Paciencia monástica al servicio de la cosmética natural

Rosa Estévez
Rosa Estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

PONTEVEDRA

MARTINA MISER

El jabón de las monjas de Armenteira se vende en un «show-room» de Serrano

30 jun 2012 . Actualizado a las 06:55 h.

El sonido del timbre rebota contra las gruesas paredes de piedra. Suena a antiguo, como los viejos timbres de las viejas fincas. Su tono concuerda con el espacio en el que nos hallamos: el monasterio cisterciense de A Armenteira, una joya del románico gallego cuyos orígenes debemos rastrear en los albores del siglo XII. Convertido en una parada obligatoria de cualquier itinerario turístico de O Salnés, el monasterio recibe cada año la visita de unas 40.000 personas. Recorren la iglesia, recorren el balsámico claustro y, quien así lo quiere, hace sonar el timbre de una pequeña tienda en la que las monjas que habitan entre estas paredes venden productos artesanos.

A nosotros, la puerta nos la abre la sonrisa de la hermana Paula: una mujer delgada, de ojos oscuros y el aspecto de quien está en paz consigo mismo y con el mundo. Hemos venido para hablar de los jabones que confeccionan las monjas de A Armenteira. Pero no hace falta ni hablar: la tienda envuelve a quien en ella entra en fragancias florales y afrutadas. Emanan de unas pastillas -de todas las formas y colores- que desde hace ocho años fabrica la comunidad cisterciense de A Armenteira. Los jabones más vistosos están hechos a base de glicerina y en un día «xa se poden secar e envolver». Otros, los de aspecto más rústico, se elaboran con aceites vegetales, proteína de maíz, colorantes alimenticios y aceites esenciales, y exigen entre dos y tres meses de espera, en una pequeña sala de secado en la que estufas y otros artilugios luchan contra la humedad que rezuma de las piedras.

Desde hace un año, a la amplia variedad de jabones que fabrica, la comunidad ha añadido otro: el elaborado con aceite de camelia. De momento, la materia prima fundamental les llega desde Areeiro, porque «extraer aceite de camelia costa unha barbaridade». Aún así, las monjas han plantado hace dos años nuevos árboles en su jardín para intentar producir, poco a poco, su propio aceite. «Os camelios que temos agora non sirven», señala la hermana Paula.

Lo que sirve es el trabajo de las nueve monjas que viven en Armenteira: mujeres de entre 40 y 92 años que se aplican cada día la regla del «ora et labora». Su vida consiste en eso, en rezar y en trabajar. «Vivimos no mundo. Apartadas dalgunhas cousas, pero no mundo», nos explica la hermana Paula. Tanto es así, que su monasterio tiene que ser «autónomo económicamente», y por eso hace ocho años «nos puxemos a buscar algo que facer». Podían haber optado por productos y fórmulas más tradicionales -las galletas, los dulces y los licores, tres productos para los que a las monjas se les presupone buena mano- pero decidieron probar con cosas nuevas: unos jabones que ya se venden en un show-room de la madrileña calle Serrano, cerámica en la que recuperan los viejos símbolos del monasterio, e iconos religiosos.

Como viven en un mundo que no para de girar, las monjas de Armenteira están pensando ya en otras cosas que hacer con la lavanda, el romero, la menta, la salvia o la mejorana que crece pegada a las piedras del monasterio. Si sus planes prosperan, pronto estarán haciendo bálsamos y cremas. Y si les salen tan bien como los jabones, pronto tendrán una clientela fiel. «Mucha gente viene de visita y compra jabón, y después nos hace pedidos desde Madrid o desde otros lugares», cuenta la hermana Paula. A quien así lo hace, les envían su pedido por mensajería. Como mandan los tiempos modernos.