Es letal en artes marciales pero prefirió montar una escuela en Ourense para ayudar a otros a defenderse

OURENSE CIUDAD

Saúl Serbia es cinturón negro en varias modalidades y desde Sam Mu Dojang da clases de taekuondo, hapkido y espada junto a su chica, Yolanda Abal
03 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.El ourensano Saúl Serbia descubrió las artes marciales cuando tenía 6 años. «Era un niño inquieto y mis padres decidieron apuntarme a clases», cuenta. «Ya de adulto tuve la oportunidad de dar clases, me gustó y fui encaminando mi vida hacia ahí», añade. Para conseguir su objetivo se formó en algunas de las mejores escuelas y con la ayuda de algunos de los grandes maestros de Europa. «Siempre tuve claro que quería dedicarme a esto y terminar montando mi propia escuela», confiesa. En el 2015 y en Sevilla, donde estaba realizando otra formación más, conoció a Yolanda Abal. Se enamoró de esta profesora y pedagoga natural de Vigo y fue ella quién animó a Saúl a lanzarse a cumplir su sueño. En el 2018 juntos pusieron en marcha Sam Mu Dojang, en la calle Río Mao de Ourense. «Mi campo son los niños y lo suyo las artes marciales», resume Yoli. Su aventura es una escuela especializada en técnicas coreanas. Imparten clases de taekuondo, que es la más conocida por tratarse de una modalidad olímpica; pero también de hapkido (defensa personal) y de haidong gumdo (de espada). «Este último sirve como método de desconexión», apunta Saúl. Tienen grupos para todas las edades, por eso entre sus usuarios hay desde pequeños de 6 años a mayores de 60. «En todas las artes marciales se trabaja la coordinación y el equilibrio y eso es algo muy bueno especialmente en el desarrollo de los niños», afirma Yoli. «De hecho hasta tenemos un grupo abierto para peques de 4 añitos. Con ellos la prioridad es que aprendan cualidades físicas básicas y determinados valores como el autocontrol o el saber estar quietos», añade Saúl. Pensando en los niños que disfrutan de la escuela, hasta organizan un campus de verano con el que facilitar la conciliación laboral de sus padres.
Tanto Saúl como Yoli respetan al máximo lo que hacen y así lo transmiten a los demás. «Practicar artes marciales no es solo un deporte. Lleva implícito un código de conducta que busca la armonía del espacio. Trabajamos la calma, el autocontrol y el orden. Es muy beneficioso en todos los ámbitos de la vida porque aportan confianza y seguridad en uno mismo», relata Yoli. Y supone ejercicio físico para el cuerpo. Además de formar a cualquier ourensano que quiera apuntarse, tienen un grupo especializado para profesionales que necesitan aprender a protegerse, como trabajadores de centros de menores, policías o guardias. «Ya no es solo por la seguridad que les proporciona a ellos, si no por la que le aportas a los demás. Es muy importante aprender a proteger y a defenderse de la mejor manera posible, sin causar lesiones al adversario», dice Saúl. Él es cinturón negro, por supuesto, pero aunque muy pocos lo sepan existen otros nueve niveles de experiencia después de alcanzar ese color. El ourensano está en el cuarto grado de taekuondo y en el tercero de hapkido y de espada. Algunos de sus golpes podrían ser letales para el común de los mortales pero Saúl no se identifica con eso. «Creo que al final las artes marciales son una de las mejores disciplinas para aprender a autocontrolarse y a evitar los impulsos», dice. «Enseñamos a los niños a que sepan gestionar sus conflictos y a que solo empleen la violencia en el último caso posible», continúa.
Además de enseñar, compite. En unos días lo hará en Corea, en un campeonato a nivel mundial. «Esta vez nos vamos un grupo de doce ourensanos y tendremos la oportunidad de entrenar una semana con uno de los mejores maestros de hapkido y de espada», cuenta. Allí se reunirán con otros grupos de España, de Francia o de Hungría y, por supuesto, también estará Yoli.