Cuando Pontevedra es lejos de casa

carmen garcía de burgos PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

35 estudiantes de Erasmus y 3 lectores hicieron del Lérez su hogar al menos durante medio curso. Algunos repitieron, y a otros les costó más integrarse

13 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Este año los mejicanos se llevaron la palma. Fueron 15. Ganaron por goleada a los dos griegos que estudiaron el segundo semestre del curso en el campus universitario de Pontevedra. Igual que a los polacos, también dos. Entre medias, los seis brasileños resistieron sin problemas, al igual que los cinco italianos, los tres rumanos y los tres alemanes. Es el cuadro resumen de los universitarios que se acogieron a alguna de las becas Erasmus que se ofertaban en su país para cursar medio año en Pontevedra.

A ellos hay que sumarle los tres lectores que impartieron clases de apoyo en la Escola Oficial de Idiomas (EOI). Son pocos y pertenecen a las lenguas extranjeras más solicitadas en el centro pontevedrés: inglés, francés e italiano. Para enseñar bien el primero, Adrianne Akeman, de 24 años, se cogió un vuelo desde Rochester, en el estado norteamericano de Mineápolis, y se plantó en Galicia. Lo mismo hizo Julia Weissschaedel, pero desde Alemania. Allí vive en una ciudad de 160.000 habitantes próxima a Colonia; por eso le resultó tan fácil adaptarse al ritmo de vida de las orillas del Lérez.

El caso de Stevan Cochennec fue diferente. Llegó a Galicia con la intención de completar un curso escolar en Santiago de Compostela. Pero, o las meigas o la santa compaña ejercieron algún embrujo sobre él que lo hizo volver y quedarse como lector de la EOI cuatro años, hasta hace poco más de un mes. Cuando se mudó con su novia gallega a Bulgaria.

Reacios de primeras

Coinciden en que a los pontevedreses, de primera, les cuesta incorporar miembros nuevos a sus grupos. Lo admite Sergio Lorenzo, delegado en Pontevedra de la International Exchange Erasmus Student Network (ESN) de Vigo: «Al principio la gente es más reacia a acogerlos, porque enseguida los etiquetan como «los erasmus» y no les dan oportunidad, pero a medida que van haciendo proyectos o trabajos de clase juntos, el segundo o tercer mes, se van abriendo un poco».

Francesca Farroni, una estudiante Erasmus de Ciencias Políticas procedente de Peruggia que se matriculó en Ciencias Sociais, lo confirma: «La experiencia me encantó, pero la gente no. Hubo momentos en que lo pasé muy mal, porque los jóvenes no son abiertos, no están dispuestos a hacerte participar». «Levantan mucho los muros, de verdad. Puede que sea porque como llevo un piercing y pantalones que les parecen raros, noto que me miran un poco mal. Apenas me dejaban participar en clase o en los debates». Adrianne es más diplomática: «La gente de Pontevedra que conocí no eran cerradas, pero reservadas», aunque matiza que «eran muy agradables; me invitaron a tomar café con ellos, visitar ciudades (o pueblos) cercanos, y me informaron mucho sobre la región y cosas para hacer. Hay un sentido de comunidad en Pontevedra, y la gente era muy cálida y muy generosa. Ya los echo de menos mucho».

El de Francesca no es un caso aislado. El año pasado hubo un estudiante mejicano que tampoco consiguió adaptarse a las costumbres pontevedresas y las abandonó tan pronto como pudo.

«Se llena de gente con el sol»

A Julia no le ocurrió lo mismo. Prueba de ello es que aprovechó la posibilidad de prórroga que conceden a los lectores para quedarse un año más. Ya son dos y ahora toca volverse para hacer un máster, pero en su país. Sin embargo, antes tiene que aprovechar bien lo mejor que, a su juicio, tiene Pontevedra: «Lo que me encanta es que, cuando sale el sol, sale todo el mundo de casa y se llenan las calles. Pontevedra es una ciudad pequeña pero con vida».

«Lo qué más me gustó fue el modo de vida en Pontevedra. Todas las personas convienen en las plazas para disfrutar una caña, o jugar con sus niños. La vida es simple y las personas no tienen prisas. Era muy diferente en comparación de donde vivía antes en Minneapolis dónde viven más que 300.000 personas», añade Adrianne.

Para Francesca las clases fueron lo mejor que se lleva de Pontevedra. «La asignatura que cursé me gustó muchísimo; en mi universidad no tenemos los talleres por las tarde, y ayudan muchísimo a mejorar». Su profesor fue, además, uno de sus mentores en España: «Antes de venir tenía miedo; no sabía si la experiencia iba a ser buena o mala. Al final, tengo las dos: mi profesora piensa en positivo y negativo. Negativo porque hubo momentos en que lo pasé mal; y positivo porque en el futuro será así el mundo del trabajo».

«La experiencia me pareció fantástica en todos los aspectos, destacaría el ambiente profesional puesto que aprendí a enseñar, a manejar una clase, a relacionarme con alumnos y con el personal de la escuela. También he de destacar el lado personal ya que aprendí gallego, conocí a mi novia y me siento en parte gallego», dice Stevan. Y con razón. Todos lo son un poco ya.

«¿Lo que menos me gustó? ¡La lluvia, nunca paró!». Son palabras de Adrianne Akerman, la estudiante estadounidense de Psicología, extensibles a cualquiera de los extranjeros consultados. Lo dicen sorprendidos, siempre asumiendo que España es un sol gigante con alma de destino turístico. «Lo que menos me gustó -coincide Julia Weisschaedel, sin pensarlo mucho y en un casi perfecto castellano- fue el olor... y la lluvia». Aún así, ambas hablan de su ciudad de adopción con mucho cariño. La joven filóloga alemana incluso bromea sobre a lo que, finalmente, le resultó más difícil adaptarse del país: «Ahora ya lo tengo claro: el subjuntivo». La experiencia pontevedresa de Stevan le dejó otra respuesta: «La falta de oferta cultural y la escasa presencia de jóvenes independientes trabajando y viviendo solos».