«La veterinaria del rural te supera si no tienes una verdadera vocación»

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RIBADAVIA

Noelia ha asumido el liderazgo de la clínica familiar abierta por Antonio y su mujer
Noelia ha asumido el liderazgo de la clínica familiar abierta por Antonio y su mujer Santi M. Amil

Antonio y Noelia Rodríguez son padre e hija y ambos tuvieron claro desde niños que dedicarían su vida a los animales

12 jul 2022 . Actualizado a las 10:16 h.

Antonio y su hija Noelia están convencidos de que para ejercer la veterinaria se necesita mucha paciencia y tener una comunión especial con los animales. Ambos manifestaron ese sentimiento desde muy pequeños. «Los dos lo mamamos, aunque de diferente forma», apunta el padre. Y es que, como a muchos hijos de emigrantes, a Antonio Rodríguez le tocó quedarse con los abuelos y ayudar en las tareas de la agricultura de subsistencia que imperaba en el rural gallego. «El abuelo era cantero y estaba más en casa en invierno que en primavera y verano, que es cuando hay más tarea en el campo», recuerda. Así que el nieto ayudaba a la abuela. «Iba con ella a arar, a recoger hierba o el maíz, a regar la huerta y, por supuesto, ayudaba con el ganado. Como en cualquier casa rural había de todo: burro, vaca, gallinas, conejos, cerdos...», narra. Ese trabajo con los animales, lejos de generar en él el impulso de escapar de ese mundo, le estimuló a la hora de elegir profesión. «Estar con ellos era emocionante. Eran las tareas que más me relajaban», recuerda.

En el pueblo se lo notaron enseguida: «Me llamaban vitirinario, con i, por meterse conmigo, porque bicho que encontraba herido, especialmente pájaros, lo recogía para intentar curarlo». Tuvo de mascotas una lechuza y un gavilán que, según confiesa, logró amaestrar «a medias» y cree que también contribuyó a su interés una colección de animales de plástico que hizo gracias a su abuela. «Iba a Celanova para vender las cosas de la huerta en el rianxo y siempre volvía con una pieza. Pasaba horas jugando con ellos», recuerda. No fue su única colección. «Hice otra con huevos de pájaros de distintas especies. Iba por los nidos y si tenían varios, le retiraba uno y los iba colocando por tamaños en una maleta vieja que forré de algodón», narra.

Antonio también recuerda la emoción con la que vivía las visitas de los veterinarios al pueblo, así que cuando su primogénita comenzó a pedirle a él que le permitiese acompañarlo, no se negó. «No tendría más de cinco o seis años. Me empeñaba en ir sobre todo si lo avisaban por un parto de una vaca», cuenta Noelia. «La dejaba en una esquinita, le decía que no se moviera y allí estaba toda atenta hasta que salía el ternero; entonces se emocionaba muchísimo», comenta el padre. «Salía disparada a ayudar a limpiarlo», remarca la hija.

Y es que Noelia se crio en la clínica veterinaria abierta por sus padres en Ribadavia. «Siempre andaba por allí, desde que empezó a gatear», recuerda Antonio. Él no paraba mucho en el establecimiento. Sus obligaciones como miembro del cuerpo de veterinarios de la Xunta —que incluían el control sanitario en la plaza de abastos y el matadero de Ribadavia y las visitas al ganado doméstico—, le dejaban poco tiempo. «El peso lo llevaban realmente entre el veterinario que contratamos y mi mujer, que es auxiliar de clínica, pero decidí abrirla porque había una necesidad. Había gente que, como sabía que yo estaba en el matadero, se me presentaba allí con un perro enfermo para que se lo viera, por ejemplo. Aquello no me parecía ni adecuado ni higiénico», explica.

Hoy es Noelia quien lidera el establecimiento acompañada de otras dos veterinarias. Su madre está jubilada y Antonio tampoco se prodiga demasiado desde que pasó el covid. La enfermedad lo tuvo 44 días intubado y todavía arrastra secuelas. Noelia cuenta que fue el único momento que pensó que tendría que cerrar la clínica. «No me veía capaz de seguir con esto si no lo tenía a él», dice. Fuera de ese mal momento, la joven confiesa que le haría ilusión una tercera generación de veterinarios en la familia, aunque reconoce que su profesión requiere una buena dosis de esfuerzo, tanto físico como mental. «Yo tengo muchas compañeros de carrera que lo han dejado. Te sientes muy bien cuando consigues salvar a un animal, pero también se mueren o tienes que eutanesiar. Sobre todo, es muy duro cuando además tienes que convencer al propietario de que es lo mejor porque ese animal está sufriendo muchísimo», explica Noelia.

«La práctica veterinaria en el mundo rural te supera si no tienes una verdadera vocación. Es muy esclava», añade Antonio. Explica que hay que estar siempre con el vehículo dispuesto. «Tienes que ir a buscar incluso perros de gente mayor que ya no conduce, o no se atreve a meter el animal en el coche, y tienes que volver a llevárselo. Y hay que estar disponible siempre para las urgencias. No les puedes fallar», sentencia.

Quiénes son

  • El padre: Antonio Rodríguez Fernández nació en la parroquia de Soutomelle (A Bola) en 1961. Estudió la carrera en León. Forma parte del servicio oficial de veterinarios de la Xunta que, después de mandarlo como sustituto a varios concellos ourensanos, le otorgó plaza en Ribadavia en 1989.
  • La hija: Noelia llegó al mundo en la localidad leonesa de La Bañeza en 1991. Inició sus estudios de veterinaria en Madrid y los concluyó en Lugo. Lleva siete años ejerciendo en la clínica familiar.

«Hemos aprendido a encontrar y darnos cada uno nuestro espacio»

Noelia dice que ella y su padre han llegado a entenderse como colegas. «Al principio nos costó, pero hemos aprendido a encontrar y darnos cada uno nuestro espacio», reconoce la joven. «Somos muy intensos los dos, muy pasionales. Explotamos y nos alteramos, pero lo bueno es que, aunque discutamos, en cinco minutos ya se nos ha pasado. Somos muy iguales en eso; ya lo dice mi madre», añade.

Antonio coincide en la valoración de la similitud de caracteres. «También nos parecemos en el tesón. Somos perseverantes. Nunca nos dejamos vencer por el trabajo. Cuando fijamos que las cosas tienen que salir, tardaremos más o menos pero las sacamos adelante», relata el padre. Antonio, sin embargo, encuentra un defecto en su hija. «Yo digo que es sor Teresa de Calcuta. Es demasiado lo que llega a sacrificarse. No sabe decir que no», apunta. «Me cuesta negarme, es verdad. Prefiero pasarlo yo mal pero que quienes llamen no sufran porque yo no pueda acudir», reconoce Noelia.