Arranca el juicio por el crimen de Cortegada con la confesión de la acusada de matar y descuartizar a su amante: «Le di pastillas y lo asfixié con una almohada»
OURENSE CIUDAD
El exmarido de la sospechosa asegura que era maniática y que «decía que oía voces». La Fiscalía de Ourense reclama una condena de 18 años de cárcel por un delito de asesinato
21 oct 2024 . Actualizado a las 16:20 h.El juicio por el crimen de Cortegada arrancó este lunes en la Audiencia Provincial de Ourense y todo apunta a que será breve. Al jurado no le costará decidir sobre la inocencia o culpabilidad de la acusada del asesinato de su amante porque ella misma, nada más arrancar la vista, lo admitió. En una declaración plagada de monosílabos y pobre en detalles, Cristina Rodríguez Veloso confesó que a finales de agosto del 2021 acabó con la vida del hombre al que semanas antes había conocido en un chat de citas y que había decidido ir a su casa a conocerla.
En un interrogatorio que no dio pie a entrar en pormenores sobre lo que pasó antes del crimen, la sospechosa dijo que había discutido con la víctima, que quería que se marchara de su casa y, al no conseguir su propósito, decidió acabar con su vida. «Le di pastillas y lo asfixié», aseguró, reconociendo que para conseguir su objetivo utilizó una almohada. Aparentemente tranquila, fue contestando luego a las preguntas de la fiscala, que casi como si fuera un cuestionario la interrogó sobre como se deshizo del cadáver. Quedó claro que plantó dos hogueras y lo quemó, usando gasolina como acelerante. Luego troceó lo que quedaba con una pala y metió algunos restos en bolsas, mientras que otros los sepultó bajo tierra, en su propio jardín. «Enterré un pie entero», contó sobre un macabro crimen del que nada se supo hasta cuatro meses después.
Y es que el 21 de diciembre Cristina Rodríguez acudió a su médico de cabecera en Cortegada y le contó que tiempo atrás un hombre había muerto en su casa, decidiendo ella quemarlo y enterrarlo. Así fue como se supo qué había sido de José María Roldán Zapata, un viudo de 53 años que el 20 de agosto había viajado desde Barcelona hasta Cortegada. Su madre denunció su desaparición unos días después y durante meses se hicieron rastreos para localizarlo en las inmediaciones de la casa de Cristina, que guardó silencio sobre lo que había hecho hasta que no pudo soportar la presión.
Así lo sugirió en el juicio uno de los agentes de la Guardia Civil que investigó el caso. Cuando los llamaron los Mossos d'Esquadra para contarles la desaparición de José María, vecino de Castelldefels, hicieron un rastreo de su móvil y descubrieron que su señal se perdía en O Rabiño, la aldea de Cortegada en la que residía entonces Cristina. Fueron a hablar con ella, pero se limitó a reconocer que el hombre había estado unos días con ella y que luego había decidido marcharse. El 1 de diciembre le tomaron declaración e insistió en esa versión, hasta que unas semanas después se derrumbó. «Creemos que se sentía mal, que estaba un poco presionada», dijo el investigador.
Un pie bajo un olivo
Fue el médico de cabecera, que no fue citado para declarar en la vista, quien los alertó sobre lo que la acusada acaba de contarle en la consulta. «Nosotros ya sabíamos que Cristina era la última persona que lo había visto con vida», afirmó otro de los uniformados, destacando la colaboración que mantuvo la acusada con ellos casi desde el primer momento. Y es que la misma tarde de la detención la llevaron a un registro en su vivienda, confesando enseguida el lugar en el que se encontraban algunos restos de José María. «Debajo del olivo hay un pie», les dijo. Efectivamente, el miembro estaba bajo tierra, no demasiado profundo. «Enseguida avisamos al forense», dijo el agente. Al día siguiente, durante el traslado en coche para un nuevo registro, la mujer pidió a los agentes hablar con la magistrada. «Os he mentido, quiero contarle todo a la jueza», les dijo.
Y así fue como aquella misma mañana, y ante la magistrada del Juzgado de Instrucción de Ribadavia, confesó por primera vez el crimen. Ella misma fue explicando posteriormente donde había ido dejando los restos de la víctima. La casa era un escenario de los horrores, con jardineras que ocultaban restos de cráneo entre las plantas y arbustos que, al ser desbrozados, dejaron a la vista vísceras y restos dentales. También se localizaron los dos puntos en los que se hicieron las hogueras. El primero estaba cerca de la casa de una vecina, que al ver las llamas le llamó la atención a Cristina. Tuvo que apagarlo, haciendo luego otra fogata en la parte más alejada de su terreno para seguir calcinando el cuerpo, que luego despiezó a golpes, con la pala. Sepultó algunos restos, y otros los metió en bolsas y los tiró al monte. Se han juzgado muchos crímenes a lo largo de los años en la sala de vistas de la Audiencia Provincial de Ourense, pero pocas veces uno cometido de una forma tan terrible.
La hoguera alcanzó los 600 grados
Los forenses explicaron que el minucioso rastreo realizado en la vivienda de O Rabiño y el hallazgo de las bolsas les permitió recuperar «gran parte del cadáver», destacando Fernando Serrulla que los restos se fragmentaron «de forma muy exhaustiva» tras ser calcinados en una hoguera que alcanzó los 600 grados de temperatura. Y aunque por sí mismos no evidenciaron una muerte homicida, el experto fue claro al señalar que el contexto en el que se produjo la muerte apunta, sin duda, en esa dirección. Tampoco se pudo aclarar la fecha concreta de la muerte. «Las moscas nos suelen dar esa información, pero en este caso también se habían quemado», afirmó.
Los resultados de los laboratorios confirmaron que los hallazgos pertenecían a José María Roldán y que en ellos se hallaron dos fármacos, uno hipnótico y otro ansiolítico. Cristina dijo que se los suministró en una bebida para lograr que se durmiera, antes de asfixiarlo hasta la muerte.
Su exmarido dice que la acusada «oía voces»
Y dado que Cristina admite la muerte y ella misma señaló dónde estaban los restos de su víctima, la clave del caso estará en su estado mental y las posibles atenuantes que se le puedan aplicar. Dos psicólogas aseguraron que sufre un trastorno de la personalidad grave y tiene una capacidad intelectual límite, si bien dejaron claro que no tiene alteraciones en su inteligencia y que «comprende que no se puede matar». No creen que actuara movida por una enfermedad mental. «Si hubiese hecho un esfuerzo de sopesar la situación, hubiese actuado de otra manera», dijeron.
Sobre la personalidad de Cristina también había hablado su exmarido. La describió como una mujer maniática. «Tenía obsesión con la limpieza, un litro de jabón no le llegaba para un baño», afirmó, asegurando que su entonces compañera llegó a decirle que «oía voces cuando se duchaba». Él no le dio importancia, pero sí dejó constancia en su declaración de los comportamientos extraños que tenía a veces Cristina: «Quemaba cosas incontroladamente y cuando acunaba a la niña, saltaba y hacía movimientos repetitivos, decía que eso le relajaba», contó.
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La víctima invisible
Y así finalizó la primera sesión del juicio en el que apenas se habló de la víctima y sus circunstancias. Trascendió en su día que José María era un viudo de 53 años que tenía una discapacidad por sus problemas de audición. En el juicio un agente de la Guardia Civil relató que tenía también problemas de movilidad, que nunca se había sacado el carné de conducir y no sabía nadar, por lo que todo indica que se trataba de una víctima especialmente vulnerable que decidió buscar amistad en la web de contactos Jaumo. Fue así como conoció a Cristina. Dejó una hija, pero ni ella ni la madre de José María comparecieron en el juicio para declarar y contar su versión de la tragedia.
De momento la Fiscalía reclama una condena de 18 años de prisión por un delito de asesinato y una indemnización de 135.000 euros. Este martes se presentarán las conclusiones tanto del ministerio público como de la defensa y se entregará al jurado el objeto del veredicto.