«Pontevedra siempre tuvo un ingenio especial para disfrazarse»

Elena Larriba*+Elena Larriba PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

Pertenece a una saga de encuadernadores y libreros y es un personaje emblemático del carnaval, que siempre disfrutó a su aire y a cara descubierta

01 feb 2013 . Actualizado a las 17:36 h.

Joaquín Viñas, Caqui, pertenece a una importante saga de encuadernadores y libreros de esta ciudad. Su bisabuelo fundó hace un siglo y medio el primer taller de encuadernación en la calle Peregrina, ampliado en los años 50 con la librería y papelería que ocupó el bajo de la casa familiar en la confluencia con Daniel de la Sota. Este emblemático establecimiento cerró en el 2005, pero los pontevedreses le siguen llamando a ese lugar «la esquina de Viñas».

Su hijo Indalecio, la cuarta generación, continúa con el negocio de la encuadernación en la calle San Román, utilizando las mismas técnicas artesanales de antaño.

Del antiguo taller fueron clientes Torrente Ballester y Castelao y recuerda que había una pared blanca con dibujos a lápiz del ilustre galeguista. Según cuenta Caqui Viñas, cuando se hizo la remodelación del local, «obligada por la apertura de la calle Daniel de la Sota», hubo que derribar aquella pared y el entonces factótum del Museo, Alfredo García Alén, trató de salvar los dibujos, «pero fue imposible».

La librería papelería Viñas se echa especialmente de menos en este época de carnaval, como punto de referencia para disfrazarse con complementos que solo allí podías encontrar. Pero, además, porque sus escaparates representaban la historia viva de esta ciudad, la Pontevedra taurina y la deportiva, la reforma urbana, la Feira Franca, el Festiclown. Todo acontecimiento importante se reflejaba en sus escaparates. «Aunque a veces nos costó algún disgusto, como cuando hicimos el alusivo al Prestige y al Nunca Máis», recuerda. «Hubo gente que se mosqueó, cuando no había ninguna motivación política ni partidista. Simplemente pedíamos que aquello no volviera a suceder y quisimos hacer, sobre todo, un homenaje a los voluntarios que vinieron a limpiar».

Joaquín Viñas se superó a sí mismo cuando, tras la reforma urbana, defendió con sus muñecos de papel y tela los parterres del jardín de su esquina de Daniel de la Sota con Peregrina. Con el humor y el ingenio que le caracteriza, creó una especie de viñeta que durante más de un año azotó las conciencias de los pontevedreses que atajaban por el medio del jardín pisoteando el césped. El personaje central era una ovejita que, con el lema Los animalitos pasan, las personas, no, intentó cerrar aquel camino abierto entre la hierba. Y lo más curioso es que ganó esta batalla cívica. «La historieta nació un Día de los Santos Inocentes y caló tanto que a mí mismo me sigue sorprendiendo que no se volviera abrir aquel caminito», señala.

Es un defensor de la peatonalización y le costó hacer entender a algunos comerciantes que «los coches no entran en las tiendas, entran personas». La esquina de su librería fue antes de la reforma urbana uno de los puntos de mayor intensidad de tráfico de la ciudad «y el paso de cebra que allí había ya era entonces el más respetado por los conductores». «Claramente aquí mandaron siempre los peatones sobre a los coches», dice.

Caqui Viñas es también un personaje emblemático del Carnaval de Pontevedra, como participante y como comerciante. Reconoce que la fiesta y el cachondeo, desgraciadamente, se venden más que los libros y su establecimiento fue pionero en el negocio del disfraz. Tenía clientes de toda Galicia y, a partir de sus pedidos, una firma catalana suministradora llegó a hacerse con un gran catálogo, que antes no tenía.

Cuenta que lo de meterse en ese negocio viene de la afición de su propia familia por los carnavales y que los primeros pedidos a los viajantes «eran para nuestros disfraces y ya luego para los clientes que también demandaban esos artículos».

Su memoria es fuente inagotable de anécdotas y vivencias de los carnavales desde hace más de cincuenta años, cuando se celebraban dentro de las sociedades y el «anonimato» de la careta y el antifaz era una máxima para disfrazarse. Además de los bailes del Liceo Casino, en el Principal, y los del Mercantil, estaban los bailes del Coliseum que organizaba la Nueva Peña y los del Cajón, «a donde iban las alegres chichas de la Moureira y los respetados mariquitas de la época, y por donde también se dejaban caer, después de dejar a las mujeres en casa, socios del Casino y del Mercantil para ver lo que allí pasaba, porque el ambiente era lo máximo». «Me acuerdo de uno vestido de aldeano que intentó entrar con un burro de verdad pagando dos entradas, y no hubo manera».

Comenta que cuando el Carnaval se celebraba en las sociedades, los disfraces eran más elaborados y la gente se gastaba mucho dinero en caretas y antifaces caros y buenos, que él hace años ya vendía a cinco mil pesetas. Como comerciante, explica que cuando salió a la calle el entroido, «económicamente perdimos» porque la gente se arregla con cualquier cosa y la mayoría de los disfraces son más trapalleiros.

A Caqui Viñas siempre le gustó ir a cara descubierta y, en la época oscura, una vez que se disfrazó de Frankenstein, con la cara pintada de verde, se las tuvo que ver con dos guardias de asalto empeñados en que se sacara la careta para identificarle. «Afortunadamente pasó por allí Santiago Mariño que intercedió y pude seguir camino del Coliseum».

Afirma que Pontevedra «siempre ha tenido un ingenio especial para disfrazarse» y que «para disfrutar del carnaval, impepinablemente hay que participar». No le cabe duda de que esta una ciudad muy participativa, «pero, sobre todo, si hay dinero por el medio». «Tiene que haber premios», dice. Es jurado del entroido desde que salió a la calle y sabe bien que los premios solo contentan al que queda primero, «los demás siempre protestan».