Año y medio de espera para volver a respirar tranquilo

Carmen García de Burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

José Muñiz, en diciembre, tras conocer que el Fogasa estaba a punto de pagarle lo que le debía.
José Muñiz, en diciembre, tras conocer que el Fogasa estaba a punto de pagarle lo que le debía. capotillo< / span>

El pago de la parte de la indemnización de José Muñiz que cubría el Fogasa le permitió recuperar la tranqulidad

13 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

José Muñiz anda estos días ocupado con asuntos personales. Con los mismos que tendría cualquier persona con familiares mayores. Pero ya no tiene que pensar en cómo va a alimentar las otras seis bocas que dependen de él en su casa: las de su mujer, Graciela, sus dos hijos, su nuera y sus dos nietos. Es Graciela Lobato la que habla. Solo recordar temporalmente la noticia que les dieron hace apenas dos meses le devuelve la sonrisa temporalmente. Tras recibir el aviso de que podrían estar entre los beneficiados por el siguiente pago del Fogasa, les llegó la notificación que tanto esperaban.

Aunque a José aún le quedaban algunos meses de paro, la cotización que le dejaron los 24 años de trabajo ininterrumpido en una empresa del metal de la comarca de O Salnés no daban para comer, pagar la hipoteca y seguir adelante sin esfuerzo. Y la perspectiva de que se le acabara la prestación en poco más de seis meses ensombrecía aún más sus esperanzas.

Pero un buen día, después de mucho esperar y desesperar solo un poco, le ingresaron en la cuenta lo que le habían prometido. No era todo lo que le correspondía, porque el Fondo de Garantía Salarial solo cubre hasta 18.000 euros de indemnización, pero por lo menos era el amortiguador que estaban esperando.

Lo primero que hicieron fue comprarle algo a las nietas, sobre todo a la más pequeña, que tiene algunos problemas de salud. Lo segundo, a los hijos. Y lo tercero que hicieron fue las maletas para pasar unos días fuera. José quería ir quince días a Manzaneda, pero Graciela le convenció para tirar de las resevas de prudencia y disfrutar de un fin de semana en «un hostal moi xeitiño» de Areas, en la misma parroquia en la que viven, Dorrón.

«Era só para desconectar de preocupacións e descansar a cabeciña», confiesa Graciela. «A vida hai que sabela apretar un pouquiño», dice, y admite que la noticia fue aún más alegre cuando se enteraron de que era la misma que recibieron todos los ex compañeros de trabajo de José.