El editor que prestaba obras de arte

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Sabino Torres siempre eligió la blbioteca del Museo de Pontevedra como su rincón favorito.
Sabino Torres siempre eligió la blbioteca del Museo de Pontevedra como su rincón favorito. capotillo

Sabino Torres fue uno de los editores más valientes de Galicia, y un hombre con una sensibilidad especial para la cultura

24 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre todo, valiente. Al poeta y editor Sabino Torres Ferrer lo pueden definir muchos adjetivos, pero solo unos pocos son evidentes a ojos de quienes ni siquiera llegaron a conocerlo. Su aportación a la cultura gallega no se debe solo a su pasión por la cultura y por el conocimiento, sino a su coraje para difundirlo a pesar de las normas impuestas, de las leyes y de los corsés a los que se somete cualquier forma de arte hoy en día. Fue así como llegó a las librerías pontevedresas, aún no cumplido el ecuador del siglo XX, una colección de poesías traducidas al gallego bajo el título de Benito Soto, la primera de la posguerra y la que permitió al homenajeado en el Días das Letras Galegas 2016, Manuel María, convertirse en el primer poeta en publicar en este idioma por primera vez tras la Guerra Civil. Y fue así como ayer se despidió de los suyos y dejó huérfanos a muchos otros intelectuales tras fallecer en Madrid a causa de una larga enfermedad.

Un nuevo socio

La ilusión y el fervor que Sabino Torres le ponía a todo en lo que creía lograba que incluso quien iba a reprocharle su iniciativa empresarial acabara convencido de su utilidad por encima de los requisitos administrativos. Así ocurrió con el gobernador civil, que salió de una reunión, no solo no enfadado con él, sino convertido en socio.

Tal era su poder de palabra. En parte, por el placer que encontraba en ellas, en releerlas y recordarlas, en bucearlas y repasar las que más le gustaban. Por eso pasó tantas horas de su vida en la biblioteca del Museo Provincial. Y por eso contaba entre sus íntimos amigos a Xesús Alonso Montero, presidente de la Real Academia Galega. O a Carlos Valle, director del Museo de Pontevedra. A este último le unían, más que las letras, las imágenes. El arte estableció un vínculo entre ambos que no rompió ni siquiera la marcha del editor de su ciudad natal, Pontevedra, para mudarse a Madrid. La edad no quiso perdonarle tampoco a él, y aunque la Corte no terminaba de hacerlo sentir como en casa, «lo sobrellevaba». «Lo iba soportando, aunque no de muy buen grado, pero sabía que no podía hacer otra cosa», y que allí estaba parte de su familia, aseguran los más próximos al intelectual.

Su enorme sensibilidad no solo ha quedado inmortalizada negro sobre blanco. Muy al contrario, está llena de color y de diferentes estilos. Los de Laxeiro o Rafael Alonso, entre otros. Los dos pintores figuran entre los nombres propios que conforman en la colección privada de Torres Ferrer, esa que tantas veces ha permanecido expuesta al público general sin que casi nadie lo supiese.

Colección particular

Han sido varias las exposiciones permanentes o temporales del Museo -sobre todo de los artistas de las décadas del 40 al 60- en las que se han colgado algunos de los cuadros propiedad del intelectual pontevedrés con su solo rótulo: «Colección particular». Es otro de los signos que definían a un hombre que adquirió muchas de esas pinturas mucho antes de que sus autores obtuvieran reconocimiento.

Un gran conversador, de gran cultura y generoso. Son tres de las virtudes que marcaron su vida pública. La sensibilidad y el buen gusto, otras evidentes. Y su pontevedresismo. En el buen sentido de la palabra, matizan quienes le querían. Todos aquellos que no tuvieron oportunidad de hacerlo a nivel personal pueden regresar a la colección Benito Soto, a la Hipocampo Amigo -que editó en los años 90, ya desde Madrid y también en castellano y en gallego- o a Crónicas dun tempo escondido. Pontevedra 1930-1960, las memorias que publicó Galaxia en el 2014, cuando Sabino Torres celebraba sus nueve décadas de vida. En Pontevedra quedarán también Ciudad, el semanario que dirigió en los años 40, y sus artículos en El Litoral, publicados en los 50. Todos ellos siguen donde él los dejó: en su rincón favorito, el de la biblioteca del Museo Provincial.