catorce años, está decidida a tomar el relevo de sus padres. «Es muy duro, hay que hacer sacrificios, siempre hay gente a favor, en contra, es muy duro, no se lo deseo a nadie», valora Vázquez. «Tiene que ser una decisión de ellas, yo no voy a animarlas a una cosa ni a la otra», recalca Méndez.

Aunque el baloncesto es su pasión, en los últimos años se está convirtiendo también en una obligación. Si las hijas mantienen el entusiasmo del primer día -«yo no me imagino vivir sin entrenar ni jugar», dice Mariña-, los padres ya empiezan a sufrir los síntomas del cansancio. «Cada vez me pesa más, hace años que no tengo ni un minuto del día a mi disposición», dice Mayte.

Pero mientras no se retire seguirán compitiendo, disfrutando y sufriendo a partes iguales en la cancha. Y también en casa. Donde, con humor, compiten por el favor de sus hijas en una doble labor tan dura como enriquecedora.