Las obras de Cabreiroá avanzaban en 1907 entre un hervidero de agüistas

mar gil OURENSE

VERÍN

Descoñecido

Una serie de crónicas costumbristas de La Voz de Galicia, publicadas hace 111 años, dan fe del ambicioso proyecto en el manantial de Verín

02 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Catorce leguas, o 78 kilómetros. en español del siglo XXI, recorrió el cronista de La Voz de Galicia Francisco Camba en la última etapa de su peregrinaje por los balnearios gallegos. Cuatro horas gastó el escritor en el desplazamiento hasta Verín a pesar de viajar en un vehículo que él mismo califica de «formidable automóvil». La provincia de Ourense le merece el adjetivo de incomparable, pero, en sus descripciones, el hermano mayor del célebre Julio Camba se balancea entre el sosiego y una cierta inquietud.

Un valle de verdor y rumores, con agua que corre en un hilo claro y jovial, le parece Monterrei, adonde llega «después de aquel paisaje, ante mis ojos lúgubre, de la extraña llanura de la Limia, que es un lago en el invierno. Hay allí ahora algún que otro charco entre árboles, donde las vacas entierran sus pezuñas, y desde donde levantan, hacia el automóvil, sus augustas cabezas de ídolo».

Durante su estancia de pocos días en tierras de Verín, Francisco Camba dibuja con trazos gruesos el fenómeno de los agüistas, tan de moda a principios del siglo XX, y se detiene con minuciosidad en el proyecto empresarial que entonces se gestaba. Por sus crónicas desfilan anécdotas, lugares y personajes que eran entonces ampliamente reconocidos, como el médico y científico López Eleizegui, el jesuita Mendía, el doctor Riguera Montero o el mismo propietario del manantial de Cabreiroá, Salgueiro y García Barbón.

Tampoco desprecia lanzar alguna crítica a la pésima calidad de la hostelería ni reniega de mostrar su oposición a un plan entonces sometido a debate: el traslado a Verín de la portada del hospital conservado en las ruinas de Monterrei.

De Verín a Cabreiroá

En un vehículo menos moderno que el que lo acercó hasta Verín viaja desde la villa hasta Cabreiroá el cronista, que se presenta ante los lectores bajo el pseudónimo El hidalgo de Tor.

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Instalado en un carruaje tirado por mulas, detalla lo que sus ojos contemplan: «Extiéndese ante nosotros la carretera, recta y larga, sobre este valle sin desniveles, amarillento y dilatado como una llanura de Castilla. El coche ha comenzado á moverse. Un continuo sonar de colleras llena los ámbitos. El mayoral grita; da, sobre la plataforma, unos golpes rítmicos, con los pies; hace restallar el látigo en el aire. Las cortinas del coche, con la rapidez de la marcha, tienen ahora un flamear de banderas al viento... Entre árboles altos, que se extienden en hilera, faldeando los montes y denunciando la proximidad de un río, se descubren unos muros blancos, que el sol abrillanta, y unos tejados rojos. Aquello es Cabreiroá. Desde que el coche salió de Verín ha transcurrido un cuarto de hora».

Lo primero que lo sorprende es «la mole vasta de un soberbio edificio en construcción. Veo, después, algo más lejos, un chalet alegre, con su terraza fresca bajo los toldos. Veo, en otro lugar, un pabellón esbelto con la techumbre de cinc. Bajo ese techo empinado, está la fuente; aquel jovial caserío es la vivienda de los dueños, y aquel edificio solemne, todavía no acabado, será, dentro de pocos meses, uno de los más cómodos y lujosos hoteles de Galicia».

La algarabía de los agüistas se entremezcla en el verano de 1907 con la trepidante marcha de las obras. Por las escaleras de la fuente, ubicada en un pabellón de granito, «desciende una grande muchedumbre. La fama del manantial, ayer casi desconocido y hoy considerado como de los mejores del mundo, es cosa realmente admirable». Y cita el periodista a los doctores Ramón y Cajal y Casares y a químicos británicos que han dedicado a las aguas «las frases más laudatorias».

El propietario del «bendito manantial», cuenta Camba, «se propone convertir la finca en un parque; un parque espléndido, frondoso y magnífico. En medio se alzará el hotel con sus tres cuerpos enormes, hecho todo de granito sabiamente labrado con frontones de una pureza admirable y clásica, con ventanas anchas y alegres, sobre esta dilatada llanura de Verín. Tendrá el hotel una amplia terraza, bajo un toldo; y, desde la terraza hasta el suelo, una escalera de colosal anchura».

El viaje de El hidalgo de Tor hace 111 años finalizó con un accidente de coche en Portugal, adonde se había desplazado de excursión, y con un dictamen muy personal sobre las aguas mineromedicinales: «Todavía se discute -revivía el cronista a propósito de un debate en una de las cenas en el hotel de Verín- acerca de cuales aguas son mejores. Yo ya sé -si algún día llego á necesitar de sus virtudes- cuál es el agua que debo preferir». En la botella del médico de otro establecimiento balneario de la zona, confesaba a los lectores, «acabo de ver un rótulo que dice: ‘Manantial Cabreiroá’. No se hable más.

«Indispensable a los matrimonios»

Con no poco sarcasmo, el cronista traslada a los lectores una anécdota que escuchó durante su primera noche en Verín. Sucedió, relataron a Camba sus compañeros de cena, «que un agüista tuvo, con una mujer de estos campos, un dulce encuentro. Al volver, se manifestó asombrado de sus dotes de seducción, pues apenas si, antes, había visto á la doncella. La doncella, dos días después, era madre... El honrado agüista, tras semanas de angustia, decide acallar su conciencia casándose con la muchacha. Verín admiró la rapidez con que todo se desarrolla en esta historia, y achacó á sus aguas el prodigio».

La conclusión del periodista es toda una recomendación de mercadotecnia: «Yo confío ahora en que, al lado de esos rótulos que dicen ‘La mejor agua de mesa’ y ‘Las aguas de mayor potencia radio activa’, aparezca uno donde rece: ‘Indispensable a los matrimonios. Robusta y sana descendencia á los dos días de tratamiento’».

De dos mil cajas de botellas a 80 millones de litros

La sustanciosa crónica del Hidalgo de Tor no se queda en las descripciones. También se detiene en los datos. Su fuente es el propietario de Cabreiroá en 1907, Felipe Salgueiro y García-Barbón. «Desde el meses de Febrero -cuenta- la exportación llegó á unas mil cajas de botellas. Al borde del manantial han debido llenarse otras tantas. En estos días últimos el Sr. Salgueiro ha firmado con una importante casa de Buenos Aires un contrato de dos mil cajas, ampliables hasta diez mil en años sucesivos».

Un siglo y una década después, las cifras de la página web de la empresa propietaria -Hijos de Rivera desde la década de los 90- dan cuenta de una producción de 80,6 millones de litros de agua embotellada.