La húngara que desertó y sobrevivió al Sáhara

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

CAPOTILLO

Zsuzsanna Kanyo vive desde hace seis años en Poio, adonde llegó de Abu Dabi tras una intensa vida

28 abr 2016 . Actualizado a las 15:27 h.

«¿Qué quieres, que te cuente mi vida? Estaríamos aquí hasta mañana. Te cuento solo lo principal, ¿de acuerdo?». Zsuzsanna Kanyo tiene el pelo muy rojo, los ojos muy claros y toda la razón del mundo. La tiene en inglés, en francés y en húngaro, los tres idiomas que domina con su marcado acento de Europa del Este. A España llegó hace apenas seis años y, aunque se defiende, todavía le cuesta expresarse con fluidez en castellano. El gallego le cuesta más.

Es clara y directa incluso para definirse a sí misma: «Tengo el pelo rojo, soy alta y ya no joven». Tiene una historia imposible de resumir en una contraportada. Incluso en un artículo entero. Comienza cuando, a los 19 años, va a visitar a su marido a Holanda. Era húngaro, como ella, y músico, y una vez allí Zsuzsanna se entera de que está embarazada casi al mismo tiempo de que su esposo no está dispuesto a regresar a su país de origen. Le quedan dos opciones: desertar con él y renunciar a volver a la Hungría comunista en la que viven sus padres, su hermano y el resto de su vida; o abandonar allí a su marido y regresar sola. Con su hijo. Decide quedarse en Holanda. «Mi madre nunca dejó de llorar por mí», cuenta, casi al final del café con leche en taza grande que se pide en un restaurante del centro de Pontevedra. Deja el bizcocho porque está a régimen. Se le llenan los ojos de lágrimas, a pesar de que fue capaz de volver a ver a su familia. Quince años después de abandonar Hungría, pero volvió a verla.

Zsuzsanna perdió el niño y empezó a ir a una academia de arte para aprender fotografía mientras trabajaba a media jornada en una tienda del sector. Acababa de descubrir que quería ser publicista. La casualidad quiso que en un viaje que hizo con unas amigas a París seis años después -no recuerda su duración- conociera a un profesional de la publicidad. «Qué importa cuánto durara el viaje. Lo importante es que no regresé», sentencia. Se enamoró de él y volvió a tomar una decisión como todas las que ha tomado en su vida: rápidamente, sin apenas pensarlo. «Siempre he sabido que, o tomo una decisión al instante, o si la pienso, no lo hago», confiesa.

Fue su marido quien la convenció para que entrara en el mundo del modelaje profesional. Había hecho sus pinitos en Hungría, pero nada serio. En la capital de la moda aprende el oficio desde dentro. «Nunca llegué a ser una top model, pero sí lo suficientemente profesional como para vivir de ello», señala.

A Nueva Caledonia

Y ahorrar lo justo para emprender una nueva aventura. Se trata de cumplir un sueño que tienen los dos y que suena a locura. Porque lo es: quieren llegar a Nueva Caledonia en coche. Cambian la ruta inicial, que atraviesa Turquía, por otra que les conduce directamente a África. Una vez allí, se sumergen de lleno en el Sáhara con su pequeño jeep militar. Se pierden y pasan un angustoso día deambulando por el desierto sin tener la menor idea de dónde estaban ni de cómo salir de allí. Hasta que al cabo de varias horas encuentran un camino, y lo siguen. Les lleva directamente a una estación de petróleo, donde retoman el contacto con la raza humana, y regresan a la ruta. Pero la suerte no mejora, y el desierto, en lugar de escupirlos, decide tragárselos. Poco después de pasar uno de los momentos más tensos de la vida de la joven húngara tras perderse, su coche cae en una falla en Naamey, Níger, y su marido queda gravemente herido. Tanto que tiene que permanecer cuatro meses ingresado con todas las costillas y la clavícula rotas. Kanyo tiene que ponerse a trabajar de camarera en un club nocturno para mantenerlos a ambos. Recuerda aquellos tres años como unos de los más duros de su vida. En parte, por las constantes jaquecas que le acechan y que desaparecen el mismo día que abandonan África.

Consiguen llegar finalmente a Nueva Caledonia, y allí viven tres años, hasta que se separa y regresa a París, donde se hace terapeuta de belleza y, lavando la cabeza al representante de una importante cadena de peluquerías, se enamora de él y se marchan juntos a Abu Dabi, donde él es el encargado de abrir una sucursal de la marca. Treinta años pasa Zsuzsi allí. Hasta cumplir los 60. Para entonces ya lleva quince con su actual marido, Heriberto, un músico cubano al que conoce en una actuación y que no llega a dar su siguiente concierto, en El Cairo. A los 60 años Emiratos Árabes Unidos retira el visado a los extranjeros que no tengan un negocio propio. El matrimonio apenas contó con un mes para hacer las maletas.

Aunque para Zsuzsanna Hungría siempre será su casa, ninguno de los dos quería regresar más que de vacaciones -la exmodelo húngara pasa todos los años un mes en su ciudad natal, antes con sus padres, ahora con su hermano- a sus países de origen. Fuera de ellos, solo un lugar cobija a un familiar de Heriberto. Desde entonces, viven en Poio y ella ha descubierto la pintura. Unos cuadros llenos de color encajan perfectamente con su respuesta cuando se le pregunta si nunca ha tenido miedo: «Nunca me han puesto un arma en la cabeza, y eso es lo que yo llamo miedo». Y no parpadea.