Cambian los modelos de gestión, las necesidades, los escenarios, y el pequeño comercio debe adaptarse. Debemos aunar esfuerzos, priorizar objetivos comunes, para no seguir perdiendo cuota de mercado; hacernos fuertes ante las administraciones para que estas ejerciten sus potestades ante los grandes lobbys de la distribución. Debemos dejar de llorar para convertirnos en río; hay ejemplos de sobra en nuestra ciudad del buen hacer, empresas jóvenes, tecnificadas, superespecializadas, que no han perdido la esencia del comercio urbano: proximidad, trato personalizado. En un mundo cada vez más robotizado, seguimos siendo Sapiens.
No es fácil, no es una lucha igual; deberían darnos más miedo los manteros de la red, las mafias que los mantienen, que los que exponen sus falsificaciones bajo una manta rasgada en la rúa do Paseo. Tributamos, hacemos ciudad, creamos empleo, damos vida a las calles, por eso no debemos callarnos, necesitamos unas reglas iguales para todos; no escondemos nuestras ofertas en medio de los titulares de los medios de comunicación, como si fueran noticias, no tenemos esa fuerza; pagamos nuestros anuncios, por módulos, por cuñas. Es una lucha desigual, en parte porque en vez de conjurarnos en una sola voz, cada uno rema como le da la gana. Aún somos los menos los que nos asociamos y a pesar de representar el 12% del PIB, las firmas de distribución online tienen mucha más capacidad de presión.
Pero algo está cambiando y el ejemplo de Verín es una prueba. Alguien debería canalizar toda esta rabia, una voz única que recuerde que seguimos aquí. Aportamos mucho, ya que formamos parte de una cadena con empresas, empleados, proveedores, suministradores, propietarios de locales, auxiliares, y sobre todo, clientes. Si se rompe esta cadena, qué será de todos ellos, de las ciudades y villas. Tiene que regularizarse el sector y sobre todo la normativa de venta online. No deberíamos condenarnos al ostracismo.