¿Sobreviviría E.T. en el mundo real?

La Voz

PONTEVEDRA

R. OTERO

Ceo Aberto rompe mitos sobre los seres de las películas de animación, hoy a las 18 horas, en la charla «Bichos de cine»

15 abr 2016 . Actualizado a las 05:15 h.

«E.T. se extinguiría enseguida». Los animales que tienen los ojos en la parte frontal de la cabeza son depredadores. Es una caracterización evolutiva cuya única finalidad es cazar. «Los tenemos así para comernos todo lo que se mueva», explica David Ballesteros, socio fundador de Ceo Aberto, una empresa de divulgación científica para niños. Solo los herbívoros los tienen a los lados, porque su misión es vigilar el entorno para evitar que otro animal los ataque por detrás para comérselos.

Entonces, ¿qué posibilidades tendría un bicho «con esas patitas cortas, un cuello extensible que no sirve para nada y una mano con un dedo tan largo para señalar su casa, y ningún pulgar»? Ningunas, resume el geólogo. Cierto que se trata de un alienígena, pero eso nunca ha sido excusa para los creadores de las fábricas de ficción más importantes del mundo a la hora de diseñar seres imposibles. En el caso del extraterrestre amigo de Elliot, que conmovió a toda una generación y se convirtió en un clásico del cine, se trata de una combinación de características «aberrantes», explica Ballesteros.

Pero, ¿podría existir algún bicho o monstruito generado por marcas como Pixar o Disney? Pongamos como ejemplo uno de esta segunda especie. El más famoso, probablemente. ¿Recuerdan a James P. Sullivan, ese ser peludo y enternecedor que se acabó encariñando de Boo? Los protagonistas de la película de miedo más emotiva de todos los tiempos, Monstruos SA, se encontrarían, en el mundo real, en las antípodas de la relación que mantienen en el film de animación. Para empezar, porque un animal de esas características y depredador -tiene ojos centrales-, de tener esa mandíbula, mordería. Y mucho.

Pero no solo por eso. La naturaleza, en un derroche más de sabiduría, ha dotado a los animales más peligrosos de colores vivos. Es su forma de protegerse. James P. Sullivan es azul y tiene motas. «No habría que tocar a ese bicho», advierte.

Ballesteros va más allá y advierte de que «la comunicación interespecies no es muy habitual». Así que olvídense de que una hormiga pueda hablar e incluso hacerse amiga de una oruga, como ocurre en películas como Bichos u Hormigaz.

Lo que sí es posible, y real, es el movimiento colaborativo y simbiótico de las hormigas. Las colonias, la estructuración y organización de sociedades animales también tienen su reflejo en la animación. Y es que no todo va a ser mentira.