El tesoro increíble del representante de muebles

Lars Christian Casares Berg
christian casares PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

RAMÓN LEIRO

Con un ojo clínico para encontrar lo que otros no tienen consiguió hacerse con un auténtico museo

16 ene 2020 . Actualizado a las 18:29 h.

Estos días anda Manolo Fuentes poniendo en orden el tesoro de toda una vida. Mientras le mete mano a un compresor Michelín de los años veinte que cayó en sus manos en Burdeos y que ahora está a punto de ensamblar tras restaurarlo, acierta a levantar la vista y contestar que tendrá unas tres mil piezas de anticuario que fue comprando en su época de representante de muebles.

Por ahí empezó todo. Ahora será su hijo Daniel el que se encargue de dar salida a todas las joyas en un negocio que ya Manolo solo ve desde la barrera, como asesor, tras jubilarse. No le gustaría deshacerse de un par de piezas: la báscula del antiguo Cine Fraga y otra joya que enseñará un poco más tarde. «A báscula andiven detrás dela catro anos», confiesa Manolo. «Conozca su peso por diez céntimos», reza el artilugio, que imprimía a cambio en una tarjeta el resultado del peso, la fecha y hasta un detalle de la película que se proyectaba en la sesión del día, explica.

¿Y ese otro tesoro del que le costaría desprenderse? Manolo Fuentes sube unas escaleras y ahí está. Una pieza de caoba. Un mueble. Pero al bajar una trampilla aparece, con su grifería, una pileta de porcelana, que desagua automáticamente al plegarla de nuevo por un conducto disimulado en el mueble. «Esto foi parte do trasatlántico Santa María». Aquel barco se hizo célebre en enero de 1961 por el secuestro que sufrió por parte de exiliados portugueses y españoles -en su mayor parte gallegos- miembros del Directorio Revolucionario Ibérico para protestar contra las dictaduras de Salazar en Portugal y Franco en España.

La nave industrial de A Reigosa donde ahora clasifica y pone en orden todo Manolo Fuentes es, en realidad, un museo a la venta. Aquí un telégrafo y una bola del mundo de 1900, allí un teléfono de una gasolinera americana, debajo una caja que contiene un juego antiguo de cristales y gafas para graduar la vista, al doblar la esquina una peluquería antigua al completo, con sus asientos, su lavacabezas y hasta el letrero para la entrada, luego sofás chester, una lavadora manual de los años veinte, una mítica cabina telefónica roja londinense. «Esa viu de donde teñen que vir. Agora xa non se pode, están protexidas», recuerda, antes de tropezarse con una nevera a butano de los años cuarenta. Y así hasta completar la totalidad de la nave. Parte del tesoro ya lo calcula al peso. «Só en recambios de coches antigos debo ter unhas dez toneladas».

De su época de viajante le vino la afición por lo antiguo. «Estando de representante de mobles tiña que ir moito fóra. E os venres á tarde e sábados gustábame dar unha volta e buscar cousas especiais. Eu non quero o que ten todo o mundo». Otras piezas vienen de amigos en el extranjero. Y hay cosas que no son fáciles de encontrar, como una centralita de operadora telefónica al completo o un mueble que reluce allí al fondo: un imponente aparador modernista que, por sus dimensiones y altura, precisa de una casa acorde, con techos mucho más altos que los estándar de los pisos actuales. Y aun así pasa casi inadvertido en un tesoro inabarcable. El de toda una vida.