¿Es que nadie va a pensar en los niños?

Jesús F. Navarro FIRMA INVITADA

RIBADAVIA

Santi M. Amil

18 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Helen Lovejoy, para quien no la conozca (espero que pocos, por lo menos de mi generación), es la histriónica, algo cotilla y para nada tendenciera esposa del reverendo Lovejoy, referencia espiritual de Springfield. Hablo de la serie Los Simpsons, por si alguien se perdió.

Por lo general, esta señora se podría considerar lo que hoy día se denomina «vieja del visillo» y ataca con su mordaz lengua cualquier cosa que, según su visión del mundo, es reprobable o no se adecúa a su moral. Pero, en sus primeras apariciones en la serie, siempre tenía una famosa coletilla ante cualquier situación medianamente alarmante que era: ¿es que nadie va a pensar en los niños?

Y eso mismo vengo a reclamar yo. ¿Nadie va a pensar en los niños? Hablo de niños en el sentido fisiológico de la palabra, es decir, todo aquel ser humano que aún no ha alcanzado la madurez física, reproductiva y psíquica para ser considerado adulto. Y en esta definición incluyo a los adolescentes.

Y vengo a pedir si nadie va a pensar en los niños porque me están dando razones. Todos sabemos lo influenciable que es hoy día, en un mundo inundado de pantallas, redes sociales (también adaptadas a la infancia, aunque controladas) y (des-)información miremos donde miremos, este colectivo que hasta hace bien poco únicamente aspiraba a poder salir a la plaza o a la calle después de hacer los deberes y haberse merendado su bocata, y cuya red social más importante era un corro en el que se compartían pipas y refrescos. Parecen imágenes en blanco y negro (o más bien sepia, más melancólico), ¿verdad?

Pues esto pasaba hace dos jueves. Lo que parece que ocurrió es que la sociedad, que evolucionó más rápido que sus integrantes, exigió que a los niños se les tratase como adultos porque, primero, no había tiempo para formarlos sentimental y psicológicamente, y segundo, porque se les quiso reconocer (con razón, ya que el modelo paternalista únicamente puede formar ciudadanos sumisos) su autonomía para autogestionarse y saber qué les conviene en cada momento.

Pero, ¿qué pasa? Que si dejamos que un ser humano cuya maduración cerebral aún no se ha completado (no lo digo yo, lo dice la ciencia y, créanme, la ciencia tiene razón en muchas cosas) y cuya corteza cerebral (la parte del cerebro encargada de, entre otras cosas, la voluntad consciente) decida por sí mismo en todos los aspectos de su vida, pueden pasar cosas terribles. Si no estuviésemos en medio de una pandemia que está arrasando medio mundo (y del otro medio, porque no tenemos datos o porque se mueren de otras cosas antes de coger el virus), estas cosas terribles no irían más allá de un simple pirsin en la nariz o un tatuaje de letras chinas, nada serio.

Pero resulta que sí, que estamos inmersos en una situación que no se vivía a nivel mundial desde 1918 (la mal llamada gripe española, que mató a casi un tercio del mundo industrializado), y que estos seres humanos son tan sumamente influenciables, que un solo artículo, una sola entrevista, un solo influencer que declare su rebeldía al sistema establecido y diga que esta situación es un invento, un genocidio controlado, o cualquier teoría de la conspiración, solo un solo dato puede hacer que sienta que ha descubierto la verdad absoluta en un vídeo de Youtube y decidir hacer la guerra por su cuenta.

Por eso, porque ya tenemos bastante con estos curanderos, divulgadores (más bien correveidiles) y similar personal, los adultos medianamente maduros debemos tener mucho cuidado con nuestras declaraciones y, sobre todo, con la imagen que damos (vivimos en la era de la imagen).

Y por ello no es tolerable que aparezcan imágenes de Gareth Bale jugueteando en el banquillo con la mascarilla, usándola de antifaz o de sombrero.

Por ello no es tolerable que la misma clase política que debería ser un ejemplo de comportamiento en todos los aspectos (ejem...) no reme en un mismo sentido y utilicen a los muertos para lanzárselos los unos a los otros como metralla en una guerra de trincheras.

Por eso no es tolerable que, los propios doctores, con toda la evidencia científica disponible hoy día, divulguen la sola idea de que nos están engañando y esto un plan para que el comunismo, las compañías telefónicas, o no sé, Satán, nos gobierne y nos subyugue.

Porque los compañeros médicos que han enfermado o muerto no mienten. Porque los miles (no entraré en cuántos miles, para eso se le paga a alguna gente) de abuelos que ya no podrán volver a pasear con sus nietos porque un maldito virus entró en su residencia y los arrasó, no mienten. Porque la ciencia, cuya luz es la única que puede hacernos avanzar (ya hubieran querido ciencia en la edad media, y no alquimia), no miente. Porque, por una vez, debemos intentar pensar en los niños.

Jesús Francisco Navarro es pediatra en el centro de salud de Ribadavia