Como paciente, solo coincidí con Doval una vez en mi vida. Hoy hace justo ocho años. Casualidades. Él hacía la ronda por la planta y yo cruzaba los dedos para que me enviaran a casa con mis hijas. No es suficiente experiencia para dar una opinión sobre él como médico pero es verdad que, en la habitación, lo veía como a una persona con garantía, por todas las veces (muchas) que me habían hablado de su profesionalidad. La suya, la del resto de su equipo, la de los ginecólogos de Verín -todos ellos tendrán sus más y sus menos, como los tienen el resto de profesionales- no debería ser lo que estuviera bajo el foco hoy, primer día en el que estará cerrado el paritorio de este hospital. Para analizar lo que está pasando en Verín no se pueden poner las luces cortas. Hay que poner las largas, aún a riesgo de deslumbrar a los que vengan de frente. Porque el debate no está tanto -aunque también- en esta medida sino en las que se dejaron de tomar a lo largo de los últimos cinco, diez, quince, veinte años, colocando a la provincia al borde del desahucio.
Ahora no se trata de poner en tela de juicio a los profesionales sino de mirar hacia arriba, a los responsables de las administraciones que se deben a Ourense, de todos los tiempos, de todos los colores. Es hora de recordar todas aquellas promesas que nos hicieron, empresas que se iban a instalar y puestos de trabajo que se iban a generar. Porque lo dice el propio Doval, yendo más allá de la consulta: «Lo único que aumenta la población es una fábrica para 5.000 empleados».
A veces la provincia parece la casa que uno abandona, y de la que va quitando muebles, de manera que en algún momento no hay un lugar donde sentarse.
La profesionalidad de los médicos, casos particulares al margen, no es ahora el quid de la cuestión. Lo que hay que preguntarse es quién permitió que, de necesitar cuidados ginecológicos y pediátricos, Ourense pasase a necesitar cuidados paliativos.