Que los museos no se enteren de lo que guardan estas tiendas

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Un orinal de cristal, un barniz para correajes de la Guardia Civil o cómics de hace sesenta años, entre los tesoros que hay en los negocios

23 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace unos días, en la mercería La Bienvenida, uno de los negocios históricos de la zona monumental pontevedresa, desempolvaban unas viejas batas para demostrar que en el establecimiento también se guardaban los famosos modelos de Goa, germen de Zara, de los que no se deja de hablar en toda Galicia. Esas prendas llevaban en la tienda unos 50 años. ¿Casualidad? No tanta. En realidad, una visita por negocios con solera del centro pontevedrés permite descubrir que todos ellos son pequeños museos de lo cotidiano. Todos guardan artículos de tiempos pretéritos. Algunos todavía los venden. Otros, sin embargo, no se desharían de ellos por nada del mundo.

Empezamos junto a la plaza de abastos. Casi al lado está un local sin rótulo que, en realidad, se llama Paquetería Rosa. Dentro del negocio no queda demasiada mercancía antigua. Pero el dueño y su padre, ya jubilado, invitan a ir hasta el almacén. Es como entrar en un túnel del tiempo. Ahí se guardan, por ejemplo, unos pantalones de campana que, según cuenta Ceferino González, deben tener «unos sesenta años». También hay batas de Goa, por si Amancio Ortega tiene dudas de la huella que dejó su primitivo negocio. No demasiado lejos de esta tienda está un bazar, antes llamado Comercial Agustín. Su dueño cogió el traspaso hace un año. Pero se quedó con toda la mercancía antigua. Así que busca en las estanterías y enseguida encuentra un orinal de cristal o un pistero, que es un recipiente usado para dar de beber a los enfermos.

Seguimos en las proximidades de la plaza de Curros Enríquez, donde hay que hacer dos paradas obligatorias. Una, en Ferretería Varela, un negocio nacido en 1875 que, aprovechando que está de cierre por jubilación, tiene a mano la mercancía más antigua. Su dueño saca rápidamente tres artículos que pueden llevar medio siglo en el establecimiento. Son garlopas de carpintero manuales, ahora sustituidas por aparatos eléctricos, un taladro manual, grifos de barril de latón o un aparato para modelar tuercas.

Si en estas tiendas hay reliquias, la Droguería Moderna es una auténtica galería al pasado. Se puede componer la historia de una familia en el último siglo a través de sus artículos; desde un bote de colonia Maja antiguo a un barniz que servía para lustrar los correajes de la Guardia Civil y en cuyo envoltorio especificaba que era de «color reglamentario» y que había sido premiado con la medalla de oro en la Exposición Hispano-Francesa de 1908 en Zaragoza. Pasando por una antiquísima pasta de afeitar de La Toja o un curioso objeto para meter agujas cuya marca es El Huevo de Colón.

El viaje al pasado suma y sigue en Librería Paredes. Tiene novelas rosas o cómics que se vendían a tres céntimos de peseta. Ahora, su dueño no las da por nada. «Esas se quedan ahí», sentencia.