
Recuerdo bien a mi padre. Se levantaba a las seis de la mañana. Hacía la señal de la cruz mirando a una figura del Sagrado Corazón que estaba en el pasillo de nuestro piso. Rezaba. Luego se iba a trabajar, a conducir un autobús que unas veces le llevaba a Oporto, otras a Irún y en la mayoría de las ocasiones a Feces de Abaixo, tocando la frontera portuguesa. La figura del Sagrado Corazón se vino más tarde para Verín y en la casa familiar todos le teníamos fe. Cuento esto, que a algunos les parecerá anacrónico, porque estoy seguro de que la fe mueve más montañas que la televisión. Y muchas más que la televisión chabacana y zafia que de modo gratuito insulta al catolicismo, que sigue siendo la religión mayoritaria en España (más del sesenta por ciento, según diferentes estudios sociológicos), con una diferencia abrumadora sobre cualquier otra.
Los adjetivos que utilizo arriba (chabacana y zafia) son los más livianos que puedo utilizar en esta columna. Porque yo, como millones de católicos, nos sentimos insultados en las campanadas de fin de año. En la televisión pública, nada menos, esa que pagamos todos los españoles. Los católicos también. La presentadora Laura Yáñez (Lalachús) apareció en pantalla con una estampa del Sagrado Corazón de Jesús. Claro que Jesús no tenía la cabeza a la que estamos acostumbrados, sino la de una vaca (la vaquilla de otro programa de TVE). Muchos nos escandalizamos. Otros no. Incluso se mofaron de todo lo que había sucedido. Y para más mofa y befa, el Gobierno defendió la actuación de la presentadora, apoyándola sin fisuras. Dijo Félix Bolaños: «Día 1 y primer intento de los ultras de amedrentar. En 2025 impulsaremos la reforma del delito de ofensas religiosas para garantizar la libertad de expresión y creación, una medida del Plan de la Acción por la Democracia». Y se quedó tan ancho. Quizá piense que más del 60 % de la población española que se declara católica es «ultra». Los únicos decentes y demócratas son los «progresistas». Pero esto no tiene nada que ver con la política, sino con la buena educación y las buenas maneras. Tiene que ver con la tolerancia y la transigencia. Yo me sentí agraviado por la imagen exhibida del Sagrado Corazón. Y como yo, millones de españoles. Resulta curioso que estas afrentas se repitan de modo consuetudinario durante el Gobierno de Sánchez. Resulta curioso que insulten y ofendan únicamente a los católicos, nunca a miembros de otras religiones. Resulta curioso que se confunda la libertad de expresión con la calumnia, reitero, más zafia y chabacana. Hasta en las campanadas de año nuevo. Sin pudor alguno.
Algunos seguiremos rezando al Sagrado Corazón de Jesús y otros seguirán burlándose de nosotros. Millones de personas continuarán acudiendo a misa. Millones, los mismos que se sienten vilipendiados por lo sucedido la noche del 31 de diciembre. Convendría mayor finura. Respeto, sencillamente.