Justo Carnicero, investigador: «La farmacia de los jesuitas fue pionera»

OURENSE CIUDAD

Justo Carnicero intervino en la presentación del libro junto con los coautores Iñigo Arranz, Daniel Cuesta y José García, y el obispo auxiliar de Santiago, Francisco José Prieto
Justo Carnicero intervino en la presentación del libro junto con los coautores Iñigo Arranz, Daniel Cuesta y José García, y el obispo auxiliar de Santiago, Francisco José Prieto Miguel Villar

La Compañía de Jesús tuvo en su colegio ourensano una botica que se perdió cuando la orden fue expulsada

24 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El investigador ourensano Justo Carnicero Méndez-Aguirre es uno de los 43 coautores de la obra: «Jesuitas. Impacto cultural en la Monarquía Hispana (1540-1767)», que recopila en dos tomos la contribución de esta orden religiosa a distintos campos del saber en los dominios de la también denominada Monarquía Católica, que integraba tanto a las coronas de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal como a los territorios vinculados en el continente europeo, en Asia, en las colonias de ultramar de América y en África. En la publicación, encargada por la Universidad de Comillas y que ayer fue presentada en el Liceo de Ourense, se repasa el trabajo y el legado de los jesuitas en campos diversos, desde la cartografía a la astronomía, o de la pedagogía, la filosofía y las artes a la geología, la arquitectura o la botánica. Precisamente vinculada a esta ciencia está la farmacopea desarrollada por estos religiosos y sobre la que Justo Carnicero ha investigado.

—¿Se conoce bien el legado que dejaron en este campo?

—Es un mundo bastante desconocido. Hasta ahora se había estudiado alguna de las farmacias de América, como la de Nueva Granada, la actual Colombia, pero las de España no se habían tocado. Tuve la fortuna de encontrar dos inventarios: el de Villagarcía de Campos, en Valladolid, y el de la que tenían en Ourense, que apareció en el archivo de los jesuitas en Vigo.

—¿Qué tipo de cosas hacían?

—Muchas y muy diversas, desde crecepelo, que no sé si funcionaba o no, hasta antitérmicos para bajar las fiebres. Para esto último usaban las habas de San Ignacio, que traían de Filipinas. De ellas, mucho después, se sacó en laboratorio la estricnina. El otro producto que les servía para eso era la corteza de un árbol propio de América, que molían y diluían en agua caliente y que es la quina. Introdujeron también el café y fueron los grandes difusores del té. Tenían la costumbre de tener varios de esos árboles, de la familia de los camelios, plantados en los colegios. También sabemos que aquí usaban mucho el termalismo. Tenían bañeras de cobre que llenaban con agua de As Burgas. De hecho, el colegio de Ourense, en la denominación oficial de ellos, aparece como Aqua Caldas.

—¿Los remedios funcionaban?

—Sí. De hecho la farmacia de los jesuitas fue pionera. Ellos fueron los primeros que trabajaron con antitérmicos. Ahora bien, aunque eran remedios efectivos y conseguían bajar la fiebre, no podían curar la infección que la originase porque de aquella no había antibióticos. Eran medicaciones que ellos sabían que funcionaban porque lo veían en los indígenas tanto de Filipinas como las colonias americanas y de ellos copiaron.

—¿Se sabe cómo era la botica de Ourense?

—El colegio aquí lo tenían donde está la Casa Sacerdotal y, aunque no se sabe exactamente dónde estaba ubicada la farmacia, sí se conoce que normalmente solían tenerla orientada hacia la calle porque atendían a la población civil además de dar servicio a los religiosos y los alumnos. En general estas farmacias tenían mobiliario de lo más variado. Lo habitual, por lo que se ha documentado, es que hubiese muchísimas cosas de cerámica para guardar el botamen, las plantas, pero en la de Ourense, curiosamente el grueso de esos recipientes eran de cristal. Es algo bastante asombroso. Tenían un huerto botánico y sabemos que utilizaban adormideras que cultivaban aquí los paisanos y que ellos usaban para hacer tranquilizantes.

—¿Qué fue de aquello?

—Tanto en el caso de la de aquí como de la de Villagarcía de Campos en Valladolid, pasaron dos años desde que fue la expulsión de la orden hasta que se hizo inventario de lo que había. Y claro, cuando llegaron el notario y el farmacéutico de la zona que lo acompañaba, esos productos no servían para nada porque eran todos elaboraciones naturales y plantas que ya estaban estropeados. De aquellas no había ni calefacción ni deshumidificadores. Aún así, yo tengo el inventario transcrito y es una salvajada de páginas. Tenían morteros, balanzas, alquitaras... De las bibliotecas de farmacología y botánica, que solían tener y eran muy buenas, se perdieron prácticamente todas, incluida la de aquí. Se salvaron las del Colegio Imperial de Madrid que se mandó al hospital Carlos III y hoy está en la biblioteca histórica. De los cuadernos manuscritos donde anotaban las recetas yo encontré cuatro en Salamanca que eran del colegio de allí y pasaron a una especie de hospital que tenían en esa ciudad, y otro en Santiago que también era de la farmacia que tenían allí. Pero de aquí, como de Monforte y de otros lugares donde tuvieron boticas, no se encontraron.