Sanxenxo, destino divino y eterno

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Los vecinos pidieron que el párroco del Nuevo Templo sea enterrado dentro de la iglesia

23 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

La eternidad está entrando a la izquierda. Don Ramón descansará en la casa que contribuyó a construir con su dinero hace más de 30 años, aunque no figure en su patrimonio y todavía falte tiempo para que ocurra. El párroco del Nuevo Templo de Sanxenxo siente este edificio como su hogar. No es para menos. A él acude cada día desde que se abrió en 1976 y nunca dejará de hacerlo. A sus 93 años reza casi a diario cerca de la tumba en la que será enterrado cuando llegue el fatídico día. «Está acabada, lo único que le falta es el epitafio que escogió, pero hasta que se abra el testamento no se sabrá», indica el padre Samuel, quien asegura que hasta la piedra de la lápida es de Campo Lameiro, como don Ramón.

Durante su construcción, el sacerdote acudía de vez en cuando para ver las obras. Aunque en un principio fue reacio a esta iniciativa popular, acabó aceptando que la eternidad será en la parte izquierda del Nuevo Templo, justo debajo de una imagen en bronce de san Juan Bautista, creada por el artista santiagués Suso León. Don Ramón descansará eternamente en el suelo del Nuevo Templo. Sin embargo, en España está prohibido desde comienzos del siglo XIX que cualquier ciudadano anónimo sea enterrado en el interior de las iglesias. La barbaridad de muertos que dejó la Guerra de la Independencia obligó a levantar cementerios para las sepulturas.

El Arzobispado tuvo que pedir permiso el 15 de febrero del 2010 a Patrimonio, que hace dos meses daba luz verde a la construcción de la tumba en el Nuevo Templo.

«Abuelo tierno»

Con el paso de los años, su fama de cascarrabias y estricto se transformó en «la de un abuelete tierno y cariñoso», indican quienes lo conocen y todavía a día de hoy acuden al Hotel Justo, donde come a diario desde que se mudó a Sanxenxo en 1954. Don Ramón es testigo de la evolución de la capital turística. Todavía vivía Franco cuando el entonces joven sacerdote encargó a Joaquín Robles Echenique, uno de los arquitectos que participó en el diseño del Valle de los Caídos, la construcción del Nuevo Templo y dedicó una parte de su herencia a lo que en eso momento se consideraba una locura. «Cuando pidió el proyecto le preguntaron si era para 300 personas, pero don Ramón dijo «no, no, que sea para más. Le aumentaron hasta 500 y volvió a decir que no», indica don Samuel, el cura que lo acompaña en la iglesia.

Cuando el arquitecto madrileño le trajo un diseño con capacidad para 600 personas, el párroco repitió, una vez más, que necesitaba más capacidad para los feligreses. «Los hombres del gobierno que veraneaban en la zona le decía que era una locura», recuerda don Samuel, que ahora reconoce que el padre Ramón fue un visionario, porque en el Nuevo Templo caben hoy un millar de personas. Aunque solo una tendrá el descanso eterno.

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