El oído de los delfines

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OURENSE CIUDAD

Isabel Infantes | EUROPAPRESS

31 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

De niño, y de mayor también, me apasionaban las películas del Oeste. He paladeado tantas veces Centauros del desierto que, en ocasiones, mi imaginación cambia el final. Entonces apreciaba detalles que ahora pasan desapercibidos. Me sobrecogían los indios que se agachaban sobre las vías del tren, posaban su oreja y aseguraban con acierto centesimal la distancia de la locomotora. Disculpen por emplear la palabra indio, quizá el comité de censura de la corrección política desprecie tal sintagma. Decía que resultaba sobrecogedor pegar la oreja al hierro ferroviario. Y acertar. Supe años más tarde, cuando en la EGB de los Salesianos de Ourense había mayor libertad de expresión que en los malos tiempos actuales, que la velocidad del sonido era mayor en los cuerpos sólidos. Esa velocidad depende, en gran medida, del medio a través del que se mueve. Las partículas de materia sólida tienen una interacción mayor que la de los líquidos o gases. Por ello, las vibraciones sónicas viajan más rápidas a través del metal que del aire. Explicación concisa. La trasladé a Verín, que nunca tuvo tren, y mis amigos me respondieron con cariño: «Tú y tus cuentos».

Tal vez siga instalado en «los cuentos», porque hoy me ha dado por hablar de los delfines. Tienen un oído finísimo. Captan sonidos de alta frecuencia, incluso hasta los de 200.000 hercios. Los delfines, seres portentosos. Se comunican entre ellos y son capaces de utilizar herramientas (esponjas, por ejemplo) con diversos objetivos. Los delfines no mastican, engullen. Y duermen con los ojos abiertos. Están siempre alerta. Son unos individuos prodigiosos. Hay quien dice que se trata de animales racionales, razonan, plantean sus metas y realizan todo lo necesario (e innecesario) para conseguirlas.

Podría seguir hablando de los delfines, pero el lector se preguntaría a qué viene esta inclinación zoológica. Todo tiene una causa. Pienso en los delfines y me viene a la cabeza algo de lo que he hablado en numerosas ocasiones: el gigantesco pie de la cultura o el poder cultural, dominado de modo totalitario por la corrección política. Los delfines escuchan, de cerca o de lejos, las consignas de los amos del cotarro. Y se ponen enseguida, cada uno en la medida de sus posibilidades, a expandir el mensaje.

En este siglo XXI, más cambalache que el pasado siglo, el santo y seña es claro: ultrafeminismo, ultraecologismo, lenguaje inclusivo, mano y cabeza zurdas. Repitiendo esta frase, y asumiéndola, todas las puertas del edén estarán abiertas. No importa, ni siquiera, el grado de tu sabiduría. De los necios es también el reino de los cielos. Qué astutos son los delfines. En tanto, los del otro lado, a los que les parece que el santo y seña es intransigente, intolerante y extremo, aplauden. Los delfines se ríen. Son los nuevos tiranos. Si no estás con ellos, no te mastican; te engullen.