El siglo de Lulú en una página

María Conde maria.conde@lavoz.es

PONTEVEDRA

28 mar 2010 . Actualizado a las 03:00 h.

Lulú Vázquez De Silva dice que nunca ha recibido tantos piropos como desde hace unos días, en que muchos de sus conocidos se han enterado de que está a punto de cumplir los cien años. Lo hará concretamente mañana, aunque su gran familia ya le hizo una celebración anticipada el pasado puente de san José, para poder reunir al mayor número posible de allegados en tan merecida ocasión. Y los piropos no son para menos. Primero, porque nadie pensaría que con su aspecto es ya centenaria. Segundo, porque habrá pocas personas que puedan decir que vivan solas y en las condiciones físicas que disfruta al cumplir el siglo. Pero así es. Esta pontevedresa explica que solo por las mañanas le ayuda una asistenta para las labores de casa, pero el resto de la jornada ella se las apaña perfectamente. «Y si tiene ganas de una empanada, pues se hace una», comenta su sobrina, Piluca. Cocina sin privarse de nada en las comidas, hace calceta todos los días (acaba de terminar jubones para los nuevos bebés de la familia), cose (la falda que llevó a su fiesta de cumpleaños se la hizo ella misma para la ocasión y acaba de arreglar otras cinco) y sigue disfrutando de la lectura, sobre todo por las noches. Cuando se acuesta, se coge una «novela de amor», una histórica, o una biografía, y no se queda dormida hasta las tres de la madrugada. «Nunca creí que fuera tan importante -ríe Lulú, a la que nadie conoce por su nombre de pila, Luisa-. Cuando era joven, era guapa, pero nadie me decía en casa ¡qué guapa eres! Ni en la calle tampoco. Ahora resulta que todo el mundo me echa piropos y yo digo, a la vejez, viruelas». A las nueve y media vuelve a estar en pie y sobre las doce ya está en la calle, ya sea para hacer recados, ir de paseo o acudir a su cita diaria con las amigas. Antes asistía sin falta a la misa de 12 en San Francisco, pero las escaleras y un problema con la espalda el pasado año le han hecho cambiar a San Bartolomé por las tardes. «La vida ha sido un regalo». Lulú es la cuarta de ocho hermanos (uno falleció antes de que naciera). Ella se casó con Juan José Harguindey y no tuvieron hijos. Pero su familia es numerosa. Ha tenido 37 sobrinos y sumando los hijos y nietos de todos ellos se acercan a los trescientos miembros en cuatro generaciones, aunque no todos pudieron acudir a la celebración de su centenario. Reconoce que le hizo «muchísima» ilusión y que no esperaba ni de lejos todas las sorpresas que se llevó en la fiesta. «Ahora tengo el salón de casa lleno de flores y plantas. Telmo Martín me regaló un fular, que escogió exclusivamente para mí -cuenta-. Y Quique Munáiz, jesuita que está en Brasil, me mandó un verso precioso. La misa en San Bartolomé también fue muy bonita». Haciendo balance de sus cien años, afirma que su vida «ha sido un regalo de Dios». «Tuve una familia que para mí fue lo mejor del mundo -afirma Lulú-. Me eduqué en un colegio, el Sagrado Corazón de Placeres, que también era para mí el mejor. Allí estuve interna nueve años. Y he llevado una vida muy regalada. Tuve las penas que tiene cada uno, te mueren tus padres, tu marido, o muchos jóvenes que se murieron en la familia...». Dos graves accidentes. Ella ha sobrevivido a dos gravísimos accidentes de tráfico. En el primero, viajaba con una hermana cuando un vehículo las embistió. Su hermana falleció y ella estuvo a punto de perder una pierna. Y al poco tiempo de recuperarse, fue atropellada por un coche que había invadido la acerca y la levantó hasta la altura de un balcón. «No le castigaron nada -lamenta Lulú-. Un mes sin carné». Si ahora puede presumir de estar como un roble -solo le falta vista en un ojo y le vienen a la mente una bronquitis y una noche «de temblores»-, relata que cuando era niña «era la más delicada de todos los hermanos». «Tuve un sarampión que casi me lleva a la muerte -relata-. Cuando salí de aquella cogí la tosferina, y devolvía todo lo que tomaba. Estaba rapadita al cero. Pero teníamos unas primas en Vedra, cerca de Santiago, y cuando estábamos malitos aquello era nuestro sanatorio. Mi padre nos mandaba para cambiar de aires».

Los peores recuerdos están en la Guerra Civil, «porque fue muy dura y además mis dos hermanos mayores estaban en el frente de Teruel». En la época de la contienda, ella colaboraba dando de comer a los heridos o haciendo camas en el hospital. Y las mejores vivencias las cita en su niñez y juventud. Nació en la que hoy es la calle Padre Amoedo, en la casa que su abuela tenía en la esquina con Santa Clara. Un jardín separaba esta vivienda de la suya, con otro espacio verde contiguo ya al Lérez. «El río era entonces como nuestro cuarto de estar, salíamos de casa con las piraguas y en bañador», comenta Lulú. «Disfruté mucho, y no me casé hasta los 38 años», añade. Pasó los siguientes 24 en Santiago, hasta que su marido, que era médico, enfermó y se vinieron a Pontevedra. «Después murió, y yo ya me quedé». Alguien le dijo hace poco «¡Felicidades por tu primer cien años!». Nos unimos.