«Vienen hijos y nietos de mis primeras clientas y eso es una satisfacción»

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Margarita lleva cincuenta años trabajando en la plaza de abastos
Margarita lleva cincuenta años trabajando en la plaza de abastos Santi M. Amil

Margarita Otero lleva medio siglo trabajando en la plaza de Abastos número 1 de Ourense

19 mar 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Margarita ha sobrepasado con creces la edad mínima de jubilación, pero aún no tiene claro cuándo se decidirá a dejar su negocio. «Mi intención es mantenerme este año, pero nunca se sabe por dónde va a salir la vida», reflexiona. «Lo que ya no creo es que pueda volver a la plaza de verdad», añade con gesto resignado en alusión al retraso que ha ido acumulando el proyecto de remodelación del edificio del mercado de abastos de Ourense donde comenzó a trabajar hace medio siglo. Primero lo hizo como empleada y luego como autónoma. Pero su historia laboral había comenzado mucho antes. Empezó a trabajar con 13 años en un supermercado. «Los dos primeros años estuve para los recaditos: llevarle la compra a la gente a casa y donde te mandaban», recuerda. Luego la pasaron a la frutería. Allí aprendió el oficio y le tomó gusto a un sector por el que se decantó cuando se planteó establecerse por su cuenta.

Con 17 años llegó a la plaza de abastos. La contrataron en un puesto de venta de aceite. «Era de oliva, de una cooperativa de Jaén. Venían cubas enteras de 19.000 litros», recuerda. Cuando estalló el caso de la colza, la venta a granel se prohibió. «El que nosotros teníamos nada tenía que ver, pero aquello afectó a todos y acabaron cerrando», narra. Fue el momento en el que decidió dar el paso y establecerse por su cuenta. Y desde entonces, cada día se pone detrás del mostrador para vender fruta y verdura. Las excepciones las marcaron las necesidades de atención de sus dos hijos. «Especialmente si estaban malitos y había que llevarlos al médico», cuanta. Aunque se considera afortunada por haber tenido la posibilidad de echar mano de su madre. «Tuve muchísima suerte. Gracias a ella, que los cuidaba, lo pude compaginar bastante bien», dice

Optó por el sector de la fruta y la verdura, lo que le llevó a conocer a fondo el rianxo. Se pone a recordar y acaba dibujando un mapa de la geografía con suministradores de productos que aún añora. «Todo aquello que traían sabía a gloria», resume. Cuenta anécdota tras anécdota y recuerda a muchas de aquellas mujeres, como a la que aparecía cargada con las primeras patatas nuevas de la zona del Polvorín o el Paco Paz. «Llegaban ya por ahora, por san José», matiza explicando que las condiciones de aquellas huertas hacían que se diera una cosecha temprana. Tampoco olvida a la vecina de Untes a la que compraba unas judías y unos guisantes tan tiernos que se deshacían en la boca. También había algún hombre, como el vecino de Ribadavia que llegaba a la ciudad cargado con una cesta en la que había entre ocho o diez kilos de pavías «que nada tienen que ver con las de hoy».

Ahora las cosas son muy diferentes. «Prácticamente todo te llega de almacén. La gente ha dejado de cultivar. No hubo relevo, las huertas se perdieron y con ellas aquel sabor tan especial que tenían las cosas», dice. Pero Margarita reconoce que el nuevo sistema tiene una ventaja: ya no hay que sacrificarse para llegar la primera. «Entonces era otra historia. Cuando había el rianxo de verdad tenías que venir muy, muy temprano. Las mujeres llegaban de Santa Mariña, de A Granxa, de As Curuxeiras, de Rairo, de Seixalbo, de Piñor, de Barbadás, de Parada... cargadísimas con aquellas cestas en la cabeza, aún sin amanecer», recuerda. «Si querías buen material tenías que madrugar. No quedaba más remedio. Yo estaba aquí a las cinco de la mañana», añade. Cuenta que el sacrificio era imprescindible sobre todo cuando arrancaba la temporada de algunos productos. «Si no, tenías que conformarte con lo que quedara», comenta. Y ella eso no lo llevaba bien. Quizá porque, como hija de agricultores, tenía el ojo muy adiestrado. «Mis padres no eran dueños, trabajaron las tierras de otros. Eran épocas en que ayudabas desde niño. Yo iba con las vacas, sé lo que es ordeñar, sacar abono de las cuadras, segar hierba, plantar y cosechar», relata. Además, era normal que las compradoras le encargasen esos primeros ejemplares y para ella cumplir con esas peticiones era importante. Quizá por ello ha logrado fidelizar a varias sagas familiares. «Vienen hijos y nietos de mis primeras clientas, aunque ellas ya no estén, y eso es una satisfacción», dice.

«Las costumbres han cambiado. Antes se compraba de otra manera»

La desaparición de prácticamente todo el rianxo no es lo único que ha cambiado en las cinco décadas que Margarita lleva trabajando en la plaza de abastos. «Las costumbres han cambiado. Antes se compraba de otra manera. Ahora se concentra casi todo los viernes y sábados. La mayoría de la gente que viene entre semana lleva justo lo que necesita para el día», comenta.

También recuerda vender al fiado. «Pero hay que decir que la gente era muy buena pagadora. Yo siempre digo que todos nos tuvimos que arreglar en su momento como se pudo, pero lo importante es ser persona», opina. Echa de menos más jóvenes entre los compradores de la plaza, pero estima que es una consecuencia del cambio de hábitos impulsado por la aparición de grandes superficies. Algo que, recuerda, no afecta solo al mercado de abastos. «Antes apenas había supermercados. Ahora los hay en todas las esquinas. Antes había tiendas pequeñas en todos los lados y ahora pocas quedan. La vida cambia y eso afecta a todo», relata.

Quién es

  • DNI. Margarita Otero Penedo nació en el viejo hospital de Ourense en 1952. Tuvo su primer empleo con solo 13 años y desde entonces nunca ha dejado de trabajar. Madre de dos hijos, hoy ya es abuela de tres pequeños por los que, confiesa, se le cae la baba.
  • Su rincón. La plaza de Abastos número 1 de Ourense. Ha sido su destino cada día durante el último medio siglo, primero como empleada, luego como titular de su propio puesto de frutas y verduras.