Su pasión por la creación contemporánea le llevó a reunir un fantástico conjunto de más de 250 piezas, que decidió compartir con el público desde hace dos años
19 dic 2009 . Actualizado a las 02:00 h.En febrero de este año, la feria madrileña ARCO reconocía la breve trayectoria de la Fundación Rosón Arte Contemporáneo (RAC) con el premio a la mejor colección institucional. Un espaldarazo que llegaba solo dos años después de que el arquitecto Carlos Rosón, presidente de la entidad, decidiera «desnudar» su pasión por el arte, abriendo al público su importante colección de arte español e internacional, con alrededor de 250 obras de 140 creadores.
Cuesta mucho dar ese paso, como asegura Rosón. «Te da miedo cómo va a reaccionar la gente -cuenta-. Para nosotros sería mucho más cómodo no enseñarla, como suelen hacer aquí los coleccionistas. Pero al mismo tiempo, al amar el arte te sientes en la obligación de transmitir estas obras a los demás. En Pontevedra no es fácil por poner un ejemplo ver una obra de Mona Hatoum y es como una especie de deber».
Ese reconocimiento en el santuario madrileño del arte contemporáneo ha dado también visibilidad a la fundación y le ha permitido, por ejemplo, el privilegio de ser la primera institución que coproduce una exposición junto a la Barrié. Se trata de la muestra del prestigioso fotógrafo brasileño Caio Reisewitz que puede visitarse en la sede de la RAC (Padre Sarmiento, 41) hasta enero.
El reconocimiento ha llegado en tiempo récord, aunque forjar esta colección le ha llevado a Rosón y a su mujer, Julieta, aproximadamente diecisiete años.
Su pasión ya comenzó en el momento en que decidió irse a estudiar Arquitectura a Madrid, una carrera que, como dice, «te da una sensibilidad estética». Y aunque pintar, lo que se dice pintar, lo hacía y hace «solo por obligación», su tiempo libre lo dedicaba a visitar galerías y museos para satisfacer esa afición. Después de finalizar sus estudios, realizó el servicio militar en Ceuta -«por lo menos conozco África»- y, de regreso a Pontevedra, montó su despacho en la calle Alameda.
A principios de los años 90, una exposición sobre la colección de arte español de José Félix de Rivera, que se exhibió en la Diputación, le ofreció la primera pista sobre lo que quería hacer. «No todo me gustaba, pero cuando la vi, supe que quería algo así», señala. Decidió contactar con el propietario «para que ayudase a empezar una colección». Y es que ir de la mano con un veterano es una garantía. «No es fácil para alguien que está empezando y que no está metido en el mercado -afirma Carlos Rosón-. Las galerías, en muchas ocasiones, ya ofrecían antes las piezas a los coleccionistas y cuando llegabas, a lo mejor ya no te interesaban las obras. Al ir con él como asesor accedimos a unas piezas que de otro modo no hubiéramos llegado a ellas. Hoy es uno de nuestros grandes amigos y está en el patronato de la fundación».
Rosón y su mujer empezaron también con arte español -su colección se inicia con el grupo El Paso-. Y así continuaron hasta el 98, en que él entró en el patronato del CGAC de Santiago y junto a Miguel Fernández Cid comenzó a viajar y a visitar ferias. «Y en la exposición de inauguración del Guggenheim de Bilbao se me abrieron los ojos a otras cosas -agrega- . Me planteé incorporar otros artistas no españoles». Hoy en día, estos ya son mayoría.
Los impulsos son malos consejeros a la hora de llevar una colección, dice. Y por ello, en su caso, antes de decidirse por la obra de un artista pueden pasar uno, dos o incluso tres años. «Es rarísimo que la primera vez que vemos a un artista compremos algo de él -explica-. Hoy, sobre todo a través de Internet, vas siguiendo su obra durante un tiempo y si su trabajo te interesa, pues lo puedes incorporar».
Él insiste en que coleccionar no consiste en comprar piezas, y también en que un conjunto coherente debe ser «de obras y no de nombres». «Hay que perder un poco el miedo al coleccionismo -señala-. Esa idea de que solo compra el que es millonario. Tú puedes hacer una colección fantástica de ediciones por ejemplo, no todo tienen que ser obras originales».
En su caso, su tesoro particular es una lámpara diseñada por Olafur Eliasson, que le costó tiempo conseguir y ya ha prestado para dos exposiciones. «A la hora de comprar te guías por el ojo y el conocimiento, hay también que tener intuición -apunta-. Pero no compramos nada que no nos guste».